No voy a escribir sobre el famoso libro de Tolstoi, sino sobre la cruenta y cruel guerra que asola y destroza a millones de personas, nos llena de muerte y de tiniebla con el estrépito de las bombas y el silencio que sigue a la destrucción.
Escribo desde el sentimiento, que es mi única riqueza y mi mayor recurso, desde el empeño sincero por una solidaridad limitada pero auténtica, desde la aproximación profunda al dolor y a la desgracia de las víctimas, al desconsuelo de los huérfanos, al silencio clamoroso de las personas más frágiles y abatidas, a todos los heridos por la crueldad de la tiranía política.
Deseo, suplico y exijo la paz de los estados, la armonía entre las naciones, una verdadera justicia para todos los pueblos desde el respeto a los derechos humanos y a la dignidad de las personas. Y todo ello lo exijo y lo suplico no con la rigidez y lejanía del lenguaje político sino con la calidez y la proximidad de la lucha ciudadana y del compromiso personal.