Poco imaginaba Diego, que un simple clip del ordenador le cambiaría la vida. Minutos antes pensaba que su carrera de periodísta estaba encallada. Frunció el entrecejo al recordar el número de currículum vitae que había enviado, los cursos de formación realizados y las buenas palabras de: ya te llamaremos. Resopló. Todavía simultaneaba contratos de tres en tres meses, que se asemejaban más al de chico de recados que a periodista en plantilla del periódico «La Pagina». De buena gana, hubiera soltado amarras y se hubiera lanzado a la aventura del extranjero, si no fuera por su novia. Diego se encargaba de la penúltima página del periódico, y entre los informes meteorológicos, farmacias de guardia, los horarios de misas y los crucigramas notaba que su cerebro se convertía en un secarral y la meta de llegar a ser un gran escritor, era tan inalcanzable, como el despacho acristalado del Presidente de la «La Página». Ni tan siquiera cubría una rueda de prensa desde hacía un mes..
Cuando su pensamiento derrapaba en abismos tortuosos, su ordenador le anunció un e-mail : «Me tienes que hacer un favor, ¿quedamos en la máquina de café dentro de una hora?.» Era el redactor de cultura. Y rápidamente tecleó: «Si».
Cinco minutos antes de la cita, Diego se dirigió a la cafetera. Se puso un café bien cargado y revolvió el azúcar. Al rato apareció el redactor de cultura, y sin perder un minuto y bajando la voz le soltó: «El jefe me ha encargado una entrevista con el escritor de moda, Tadeo Castro, es el próximo jueves, tengo un billete para París y no puedo perderlo» No era la primera vez que le hacía una sustitución, sin conocimiento de sus superiores. El redactor le daba la mitad de lo cobrado por el artículo, y Diego lo festejaba con su novia, cambiando las anodinas pizzerías de fin de semana, por restaurantes de moda, y de paso se quitaba el óxido que la última página impregnaba a su cerebro. «Pero, Tadeo Castro, es un crack, no sé si podré». El redactor de cultura apreciaba la escritura de Diego, y su olfato para descubrir a los personajes en las entrevistas. Seguro que lo haría mejor que él, tenía ilusión, juventud y talento, que lo desaprovechaba en su cometido de crucigramas y temporales por Levante. Una sustitución que le hizo el joven redactor sobre el congreso del partido demócrata, descubrió que tenía madera, una madera que cuando tenía necesidad, la aprovechaba de «negro».
Diego se preparó la entrevista. El redactor de cultura le había dicho que era un tipo rencoroso, pero Diego no se dejaba influir, y a las 11 de la mañana del jueves entraba en el Gran Hotel donde Tadeo Castro le esperaba para la entrevista. Tuvo que esperar una hora en la antesala de la habitación. Previamente el escritor tenía una sesión de fotos. Las escasas veces que abrían la puerta, vio a Tadeo sentado en un taburete apoyado en la pared. La expresión era maliciosa y extraviada. Entre sus dedos un cigarrillo que parecía no tener fín y un abrigo tweed que bien podría valer 500€ y qu llevaba a modo de trapo.
–Tiene una hora– le dijo el asistente de Tadeo
Se quedaron solos en la habitación. A primera vista todo parecía normal en el escritor, pero pronto Diego le notó atrapado en su pose, desvalida y cruel. Empezó a preguntar, y Tadeo en una alarde de destreza, le contestaba, hacía aros de humo, y se hundía más en la butaca. El escritor empezó a mover la pierna cruzada sobre la rodilla con impulso. La atmósfera de la habitación se hizo espesa. Diego comprobaba que la entrevista hacía aguas, siguió preguntando. Tadeo se levantó y andaba de un lado a otro de la habitación. Diego sudaba.
–¿Cuanto tiempo llevas en esto, muchacho?–
–No mucho– carraspeó – continuó ¿Qué le diría usted a un escritor que empieza?–
El escritor se puso a su lado, el olor a tabaco le desagradó a Diego, se echó para atrás en la silla y Tadeo cogiéndole la barbilla le dijo:
–Déjate de chorradas, si quieres yo te puedo ayudar. Tengo influencia– . Sus miradas se cruzaron. Diego, apartó la cabeza y le preguntó otra vez –¿Cuanto hay de usted en el protagonista de su último libro?
Y en ese momento Tadeo cogió el sexo de Diego con una fuerza inesperada entre sus manos de manicura. A Diego le recorrió la espalda un sudor frío que no había sentido desde la muerte de su padre. Se puso de pie echando para tras la silla y salió de la habitación dando un enorme portazo.
Pasada una semana, el rumor era insistente en la redacción, el representante de Tadeo Castro había enviado una carta demoledora sobre su entrevistador al periódico y exigía una reparación. El director lo solucionó rápidamente, despidió al redactor de cultura e invitó a Diego a que se dedicara a dichas páginas para que fuera cogiendo experiencia. Otra vez calló las circunstancias de la entrevista. Y sepultó la verdad que asomaba en su interior.
Al cabo de un año, Diego se sentaba en la segunda fila de la redacción, tenía una columna propia y sus superiores le felicitaban por sus artículos. Un día su jefe le dijo: «Tienes que hacer un entrevista a un escritor, que acaba de publicar una nueva obra. Entre nuestro periódico y la editorial del libro hay intereses económicos. Hazle bien la pelota». Y tiró una foto a su mesa. Allí estaba Tadeo Castro, rodeado de niños.
Diego sintió un escozor, quiso decir algo pero las palabras se le quedaron en el fondo de su garganta, como aquella vez, como casi siempre.