Tras lo ocurrido durante estos últimos meses en las Residencias de ancianos, alguien con 1, 2 o 3 dedos de frente, debería pensar que hay que hacer algo (repito, pensar).
Ya que la idea de perogrullo, en cuanto a medicalizarlas, se cae por su propio peso. Porque no se trata de ser el país que mejor atiende a sus enfermos, no. Se trata de ser un país que toma las medidas preventivas más adecuadas y contundentes. No hay que esperar a que llegue la enfermedad, hay que prevenirla. En marzo, todas las alertas de salud pública fallaron.
Potenciemos la salud pública, organicémosla de otra forma y busquemos, además, como prevenir los males. Los expertos dicen que no se irá el virus sin fármacos, mientras estos llegan, hallemos las medidas preventivas para evitar que el rebrote sea descomunal. Antes, en prevención decíamos que: “más vale un por si acaso, que un válgame Dios”. Pues eso, gestionar el por si acaso, ¡pero ya!, que nos puede volver a pillar el toro. No perdamos mucho tiempo en avisar que viene el lobo y procuremos que cuando aparezca haga poco.
Se admite y sugiere una profunda reflexión, una ley que analice sobre las nuevas acciones y elimine las medidas que sobran por ineficaces, y en base a todo eso, se vertebren estos espacios y adquieran derechos sus inquilinos.
Pero pareciera que han entrado en pánico nuestros políticos. Solo y con la boca pequeña (que no los escucha ni el cuello de su camisa). Admiten que ha existido un error en general y muchos en particular. Piensan en las ratio, piensan en los porcentajes de profesionales, piensan en el desequilibrio entre las públicas y las privadas, piensan en la nueva postura (postureo) a adoptar por cada uno de los grupos políticos de la oposición, piensan en la defensa de dama desde el poder y disponen una investigación sobre los hechos acontecidos en las residencias (No vale ser juez y parte, eso desmonta toda solución).
Ya hay quien piensa que se regule y vertebre un todo sobre los mayores (que no totum revolutum).
A esto le han dado en llamar los amigos de los ismos, como edadismo, yo cuando lo escuché por vez primera, entendí dadaísmo, es decir, aquella tendencia artística de principios del XX, en la que se cuestionó el arte, sus valores, estructuras, códigos… Había que romper con lo anterior.
Ahora me cuestiono si fue una mala interpretación, un fallo en mi audición o una premonición.
Mientras tanto el edadismo ha tomado forma en nuestro código penal, junto a niños y personas desfavorecidas (eso no debe ser así, pero algo es algo). Me parece muy bien, pero sin llegar a eso, en cuestiones más de andar por casa, falta algo. Recuerdo en el último viaje cuando llegué al oeste del río Guadiana, es decir, al primer pueblo portugués desde Ayamonte, en Villa Real de santo Antonio, en los múltiples comercios (vendedores de toallas y trapos de cocina), había unos carteles en lo que se indicaba que se daba preferencia a la atención y cobro, a embarazadas, mayores y discapacitados. En las semanas más malas de enclaustramiento, los responsables de seguridad de los súper, mandaban pasar a las personas mayores, antes que al resto de usuarios, pero esto se ha perdido ya. Hay grandes establecimientos que empezaron a anunciar su reapertura con una atención prioritaria a los mayores, no lo hemos visto, en realidad lo que han hecho es quitar cualquier silla o lugar donde descansar los artrósicos cuerpos, como los que había hace unos meses y ahora hay que esperar la cola en pie, como buen soldado, salvo en el departamento de atención al cliente. Y me pregunto, ¿solo somos clientes en ese departamento?
A ver cuando empezamos a ver al mayor con sus problemas y sus derechos, está bien la ley, está bien que comiencen a organizar sus neuronas con el fin de evitar un nuevo gerontocidio viral, pero, como en todo, hay que ir desarrollando acciones de abajo hacia arriba, que calen en la sociedad los derechos del mayor con una ley integral e integrada de derechos y deberes del mayor, que nadie quede impune por acosar a una persona mayor o por sustraerle cualquier otro derecho.
Desde hace unos pocos decenios, ha confabulado la sociedad industrial del mercadeo liberaloide y han relegado a los mayores. Lo cierto es que fue ocurriendo poco a poco. En la antigüedad griega, cuna de las culturas mediterráneas, la Geronte, (reunión de los mayores), era la que organizaba la vida en las polis, ellos eran los más sabios, los que más sabían sobre aquello que era bueno para el grupo social. Con los siglos, las cosas fueron cambiando, pero siempre existió el respeto al mayor, a sus dichos y a sus formas, ellos transmitían la cultura de una organización social.
Pero llegaron, Taylor y su organización racional del trabajo, Le Corbusier y su racionalidad arquitectónica de los espacios ajustados a las necesidades, y tantos otros racionales racionalistas y se olvidaron del espacio social que debía tener el mayor, y el espacio domestico que tendría que habitar. Es cuando llega la fase de expansión del neoliberalismo, donde hay que hacer crecer las fuentes de las economías de empresa, donde organizaciones neoconservadoras apuestan para que crezcan sus patrimonios, porque hay que rescatar suculentos beneficios para pagar las pensiones privadas a todos aquellos que han ido depositando mes a mes, sus dineros en una corporación financiera para obtener una respuesta económica rentable en sus días senectos. Y todo se va al garete.
La conciencia social hacia el mayor se convierte, pervierte y subvierte, en los negocios con los mayores, pero sin contar con los mayores, la Geronte hace aguas a todos los niveles de la sociedad industrializada, aparecen los gerentes, que ya no son gerontes, son pipiolos violentos con un único objetivo: rentabilizar las residencias. Con un solo principio: ofrecer la mejor calidad, que ellos manipulan, para las familias (con ancianos) menos exigentes.
Los mejores eslogan: Buenas vistas, tranquilidad, exquisitos servicios, bellas sonrisas, aire sano, brisa selecta, futuros impecables…
Lo cierto es que son lugares donde residen y hacen la vida. Pocas residencias tienen la posibilidad de dejar al cliente que decida si sale o entra, si hace o deshace. ¿Por qué?, porque suelen ser personas que han perdido parte de la capacidad de organizarse y son en buena parte dependientes. ¿Y si son en buena parte dependientes, porque una residencia y no un centro de ayuda sociosanitaria? Porque sería más caro y tendrían más gastos las multinacionales geriátricas (con nuestras pensiones tendrían que aquilatar los precios y disminuir las ganancias). A estas les interesas sacar mucho y dar poco, y si lo ofrecen, lo cobran aparte. Un gran negocio subvencionado por la administración, que al ser algo tan complejo como el mayor, se paga a terceros, (a las multinacionales del viejo), y se sigue mirando hacia otro lado sin reproches.
En unos lugares donde durante medio siglo (la sociedad con mayúsculas) se ha estado mirando hacia otro lado, de poco vale el parche de un artículo en el código penal. O nos despertamos todos y entendemos que el mayor sigue siendo un ser social, activo, vital y comprometido con la sociedad, un ser al que hay que cuidar y atender y contentar y colaborar con él, o sin ver lo que se le viene encima, esta sociedad dejará de ser eso, sociedad. Poco a poco se irá enmoheciendo, desestructurando, cargándose de leyes, pero los ciudadanos desertaran del compromiso social y la sociedad solo albergará suciedad.
De una vez por todas, ¿no podrían existir residencias sociales y residencias sociosanitarias? No podrían normalizarse pequeños espacios (pisos) donde estuvieran unos pocos mayores, sin masificación, no podrían existir geriatras que atendieran a los mayores en primaria… ¿No podrían ponerse un poco a pensar en positivo? Menos servicios sociales en los Centros Culturales de mayores, que les regulan y ningunean, que no hacen falta, y más acciones sociales en los domicilios (peluquerías, podología)
¡Pensad, políticos, pensad!, pero no os olvidéis de pensar con nosotros, a nuestro lado.