Después del COVID19 (d. c.), ¿que queremos?. No hay que esperar a que aminore esta pandemia, para pensar lo que queremos, porque la decisión es parte fundamental de la salida, de lo que debemos hacer hoy mismo.
El miedo a las altas tasas de contagio y mortalidad, que nos han sorprendido, ha llevado a la sociedad a priorizar la salud por delante, incluso, de la actividad económica. Coyunturalmente la política, a través del Estado (nacional), se ha impuesto al mercado (global): los cuidados son, hoy, más importantes que el lucro. Pero el miedo se olvida, e inmediatamente se pasan las buenas intenciones de promover transformaciones para una sociedad mejor y se acaba conformándose con que “cambie algo para que todo siga igual”.
El confinamiento (mundial) ha provocado “el Gran Parón”, que ha acelerado la crisis enquistada del sistema económico. Porque, también en la economía, la pandemia es realmente grave con quienes tienen patologías previas, y nuestra sociedad padece desde hace décadas de “globalización neoliberal financierizada”, que además desde 2008 está en fase de degradación aguda.
Pero, los sectores sociales hegemónicos, no quieren reconocer el diagnóstico y quieren aplicar otra vez las mismas reglas que se utilizaron tras la crisis de 2008, las recetas del neoliberalismo: inyectar liquidez, mas endeudamiento y, aunque no se hable de ello, crecimiento del déficit y finalmente recortes; con indices de paro del 30% según el FMI, pero proponiendo bajadas de impuestos a las empresas y rentas altas para que “creen empleo”, aunque sea precario y se lleven grandes beneficios a los bolsillos.
La realidad es que estamos ante una crisis sanitaria que era parcialmente previsible, vinculada a malas políticas alimentarias y medioambientales, que además acentúa una crisis económica derivada de décadas de explotación de las condiciones laborales y los impactos en la naturaleza, acrecentada desde finales del siglo pasado por una financierización especulativa que ha explotado aún más abusivamente a las personas, y de forma suicida a la naturaleza, sin importar la desigualdad social ni la habitabilidad del planeta.
La situación ha dejado en evidencia, ante la agenda pública, la necesidad de reorganizar el sistema democrático. Para confrontar el caos que provocan la globalización y la financierización especulativa, y defender los intereses comunes y de la mayoría trabajadora, en especial de la población precarizada y vulnerable, hay que desarrollar formas de organización democrática que combinen la representación y la participación, de forma que en el debate político para la toma de decisiones, prime el conocimiento, la argumentación y valores de defensa del bien común y la integración.
Están siendo fundamentales, en estos momentos, la demostrada generosidad, solidaridad y acción comunal, y deben seguir siéndolo en la etapa d. c., pero no bastan, si no se acompañan de políticas publicas, de organización y gasto en los servicios públicos; restando espacio a la perversa mercantilización que supone la privatización y degradación de los mismos a través de los mercados, como se ha visto, dramáticamente, con los servicios de salud y atención a los mayores madrileños .
Va a hacer falta también un Plan de Reconstrucción, pero con nuevas políticas que promuevan un futuro distinto, no de maquillaje para perpetuar un sistema basado en el lucro. Un nuevo Pacto Social que profundice la democracia, impulse la convivencia y los cuidados a las personas y la naturaleza, promueva nuevas políticas industriales (que garanticen actividades estratégicas, una estructura sectorial más equilibrada y cadenas de producción y consumo con cierta proximidad frente a la deslocalización), transición verde, impulso de políticas de igualdad y bienestar, un régimen fiscal mas justo y progresista, creación de instituciones financieras públicas…
Habrá quien califique de utópicos estos planteamientos, pero hay que dar pasos que nos saquen del precipicio.