La investidura de Pedro Sánchez, con una coalición de gobierno de socialistas y unidas-podemos, ha mostrado, por fin, un trabajo bien hecho de alianzas y propuesta, que a lo largo de 2019 pareció imposible. Un acuerdo valiente pactado en el filo de la navaja, porque así están las cosas. Por eso mismo casi sabe a milagro, al haber superado una oposición muy agresiva.
Se trata de un acuerdo para echar a andar, en el que habrá que aprovechar los reducidos márgenes que ofrece la oportunidad de gobernar ante un poder económico que dice estar incomodo con un gobierno que manifiesta su voluntad de avanzar hacia la izquierda, hacia políticas de mayor justicia social, sostenibilidad y profundización de la democracia.
Por eso el acuerdo contiene compromisos que suponen avances en derechos (en su materialización) y que pretenden la mejora de la calidad de vida, pero que pueden parecer pacatos a los sectores sociales más concienciados, por su lejanía de lo que necesita el país ante una importante crisis social (precariedad, vivienda…) y ambiental. Aun así, los pequeños avances requerirán tenacidad y buen hacer, para ir ampliando los objetivos y que no queden en papel mojado, en maquillaje.
Para que las mejoras empiecen a suponer transformaciones para una política hacia la izquierda en lo social, económico, cultural… la acción de gobierno tiene que poderse apoyar en la sociedad activa, generando instrumentos que articulen los movimientos sociales con las instituciones. Porque avanzar más deprisa es absolutamente necesario, pero no basta con el voluntarismo, hay que convencer y educar; y lo primero convencer a la sociedad para ir construyendo una mayoría social que entienda que los cambios son necesarios, y romper las actitudes frentistas adoptadas por los partidos de la derecha.
Conseguir una mayor cohesión social y la ampliación de mayorías sociales y políticas supone, en estos momentos, superar el marco de resistencia de los partidos de derecha rebajando el nivel de adrenalina y por otro no caer en el escepticismo que se apodera de parte de la izquierda.
Ahora no son posibles mayorías, como las que hicieron posible el Pacto social que, en la Europa de la postguerra mundial, desarrolló el Estado del Bienestar durante tres décadas apoyados por los sindicatos, la socialdemocracia y amplios sectores empresariales vinculados a partidos democratacristianos y conservadores centroeuropeos. Con el neoliberalismo de los 70 fracasó el intento de “compromiso histórico” que pretendía recuperar mayorías amplias, y se consumó el ataque al Estado del Bienestar y la regulación del mercado en beneficio de la globalización neoliberal.
¿Y ahora?… parece que aún es más difícil. El neoliberalismo defiende la desigualdad y el deterioro ambiental en beneficio del crecimiento, y de la acumulación de riqueza por unos pocos. Se necesita educación, convivencia y gobierno para defender los derechos humanos, y la solidaridad frente a la injusticia social de la precariedad y la desatención de las necesidades sociales y defender la habitabilidad del planeta. Transformar el crecimiento económico en eco-desarrollo con mayor justicia distributiva de la riqueza y el bienestar.
El anunciado Nuevo Pacto Verde es, de momento, voluntarismo para la reducción de impactos ambientales; pero están al acecho los poderes económicos interesados en hacer negocio con los nuevos procesos productivos, un consumismo renovado y, desde luego, manteniendo los mecanismos de acumulación y concentración de riqueza.
Cuando se propone un Pacto Verde, es un pacto ¿entre quienes? Un pacto transformador de la izquierda, de los trabajadores, feministas, ecologistas, etc., solo será posible si se construye una derecha respetuosa y solidaria.
Tenemos por delante una legislatura interesante y arriesgada, que empieza siendo muy conflictiva. Pero, solo el que piensa, arriesga y trabaja, puede pretender alcanzar una vida mejor.