El martes me llamó mi amiga Alicia, me dijo que le gustaban los articulitos que escribía porque decía y escribía como ella. Temí por un momento que hubiera una transmisión de ideas telepáticamente o que yo actuaba de “negro” suyo (dícese del que escribe en nombre de otro), por transmisión de unas nuevas ondas aparecidas en pandemia (Es sabido que en las pandemias pueden ocurrir las cosas y casos más extraños).
Me dijo que si podíamos vernos un ratito porque la casa se le estaba cayendo encima. Comprendí que se hace pesado y tedioso este semiconfinamiento al que algunos nos tenemos que someter para subsistir y quedamos a la mañana siguiente en tomarnos un café con porras (yo soy más porrero que churrero)
Cuando llegué a la churrería allí estaba ella, recién sentada, con su impermeable amarillo, sus katiuskas malva y con su mascarilla puesta (las más carillas de toda la UE). No sé cómo pude reconocerla, mostraba la veteranía de sus canas perfectamente aderezadas y modernamente colocadas con mucho aire y distingo. El contraste con el resto de su cara y sus manos, aún morenas por el reciente desaparecido sol veraniego, le daba un carácter y una impronta impresionante. Me alegré de verla, a pesar de que la borrasca con nombre de Bárbara, me tenía empapado hasta más abajo del cogote. Nos saludamos cortésmente dándonos, cada uno, el consabido toque con la mano derecha abierta en el pectoral izquierdo (nos salió perfecto, como si lo lleváramos haciendo toda la vida)
Una vez que nos sirvieron su café con leche, el mío solo y un par de porras, le hablé de lo pesada que era la casa y que a todos se nos caían las paredes encima. Alicia, me corrigió y mientras esbozaba una sonrisa deshidratada por la pena, me puso al día de su vida.
-No, si yo estoy bien en casa, tengo un gran parque frente a mí casa y siempre tengo cosas que hacer o leer, me paso las horas muertas preparando nuevos platillos. Lo que me tiene desconcertada es que, tras quedarnos mi marido y yo solos, no ha habido forma de que estuviéramos solos. Así, como lo oyes. Primero el niño me hace dos veces abuela en dos años y luego va y se separa, claro, tuve que estudiar la diplomatura de abuelología y nietoterapia acelerada, porque hubo que colaborar a base de bien con la nueva estructura familiar, siempre cambiante. Ahora cuando los nietos han llegado a la preadolescencia, ¡un horror!, que no es moco de pavo lo que zampan a esas edades, te digo yo que sale más barato dar de comer a una bandada de estorninos un año bisiesto. Entonces se completa el lío con el regreso de la hija al hogar. La niña tras cinco años, se separa de su no marido y regresa cariacontecida y frustrada porque aún nadie la ha hecho madre, y dice que se le está pasando el arroz, yo le digo que tome sopa de fideos y viva su vida sin frustraciones. No me hizo caso, en lo de los fideos, y ahora, como el que no quiere la cosa, estoy con el máster de independología. Sí, quiero independizarme, mi marido ya lo ha hecho, se ha puesto a estudiar filosofía tibetana por la UNED y como le cuesta mucho, se pasa el día estudiando en un rincón del salón, con su tupper y su botellín. El pobre no quiere molestar, pero como cuando se fueron los chicos nos dio por tirar paredes, eliminar las habitaciones y aumentar el salón, pues ahora el salón es grande pero está siempre lleno de camas, niños e hija lacrimosa.
-¿Pero no os habíais ido a vivir la experiencia del campo tras la jubilación?
-Claro, y nos fuimos durante un año a los valles de Cantabria, pero tuvimos que volver a criar a los zangolotinos, a llevarlos y recogerlos del cole y de las clases extraescolares cuando el padre está de guardia. Vamos, a reconciliar la vida familiar de mi hijo y sus hijos, en una palabra.
-¡Venga, come y calla, que se te está enfriando el café!
Y aproveché para saborear el silencio por unos instantes.
Mientras mojaba la porra en azúcar y canela, me dio por pensar que así era la vida, una masa grasa a la que había que rociar de azúcar y alguna especia que le diera sabor para ayudarla a tragar junto con unos sorbos del amargo y negro café. No tenía capacidad de reflexión aquella mañana, no sabía si era una especie de yin y yang, la compensación de lo sólido y lo líquido, lo alargado y lo ancho, lo claro y lo oscuro…
De pronto sentí su mano en mi brazo, no sabía que quería y lancé una mirada interrogativa.
-No, no quiero decirte nada, es que me hace ilusión tocar y sentir a la gente, como hace unos cuantos meses. Cuando voy por la calle procuro rozar mis manos con algún ser que se me cruza, parecerá una tontería pero me hace sentirme viva.
-Te entiendo Alicia, este 2020, nos está dejando con más líos y trastornos mentales, que un miércoles de debate en el Congreso de los Diputados.
-Parece que me has leído el pensamiento, como te dije ayer, pensamos y escribimos igual. Yo pensaba en este momento en el Ayuntamiento de Madrid.
-¿Y a qué lugar del Ayuntamiento te llevaban esos pensamientos?
-A los Plenos, donde se aprueban o se desaprueban las cosas. Pienso que lo que mandaron hacer con los versos de Miguel Hernández, en el cementerio de la Almudena, que los borraron con un martillo, no fue porque el poeta les violentara con su decir abierto y altanero, porque Miguel hizo la guerra con pluma y papel, que no con balas y bayonetas, entiendo que sus versos les sean difíciles de entender, seguro que ya no se sabe analizar un texto o un verso, como antes nosotros. Por tanto el borrar con martillo sus versos no sería por ideología. Cualquier día vemos en las tapias del cementerio los versos de otro poeta…, de un tal Machado.
-Ya, pudiera ser, como no he escuchado explicación alguna del alcalde, todo pudiera ser.
-Lo mismo que con las calles y esculturas de Largo Caballero e Indalecio Prieto.
-¿Tampoco sabían quiénes eran. Alicia?
-¡Pues tampoco! Como nadie ha estudiado nada de lo que pasó y no pasó, salvo el alzamiento, pues no hay que echar la culpa a los que no saben, pero sí a los que permitieron que no supieran, porque desde 1982 ha llovido lo suficiente como para aclarar las cosas.
-¿Insinúas que vivimos en una especie de impás?
-No lo insinúo, lo afirmo, estamos iniciando la democratización que nunca se hizo, al menos desde los programas de educación. Si mi marido y yo tuvimos que recordar lo olvidado y aprender lo que no sabíamos cuando llegaron los nietos, y luego acomodarnos tras eliminar paredes, es justo que los demás, los que mandaban, hubieran enseñado a los que no saben pero iban a mandar, a no subvertir la historia.
-¿Insinúas que todos los que componen el banco con tres patas son ignorantes?
-¡Y dale!, que no insinúo nada, digo lo que veo y veo que si votan eliminar una estatua cuando en el país hermano, Francia, en algunos pueblos se le sigue rindiendo homenaje, es porque no hemos hecho las cosas bien y la culpa de la incultura solo en parte la tienen ellos. Si no estudias a la princesa de Ur, no sabrás nunca que fue una poeta.
Claro, que a la concejala que se ocupa del área de cultura en el Ayuntamiento, se le presuponen capacidades para el cargo, además cuenta con técnicos ilustrados que la asesoran. Ella, al menos, hubiera tenido que votar en contra, además de explicar al líder de su formación, lo absurdo de eliminar a martillazos las esculturas, que más parecía que veíamos actuar a inquisidores que a empleados del Consistorio de esta Villa y Corte.
-Sí, corte el que nos llevamos todos ante esa votación y su posterior ejecución…
Me acerqué a la barra a pagar la consumición, cuando regresé Alicia seguía inmersa en su diplomatura nietológica.
-¿Sabes que yo a diario les pongo tareas a los nietos y les doy algún consejo?
-Eso es bueno, ahí es donde verdaderamente se aprende de la vida.
-Por eso lo hago. Ayer les pedí que se aprendieran las banderas de todos los países del mundo y luego les dije que no malgastaran su tiempo y el dinero de los contribuyentes en estudiar una carrera como la de sus padres, los dos médicos y mira cómo andan. Si de verdad quieren salvar a la humanidad globalizada deberán montar una industria de banderas, eso será el futuro para colaborar en la extinción de futuras pandemias.
-Podrían estudiar psiquiatría, que falta nos está haciendo a todos los cuidados de un psiquiatra.
-Pero es más seguro y productivo lo de fabricar banderas. Te lo digo yo. Cuantos más metros cuadrados, mucho mejor para la salud de los pueblos.
Dejamos la mesa y salimos a la calle, cada uno recluido bajo su paraguas, yo me encontraba en estado de cacorroplastia neuronal por lo que acababa de escuchar a mi amiga. Estaba claro que Alicia y yo no pensábamos igual, pero lo mismo tenía razón y las cosas se hacían antaño tan mal, como se hacen hoy en día, porque algún gobernante no hizo lo que tenía que hacer en su momento para que los nuevos gobernantes aprendieran, y no era adoctrinamiento, solo era conocimiento de la historia de España. Aquello de las lluvias y los lodos, que se ha dicho toda la vida.
Yo seguía cavilando escuetamente y caminando bajo la lluvia con cara de bobina de hilo negro (Y no digo Ojiplático por evitar herir susceptibilidades dentro de la gobernanza), sin saber qué contestarle a mi amiga, fue entonces cuando sentí una mano en la espalda, era la suya.
-¡Chico, perdona, es que me hace ilusión saber que estoy rodeada de vivos que sienten y se estremecen!
Y era cierto, estaba estremecido ante el descubrimiento de que se había creado a una bestia, la del desconocimiento, y estábamos alimentando a esa bestia desde hacía cuarenta años pero nadie ponía en prevención ciertos actos y conductas pasadas e intentaba enmendar el error cultural.
Es cuando volvieron a mi memoria ciertos versos de un poeta, para algunos maldito… Miguel Hernández
Yugos os quieren poner
Gentes de la hierba mala
Yugos que habéis de dejar
Rotos sobre sus espaldas.