El jueves 31 de octubre quedamos en el metro de Alonso Martínez, salida a la plaza de Santa Bárbara, para dar un paseo por Chueca. En realidad el barrio se llama Justicia, ya que aquí está el Tribunal Supremo, las Salesas…, pero los barrios acaban llamándose como su estación de metro principal, en este caso la de Chueca.
Da gusto pasear por aquí, sobre todo en una mañana tan agradable y luminosa. Es un barrio bonito, sin apenas edificios discordantes o muy pocos. Está limpio, con fachadas pintadas de colores suaves y armónicos. No recuerda casi nada a aquel barrio lleno de suciedad y gente marginal que lo llenaba en los años 70 y 80 y en el que daba miedo adentrarse. Entonces las casas estaban negras, dice nuestro guía Carlos Nadal enfatizando mucho la palabra negras. En cambio hoy es uno de los barrios más caros de Madrid y un referente para el colectivo LGTB de todo el mundo. Las personas de la comunidad gay, muchas de ellas con poder adquisitivo y sin cargas familiares, han sido el motor de su transformación. Compraron casas, las rehabilitaron, abrieron tiendas y restaurantes con estilo y encanto… y comenzaron a celebrar la fiesta del Orgullo que atrae visitantes de todo el mundo. Afortunadamente el tráfico se ha restringido con Madrid Central y todas estas calles resultan mucho más agradables de transitar que hace algunos meses.
Empieza el paseo de hoy en la plaza de Santa Bárbara y resulta sorprendente la cantidad de edificios e historias interesantes que se concentran en tan poco espacio. Cuenta Carlos que donde ahora está la salida del metro había un portillo que tomó el nombre del convento de los mercedarios descalzos dedicado a Santa Bárbara levantado en 1606, en el camino que iba al pueblo de Hortaleza. El convento quedó dentro del recinto de la ciudad cuando se hizo la Real Cerca de Felipe IV levantada a partir de 1625 para sustituir a las de Felipe II y del Arrabal desbordadas por el crecimiento de la población. El de Santa Bárbara era un acceso de la cerca que siguiendo el trazado de las Rondas de la calle Sagasta y Génova llegaba a Recoletos donde había otro portillo.
La cerca no era un muro defensivo, sino que tenía básicamente una función fiscal y de vigilancia del acceso de personas y de mercancías a la ciudad. En sus puertas se colocaron los fielatos o «casetas de consumo» para el cobro de impuestos y los guardias de las rondas impedían que se metieran mercancías de matute. Los matuteros se llamaban así porque intentaban colarse con sus productos de mil maneras y muy de mañana para no ser vistos. Muchos de ellos conchabados con los mismos guardias que vigilaban por las rondas. La palabra matute se propagó por España para referirse al contrabando, aunque también se utilizaban otras como «de tapadillo» o «de extranjis».
Pero si los pillaban, los mandaban al Saladero, una cárcel que había en esta misma plaza. La cárcel del Saladero debía su nombre al uso original del edificio, un saladero de tocino construido reinando Carlos III bajo proyecto, nada menos, que de Ventura Rodríguez.
En el siglo XVIII la zona de Santa Bárbara era un arrabal de gente pobre, muchos se ganaban la vida criando cerdos por esos baldíos. Aunque las matanzas se hacían en casa se levantó un matadero y saladero frente a ese convento de Santa Bárbara que comenzó su actividad en el año 1768. La planta baja era utilizada como matadero y en las dos restantes estaban las oficinas y las viviendas de los operarios. ¡Menudo olor tendrían que soportar! ¡Menos mal que llegado un punto la pituitaria se adormece!
La llamada Cárcel de la Villa se encontraba entonces en la parte posterior del Ayuntamiento, donde hoy está el palacio de Santa Cruz. Estaba gravemente saturada y tras una epidemia de tifus que afectó a los presos y amenazaba con extenderse, las autoridades se vieron obligadas a su traslado. Para ello se pensó en el caserón del matadero que estaba a las afueras. El traslado se efectuó en 1833 y allí se metió a los reclusos en condiciones infrahumanas. Mesonero Romanos decía que “la multitud de infelices aglomerados en aquellas sucias mazmorras, podría considerarse relegados a la clase del más inmundo animal”. Por aquí pasaron algunos muy nombrados como Luis Candelas o Nicolás Salmerón. En la zarzuela de la Gran Vía la letra de la jota que cantan “Los Ratas” dice: “Nuestra fe de bautismo/ la tiene el cura/ de Saladero”… haciendo referencia a los niños que nacían en la cárcel.
Funcionó hasta mayo de 1884 cuando sus presos fueron trasladados a la nueva cárcel Modelo en Moncloa. El edificio fue demolido al final del siglo XIX y en el lugar se levantó el Palacio de los Condes de Guevara, el que tiene el número 2 de la plaza. Es un palacio neobarroco muy elegante con torreones, rejerías y balconadas del que solo se conserva la fachada original. Desde 1999 pertenece al BBVA y su interior ha sido totalmente renovado y será incluso robótico, dice Carlos.
En uno de los edificios de la gran manzana que ocupa la parte izquierda de la plaza según se mira hacia el centro hay una de las cervecerías con más solera de Madrid que lleva también el nombre de Santa Bárbara. Todo ese espacio estaba ocupado por el convento y se fueron añadiendo otros como el de Santa Teresa, de carmelitas descalzas levantado en 1684, y el de las Salesas Reales de la orden de San Francisco de Sales de 1748 fundado por Bárbara de Braganza, esposa del rey Fernando VI. ¡Así que se va entendiendo de dónde proceden los nombres de las calles de la zona!
Los tres conventos con sus huertas y jardines llegaban hasta Recoletos. Tanto el de Santa Bárbara como el de santa Teresa fueron derribados en siglo XIX para dar paso a residencias y calles. El de las Salesas Reales corrió mejor suerte porque en 1870 se exclaustró a las monjas, pero se transformó en Palacio de Justicia y su iglesia en la parroquia de Santa Bárbara
Fuera de la verja al lado del portillo había un molino que, al parecer, pertenecía a las monjas de san Plácido. Allí se construyó en tiempos de Felipe V la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara que funcionó hasta que se tiró la verja y se trasladó a la calle Fuenterrabía, cerca de Atocha. Para esta fábrica trabajó Francisco de Goya pintando cartones.
Al fondo de la plaza, delimitado por las calles de Hortaleza, Mejía Lequerica y San Mateo, se puede contemplar un edificio muy bonito. Se trata del palacio del conde de Villagonzalo que lo mandó edificar entre 1862 y 1866 como su residencia personal. También es conocido como el Palacio de Santa Bárbara. Su forma es trapezoidal y el extremo más estrecho se asoma a la plaza. Allí tiene una entrada bajo un bonito pórtico sobre el que hay un balcón, todo ello rodeado de una cerca y zona ajardinada. Su arquitecto fue Juan de Madrazo y Kunt, hermano del famoso pintor e hijo del primer director del museo del Prado. Tiene un aire que recuerda la arquitectura nórdica, y es que sigue las pautas de un arquitecto francés, Viollet-le Duc, que marcó estilo en la época.
Justo al lado podemos observar un viejo caserón en fase de rehabilitación. Es el palacio del marqués de Uztáriz al que se le ha colocado una especie de gran cúpula transparente. Ha estado mucho tiempo abandonado por estar involucrado en un proceso judicial relacionado con la operación Malaya que afecta especialmente a Marbella, pero uno de los implicados que todavía está en la cárcel lo compró. El Ayuntamiento de Madrid en época de Gallardón le concedió una licencia de demolición que por suerte no se llevó a efecto. La empresa propietaria actual lo está rehabilitando con el fin de convertirlo en un hotel de lujo.
Justo enfrente del palacio de Villagonzalo, hay un edificio adornado en su parte superior por unos reptiles trepando a la cornisa, como queriendo subir al tejado. Se le conoce como Casa de los Lagartos, pero realmente son salamandras. La fachada tiene unas cenefas esgrafiadas muy decorativas. Esta casa de los Lagartos es uno de los mejores ejemplos en Madrid de la influencia del estilo de las grandes edificaciones de la Viena de comienzos del Siglo XX. Fue proyectada en el año 1911 por Benito González del Valle y destinado a viviendas en alquiler. Debido al poco fondo, solo tiene 5 metros de profundidad frente a 55 metros de largo, cada planta correspondía a una vivienda de largo pasillo con las habitaciones orientadas al exterior. En la última reforma las plantas han sido divididas al menos en dos viviendas cada una.
En la misma calle, en el número 8, está desde 1920 el edificio que fue la sede de Papelera Española. Es un edificio ecléctico muy bello proyectado por José María Mendoza Ussía Tiene una cornisa que parece un encaje y lo adornan cerámicas de Zuloaga, el mismo que abrió la escuela de cerámica en el parque del oeste. En julio de 1979 se empezó a utilizar como sede del partido político Fuerza Nueva. Ahora ha sido rehabilitado y se ha convertido también en hotel de cinco estrellas.
Volviendo a Santa Bárbara y enfilando por Fernando VI se puede admirar en el número 3 una fachada con ocho pingüinos sosteniendo sendos escudos con una cruz que antes era roja como referencia a la bandera suiza que paradójicamente era el emblema de la marca Cruz Blanca. Ahora las cruces son realmente blancas. Se está convirtiendo también en pisos de lujo, pero cuenta Carlos que antes había allí un antiguo almacén usado por la empresa de cervezas Santander que adquirido por la cervecería Santa Bárbara fabricaba la famosa cerveza que luego se despachaba en la plaza. Cuando cerró la fábrica se abrió el pub de Santa Bárbara muy concurrido durante la época de la Transición por gente del cine y del teatro, periodistas, policías de la policía político social que ponían la oreja, algún borracho sempiterno como Leopoldo Panero y rojos de toda índole.
Enfrente, en el número 4, está el palacio mandado hacer por el banquero Longoria como su residencia y la sede de su banco y que desde 1950 alberga la Sociedad General de Autores, SGAE. Este edificio modernista, construido por el arquitecto catalán José Grasses Riera entre 1902 y1903, es uno de los que más llama la atención del barrio. Las formas retorcidas de su fachada, el torreón curvo, las esculturas, los relieves vegetales en la piedra y otros elementos tienen clara influencia del Art Nouveau francés. Una impresionante escalera ocupa su torreón.
Donde confluyen las calles de Belén y Barquillo está la casa de Tócame Roque. Al parecer era una casa de vecindad en el que había muchos líos y dos hermanos la habían heredado. Uno se llamaba Roque y el otro, disputándole la propiedad, le decía.: ¡Tócame Roque! ¡Tócame Roque!
A principios del siglo XX se creó en esta plaza un aparcamiento muy particular diseñado por una arquitecta italiana. La puerta se abraza con un enorme lazo de metal rojo, símbolo de la lucha contra el sida, y el interior de tres plantas evoca la Divina Comedia de Dante. La primera planta, la del cielo, está pintada de un hermoso color rojo y en sus paredes destaca una frase de la obra: “Amor que amar obliga al que es amado. Me ata a tus brazos con placer tan fuerte que como ves ni aún muerto me abandona”. Fotos relativas al amor en todas sus facetas salpican los muros: el amor filial, lésbico, entre personas de edades y razas diferentes… Para otro día queda la visita al purgatorio y al infierno.