Vuelve la Navidad con su color y su ruido, su silencio profundo más allá de las palabras, su deseado retorno a la normalidad. Nos disponemos con el mejor ánimo a celebrar estas fiestas atravesadas de incertidumbre. El escenario y el argumento son ingratos: la aspereza de la vida, el vuelo corto de la mediocridad, la terca y exasperante monotonía, los discursos políticos hirientes y escurridizos…
Pero están presentes también en nuestro mundo el aliento de la belleza, la imprescindible caricia de la ternura, el filo penetrante del pensamiento, el bálsamo vivificante de la cultura y de la creatividad, el equipaje moral de la coherencia, la intensidad emocional que perfila nuestra vida, la complicidad y la compañía que mutuamente nos brindamos… Todos estos elementos componen un tejido estimulante sobre el que descansa el aliento de la Navidad.
Porque nuestra vida está hecha de pequeñas cosas y de grandes palabras, y la Navidad es una de ellas. De ahí la importancia y el encanto de nuestros regalos en estas fechas: un bello objeto de arte o una botella de buen vino, pero también un sincero abrazo y la expresión de los mejores deseos en nuestra mirada.