Cada día descubrimos en los medios de comunicación nuevas tramas de corrupción de políticos y empresarios, de ocultación de capitales en Suiza o en otros paraísos fiscales de millones de euros. Ha llegado a ser frecuente que en la adjudicación de obras y servicios importantes se hagan “donaciones”, que van a parar a contabilidades obscuras.
El problema es muy grave y produce la lógica indignación de los ciudadanos. Conocer que en plena crisis unos pocos están amasando fortunas mientras que muchos, muchísimos, están pasando grandes penurias.
Y hay otra corrupción, la de los pequeños o no tan pequeños negocios que no sale en los medios, pero que también es grave.
Es el reflejo de una profunda crisis de valores éticos y sin una ética exigente a nivel personal y a nivel colectivo, de la política y de la actividad económica, es imposible lograr una regeneración del país.
La corrupción afecta a España y, en mayor o menor medida, a todos los países, incluso a los más desarrollados que tienen una tradición democrática. En algunos llega a bloquear la capacidad de actuación del gobierno.
Pero, además, vivimos en una sociedad para la que amasar una gran fortuna puede ser indicio de una capacidad excepcional para emprender y dirigir negocios y los poseedores de estas fortunas son personajes muy respetados y sus opiniones deber ser, por lo menos, escuchadas con atención. Algunos, incluso, hacen ostentación de su riqueza para ganar cuotas de prestigio. No se sospecha sobre el origen de estas fortunas.
No hay ninguna limitación legal del capital que pueda poseerse, aunque sea exorbitante. En la concepción calvinista de la vida el éxito económico es una recompensa de Dios por una buena conducta, por una vida esforzada.
Los escándalos aparecen cuando se detectan fraudes fiscales o un origen sospechoso del dinero porque no está registrado en la contabilidad.
Vivimos en una sociedad en la que se considera que la codicia es el motor de la economía, que no debe haber ninguna limitación a la riqueza que, además, da prestigio. Vivimos en una sociedad propicia para la corrupción económica cuando fallan los principios éticos.