A lo largo de la historia la ciencia y la técnica han aportado grandes avances a la humanidad, han permitido aumentar considerablemente la producción de alimentos, han logrado curar e incluso erradicar muchas enfermedades que ocasionaban grandes epidemias, se ha prolongado considerablemente la esperanza de vida, tenemos una facilidad de desplazamientos y de comunicación extraordinaria y se han reducido considerablemente los trabajos penosos. La relación de avances aportados por la ciencia y la técnica que han incidido de forma decisiva en nuestras vidas es interminable.
Por los años veinte del pasado siglo, quizás influido por el clima de optimismo que aportaban las nuevas maquinarias, un ilustre autor escribió un libro que en aquellos tiempos tuvo mucha repercusión en algunos medios, se titulaba Los Ángeles de Hierro. Sostenía que los avances de la humanidad se debían a la técnica, a las máquinas, no a las evoluciones políticas, sociales o ideológicas.
Pero ahora resulta que en un momento en que se han logrado avances en la ciencia y en la técnica insospechados hace solo cincuenta años, ahora la humanidad está sumida en el dolor, hay masas hambrientas, hombres, mujeres y niños que mueren de hambre, hay un sinfín de guerras con toda su crueldad, muchas de ellas olvidadas, en muchos países se practica e incluso se justifica la tortura con las técnicas más sofisticadas, en algunos que se presenta como defensor de la democracia, mientras que se están amasando grandes fortunas que consiguen el suficiente poder para imponer sus directrices y lograr más riquezas avasallando la dignidad y la vida de las personas. Hoy en el mundo, o por lo menos en algunos países, el poder real lo tienen los grandes grupos financieros y económicos.
Amplios sectores achacamos esta situación al perverso sistema económico y social imperante, al sistema capitalista, al neoliberalismo, que ya denunció Karl Marx hace más de siglo y medio porque basa el desarrollo en el desmesurado afán de lucro personal a expensas de la explotación de los trabajadores y de los países. El sistema conduce a la concentración de la riqueza y el poder en pocas manos. En esta situación la expresión de las opiniones, de los deseos y de las necesidades de la población queda eclipsada, la democracia queda desvirtuada, manipulada.
Algunos, muchos, abogamos por un cambio de sistema, por un modelo de relaciones de producción, de relaciones humanas que no conlleve la explotación y la pobreza y tienda a lograr una sociedad más justa, más solidaria, sin las fragantes diferencias económicas y sociales de la actualidad entre las personas y entre los países, una sociedad en que todos los hombre y mujeres logren recuperar la dignidad.
Se puede lograr este cambio, este nuevo modelo de relaciones humanas, aunque sea difícil, muy difícil, pero hay que tener muy presente que no se podrá conseguir la sociedad nueva que queremos si no se impulsan unos profundos valores éticos en la conducta personal y en la conducta colectiva. Si no estamos imbuidos de unos firmes principios éticos no podremos lograr una sociedad más justa y más solidaria.
Y para alcanzar el poder, el poder para cambiar la situación, no valen las maniobras turbias, las mentiras, las luchas para alcanzar más poder personal, es necesario actuar con la mayor honestidad y con un profundo respeto a todas las opiniones.