Cada vez nos llegan más noticias desoladoras sobre la destrucción de obras valiosas del arte y de la cultura universal a manos de agentes salvajes, sean del estado islámico o de otras procedencias. Piezas y monumentos de notoria antigüedad y de valor artístico y documental incalculables destruidos por la barbarie de quienes están desprovistos de la mínima sensibilidad, conciencia, sentido y dignidad de la vida.
Porque vivimos con la certidumbre de que estos tesoros del arte y de la cultura no solo constituyen el patrimonio cultural de la humanidad –concepto un tanto vago y genérico- sino de que forman parte de nosotros mismos. Estas agresiones brutales se dirigen también a cada uno de nosotros, a nuestra humanidad y dignidad personal. Porque un mundo sin belleza sería inhabitable y porque las expresiones del arte suavizan y atenúan la aspereza de la vida.
Es el viejo tema de la civilización contra la barbarie, que presenta diversas expresiones y modulaciones. Porque existen otras muchas muestras de destrucción y de abandono, dentro y fuera del ámbito cultural. La reciente tragedia aérea de los Alpes es la muestra más dramática de destrucción de vidas humanas, sin entrar en sus causas e implicaciones, sino considerando solo su desnudo carácter de tragedia en estado puro. A ella se pueden agregar las guerras, la violencia terrorista, todas las formas de atentados contra los derechos y los valores humanos.
A otro nivel, la falta de apoyo institucional a expresiones sustanciales de la cultura, como la industria del cine y la del libro, es también preocupante, y ello contando con todos los inconvenientes y dificultades, como la piratería informática. El arte del cine y de la literatura son indispensables en el mundo del conocimiento y del desarrollo intelectual.
En el recuento de diversos tipos de destrucción ha de constarse necesariamente el abandono o descuido de valores profundamente humanos (como la veracidad y la profundidad) cuya ausencia conduce, por una parte, a la falta de credibilidad que padecemos (en el ámbito político y en otros) y, por otra, a la trivialidad y mediocridad dominantes. Muchos gobernantes y políticos se han instalado pertinazmente en la mentira, y desde ahí se defienden, rechazando y bloqueando toda crítica y todo intento de transformación constructiva. Lo cual conlleva a la falta de confianza hacia ellos por parte de la ciudadanía. De otros actores sociales podríamos decir cosas parecidas.
Creo que estas variadas formas de destrucción solo pueden combatirse con dos actitudes fundamentales, entre otras: La creatividad y la resistencia. La creatividad modesta y cotidiana que alumbramos desde lo profundo de nosotros mismos, cada cual en su parcela y con su estilo propio, en el trasiego de la convivencia. La resistencia a dejarnos destruir a cualquier nivel, manteniendo la dignidad y valor de lo conseguido y creciendo cada día en las posibilidades y horizontes que se nos presentan.