Desde los albores de las primeras culturas la humanidad se ha interrogado sobre los grandes misterios del universo, de las tormentas e inundaciones que asolaban sus campos, de la muerte y el ansia de supervivencia y ha elaborado respuestas mitológicas sugerentes, fantásticas pero carentes del menor rigor científico.
El Génesis es una bellísima narración de la creación del mundo y del primer hombre, refleja el profundo y elaborado sentimiento religioso del pueblo hebreo pero no es un tratado científico.
La ciencia empezó a esclarecer muchos misterios, tuvo un gran impulso a partir de los siglos XVI y XVII y este desarrollo científico se ha ido acelerando hasta nuestros días. Los avances han sido espectaculares y ahora comprendemos razonadamente muchos fenómenos que eran inexplicables y estaban rodeados de misterio y de magia.
Ahora sabemos que nuestro universo es el resultado de la explosión del Big bang que tuvo lugar hace unos 14.500 millones de años cuando toda la materia estaba concentrada pero ¿qué había antes?
Ahora sabemos que el universo tiene un límite, termina a una distancia de unos 13.000 años luz de la tierra pero, ¿qué hay al otro lado?
La primera bacteria, muy elemental pero con capacidad de reproducirse, se formó en el agua hace unos 3.700 -3.800 millones de años, ¿cómo?
La lista de preguntas es interminable, sabemos muy bien cómo se producen las tormentas y los rayos, cómo han evolucionado las especies, cómo se transmiten las características de una especie en la reproducción pero continúan las preguntas cada vez más inquietantes. Es posible que la ciencia llegue a desvelar muchos enigmas actuales pero cada avance abre nuevos interrogantes.
Se nos plantean unas cuestiones, unos misterios que la ciencia no ha resuelto, que parecen desbordar el ámbito mismo de lo científico e inducen a la especulación filosófica o a las respuestas de las religiones.
La ciencia nos enfrenta al misterio cara a cara como les sucedió a las culturas primitivas.