Hoy he llegado a la churrería y no había nadie conocido, he decidido sacar el café y los churros a la mesa alta que hay en la puerta, al aire libre, y dejar que el otoño se adentre en mis sentidos.
Como me suele ocurrir siempre por estas fechas, el pensamiento de los chavales que pierden el horario anárquico del verano para volver a las aulas y lo que ello conlleva, el aprendizaje, me hace pensar en lo que hoy nos ocurre a todos y me retrotrae al pasado, de la mochila saco un ejemplar de Revista de Occidente de 1981, la ojeo y llego a un artículo escrito por un misionero, padre de un antiguo compañero de trabajo en una mutua de accidentes laborales “La Previsión”, el trabajo es del escritor Enrique Azcoaga. En él relata su labor en las Misiones Pedagógicas, el ir y venir por los pueblos leyendo poemas y otros escritos, poniendo películas y discursos de grandes hombres, como Ramón y Cajal.
La figura del hijo se antepone a la lectura; corrían los años 70, olíamos a ramilletes de libertad conseguida, el hijo de don Enrique, la ganó a fuerza de perder algo importante: Pocos años antes la policía, sin contemplaciones, frenaba los gritos y algaradas estudiantiles con mano dura, con él jugaron a la piñata aquella mañana de mayo, una defensa de un “gris” fue a parar a los piños del futuro traumatólogo, y de un solo golpe, ¡premio!, le quitó los dientes de arriba y de abajo, causa por la que, desde entonces, llevaba dentadura postiza. Como era amigo de chanzas, cuando alguna persona llevaba la discusión al punto de quebrantar el ánimo, la lógica y la razón y él consideraba que se estaba extralimitando en las formas y el verbo, se quitaba los piños postizos, los colocaba en el hombro y balbuceaba: “ a por ella, muérdele”.
El Profesor Herranz, consiguió sin pretenderlo, un buen equipo en la mutua, allí, tras el trabajo siempre había un tiempo para la charla y la reflexión. Muchas veces los pacientes esperaban a que se terminara el trabajo para, traer unas botellitas y unas tortillas y compartir aperitivo y bebida con el personal, abajo, en el gimnasio. Alguna vez Azcoaga hijo, habló de lo parecido que era ese ambiente al que le contaba su padre, don Enrique, en lo que fue su labor como voluntario misionero en las Misiones Pedagógicas. Allí, en el gimnasio de la mutua, se hablaba de libros, de películas, de exposiciones y de estrenos teatrales. Profesionales y pacientes, sanitarios y administrativos, trabajadores y mutualistas, componíamos un totum cultural tremendo. Jóvenes aprendices que habían sufrido accidentes y se incorporaban a estos aperitivos con alma cultural, alucinaban y se integraban. Muchos años después, algunos de esos aprendices me han reconocido en la calle y me han comentado con afecto y gratitud, lo bien que les sentaba, en plena dolencia, unos minutos en los que se podía opinar con libertad, algunos así aprendieron el oficio de tertuliano, de los de buen ánimo y espíritu artístico, que era el que allí reinaba los viernes de 14 a 15h. Me comentaban que algunos entraron en el gusto por el teatro y la literatura, vía accidente laboral… Qué rara es esta vida, ¿verdad?
Me pongo a leer sobre las Misiones Pedagógicas y su labor esencial en el siglo pasado, destaco una frase de Manuel Cossío, en el que decía que los niños en el colegio podían perder la salud y no sacar nada en claro. Se refería a los piojos y otras enfermedades de transmisión comunitaria, pero haciendo referencia a la mala calidad de la educación reinante a principios del siglo XX. Hablaba de escuelas anémicas y pedía en sus conferencias, que se anticipasen al porvenir, creando buen profesorado: “Gastad, gastad, gastad en maestros”
Solía hacer referencia de la función social de la escuela: higiene, misión moralizadora, refinamiento estético y animación espiritual al pueblo…, con poesía, realidad y estimulación ciudadana.
Este ideario poco a poco toma forma y se hace realidad con las Misiones Pedagógicas, patrocinadas por el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, basado en el principio de acercamiento de la pedagogía moderna y educación ciudadana al pueblo. Se creó este Patronato de la Misiones Pedagógicas el 29 de mayo de 1931.
Comenzaron creando bibliotecas, dando conferencias, exposiciones de pintura, cine, lecturas, teatro… Se comenzó a investigar las necesidades de las escuelas y de los escolares (Interesante aquello de saber lo que tienen y de lo que adolecen), mediante las semanas pedagógicas para los maestros. (Que pena, ahora los maestros funcionan a golpe de decreto)
Leo, el Sr. Medina Bravo, en el Diccionario de la legislación escolar en 1935, en las páginas 194-196, dice: El Patronato, en uso de su autonomía, ha organizado una serie de actividades con el fin de elevar el nivel espiritual de un pueblo: humilde y olvidado, y despertar el ansia de superación, divertirle y arrancarle de la triste monotonía con destellos de ilusión…
Allí, entonces se pretendía que la cultura de la ciudad llegara al campo, a los jóvenes de aldeas y villas. Pero…, ¿aquí y ahora, qué cultura entra y en dónde?
¿Necesitaremos nuevamente el espíritu de las Misiones Pedagógicas? ¿Habrá que crear el voluntariado misionero de antaño para llevar, en un camión, al patio de los colegios: teatro, charlas didácticas sobre análisis de texto y la imagen? ¿Habrá que consultar a maestros y alumnos sobre sus necesidades, sobre lo curricular y extracurricular?
Y seguí dándole vueltas al asunto. La Aso, tiempo atrás cumplía sobradamente con esa Misión Pedagógica, esencial en estos y en esos tiempos. Aunque por desgracia apenas me encontré en los actos convocados por ella con adolescentes que aprendieran sin darse cuenta. Pero ahora es peor, ahora, cuando el otro día escuchaba atentamente por videoconferencia, en la Junta anual de la Aso, sobre lo que se hizo en el 2019 y lo que no se ha podido hacer ahora, en 2020, me entristecí mucho, pero enseguida vi con claridad que las misioneras y misioneros, como Enrique Azcoaga y como, en cierta forma su hijo, creo en una mutua humilde de accidentes de trabajo, tenía que seguir en pie. Hay nuevas fórmulas tecnológicas y deberíamos seguir con esa misión cultural que ha vertebrado a la Prospe desde hace décadas. Yo soy un ser nulo, tecnológicamente hablando, del resto de mis nulidades prefiero no hablar por el momento. Pero, me juego vacas contra pajaritos, a que muchas y muchos de vosotros/as sabéis armar el nuevo tinglado para llevar el espíritu de la cultura al pueblo humilde, olvidado, semi confinado y con brotes de soledad y despertar el ansia de superación y la dinamización a distintos niveles.
Recordé la última reunión de las Mesas del Foro Local de Chamartín, las palabras de la vicepresidenta en la que advertía que, además de no ofrecer la Junta Municipal y sus espacios culturales esos aspectos misioneros, liberalizadores del espíritu y potenciadores de la ilustración, se iban a cercenar más nuestros derechos de participación ciudadana. La Mesa de Cultura no tendría valor alguno en esta nueva estructura municipal, lo mismo que el Consejo Municipal de Cultura, que en paz descanse. Llegó el erial cultural, sin contemplaciones.
¿Será que tendremos que volver a la Misiones, en esta ocasión, Tecno-pedagógicas?
Terminé el último sorbo de café, pagué y regresé a casa con la intención de no guardar mis pensamientos y dejároslos por escrito.
¡Ánimo y mucha suerte a los que sepáis hacernos misioneros pedagó-tecnológicos!