Caminaba lentamente, sabía que aquella mañana daría su última clase, el nuevo director le había comunicado con su habitual desparpajo cargado de prepotencia, mezcla de esas buenas palabras, las “guais” y retórica mundana sacada de una escuela de negocios, en la que explicaba que él ya no estaba preparado para dar clases de filosofía a jóvenes quinceañeros y, por tanto, pedía a su “estimadísimo don Matías”, que frisaba los setenta años, que dejara paso a la juventud. Luego vino una sonrisa discreta, una palmadita en su abultada espalda y el compromiso de que el claustro de profesores le daría un homenaje la próxima primavera. “A buen entendedor…” – pensó – mientras salía abochornado del despacho del director, tomó el largo y oscuro pasillo que le conduciría a clase, mientras fue recordando retazos de esos cuarenta años dando clase con dedicación y el escueto final; una sonrisa cínica que le mostraba discretamente la puerta de salida de la docencia.
Cierto que su visión no era buena, tanto era así que los gruesos cristales hacían sus facciones un punto cómicas, ridículas, por ese motivo, desde hacía más de dos décadas el alumnado le colgó el apodo de “El Topo”. Era evidente que no veía bien, pero su capacidad de análisis seguía siendo bueno y respondía cada curso a los requerimientos de la clase, quizá mejor que antes, cuando recién terminada la carrera, comenzó a enseñar filosofía.
Había aprendido a desarrollar las sinapsis neuronales en su alumnado mediante la metáfora y el simbolismo, sabía como introducir parcelas de duda en su frenada y hormonada lógica para que aprendieran a combatir el negacionismo creciente y las trampas de las redes sociales. En resumen, para evitar que sus alumnos fueran unos de los tantos miles de seres influenciables por falta de criterio.
Llegó frente a su aula, miró la puerta que le cerraba el paso, era una madera vieja, desportillada, carcomida, arruinada… Pensó que era posible que se encontrara tan deteriorada y falta de estética como él lo estaba, pero seguía ahí, cumpliendo su función; abría y cerraba. Él también seguía abriendo las mentes de sus jóvenes alumnos a criterios sensatos y cerrándolas perfectamente a los cientos de pareceres insensatos.
Entró en el aula N.º 3, donde impartía clases durante más de treinta años, era su segunda casa. El alumnado estaba relajado, hablando de sus cosas. Le saludaron correctamente. María, la alumna más locuaz se acercó a él mostrando una brillante y pícara sonrisa y le dijo a Matías, al “Profe de Filo”, que era el día de los enamorados y les gustaría a los compis que se hablase sobre ese tema: el amor. El resto de chavales aplaudieron la idea de María. A “El Topo”, no le quedó otra. Al fin y al cabo, cualquier tema podía ser interesante y ese, el amor, en sus actuales momentos, era lo más importante.
Se sentaron todos y “El Topo”, tras reflexionar unos segundos comenzó la clase:
– ¿Estáis todos de acuerdo en que el patrón del amor sea un tal Valentín? ¿Merece ostentar esa responsabilidad? ¿Su historia es leyenda o realidad? Quiero conocer vuestras opiniones.
Nadie respondió, los alumnos se miraban sin saber qué decir, alguno tiró de móvil para poder contestar a “El Topo”
Al fin Lola, la más activa en redes contestó la pregunta:
– Profe, aquí dice que hubo tres santos llamados Valentín, en esas épocas: Un médico y dos obispos. ¿Cuál de los tres fue el verdadero?
– Buena pregunta Lola, contestó don Matías.
– Como suele ocurrir, las historias apócrifas se enredan con la realidad, con los siglos las leyendas perduran con más insistencia que los hechos reales. Así es la vida, hay que profundizar en el tema para poder responder objetivamente. En este caso, por lo que recuerdo, una leyenda habla de que un obispo llamado Valentín se enamoró de la hija de su carcelero, otra leyenda cuenta que otro obispo, también llamado Valentín, casaba a escondidas a jóvenes enamorados, aún existiendo la prohibición del emperador de no casar a los más jóvenes para evitar que estos no fueran a guerrear. ¿Con cual de las dos historias nos quedamos? ¿Cuál de las dos historias os parece de mayor mérito para ser considerado por la iglesia el patrono del amor?
Los jóvenes se miraron nuevamente, opinaron, debatieron sobre el amor hacia una mujer o el amor a la humanidad, al evitar con la unión que ellos fueran a la guerra. Tras mucho tiempo discurriendo, no llegaron a conclusión alguna. Faltaban datos, decían unos, faltaba lógica, otros…
Matías disfrutaba escuchando cada una de las opiniones y argumentos de los jóvenes. Cuando comprendió que aquello no llegaba a ningún sitio les ofreció una nueva pista:
– Debéis tener en cuenta que desde 1969, la iglesia eliminó a san Valentín del calendario canónico, es decir, para la iglesia, ese santo no ejerce ningún patronazgo sobre amores ni enamorados.
La clase entera se alborotó, Lucho, el más rebelde y romántico de la clase se levantó de un salto y comenzó a lanzar improperios. Antón, el más ácrata y descreído rió mientras se burlaba de aquel pretencioso debate sobre absurdos teo-mercantilismos: Menos santos y más salarios – gritaba y reía alborozado.
Matías les dejó nuevamente expresarse libremente, hasta que volvió a considerar que era el momento de encender una nueva llama:
– Es muy cierto que el negocio hizo que la figura de un santo se convirtiera en algo importante para los enamorados. ¿La culpa de esa fama fue del santo, de la iglesia que lo había galardonado con ese patronazgo, acaso de los comercios que intentaban ganar dinero o de la gente corriente, como nosotros, que aceptó el reto comercial?
Volvieron los instantes de silencio, quizá de un cierto desconcierto entre el alumnado, al fin Reme, la pelirroja de la clase, una mujer muy sagaz, se atrevió a contestar:
– No hay que buscar culpables, Profe, acabo de leer que la aparición de este santo procede de la reasignación de la iglesia a las “Lupercales”, las fiestas en honor a la primavera, que hace siglos se realizaban en Roma. Cuando la iglesia intentó cristianizar las pautas sociales antiguas echó mano del santoral y elevó a Valentín al rango de patrono del amor, dejando las fiestas lupercales en el más completo olvido. Los culpables fueron aquellos que admitieron ese cambio. De igual modo que la mercantilización de la fecha dedicada a los enamorados tiene unos culpables. Y no son quienes incitaron a ella, los comerciantes, sino quienes la aceptaron. Mi abuela dice que, de no ser por san Valentín, nunca hubiera escuchado de mi abuelo un “te quiero”. Y el amor, como la amistad hay que cultivarlo a diario. De esta forma, al menos se hace posible cada año escuchar y decir un “te quiero”.
– Has dado una gran respuesta Reme – dijo Matías. Según tu opinión, el día de los enamorados sirve para recordar que cerca de cada uno hay una persona que nos quiere y a quien queremos y que, como la flor del almendro, cada año por estas fechas hace su aparición y que hay que agasajar con esperanzas renovadas, para que siga ahí, a nuestro lado, aunque no digamos “te quiero” y solo lo demostremos.
– Así es Profe, es una forma indirecta de celebrar la primavera, celebrando la renovación anual del amor.
– Pero regresemos al principio – volvió a preguntar a sus alumnos –: ¿San Valentín es el santo más idóneo para representar el amor que se da y se recibe?
Nuevamente la clase quedó en silencio. Nadie del alumnado supo que contestar. No conocían ningún referente proclive al amor en el calendario litúrgico. Tras escuchar el silencio de aquellos muchachos “El Topo”, dejó caer una propuesta.
– Quizá habéis estudiado la vida y obra de una mística llamada Teresa de Ávila.
– Al contrario que con los Valentines consultados, su historia no se trata de ninguna leyenda. Ella misma describió sus sentimientos, sus sensaciones amatorias. Tan intensas fueron que le llevaron a algo que, posiblemente, ninguno de vosotros experimentará a lo largo de la existencia: levitar.
– Pero Profe, eso que cuenta santa Teresa es una ensoñación – contestó María ofuscada.
– ¡Además, ella dice que fue un ángel quien la atravesó! – explicó Lucho con marcada ingenuidad.
– ¿Teresa de Ávila, sintió lo que escribió y describió o pertenece a una leyenda? ¿El amor que emana de un sueño es menos amor que el real? En el amor, ¿dónde comienza el sueño y termina la realidad? ¿No ha sido ella y solo ella la que ha explicado perfectamente una apasionada relación amorosa? Pensadlo un poco. Es así, nadie como ella ha tratado ese amor especial, el amor místico, pero tampoco ningún otro miembro del santoral ha explicado sus experiencias amatorias con esa intensidad.
– La santa por algo es doctora de la iglesia, lo dice fb, es de suponer que es por algún motivo – apostilló Luisa.
Toda la clase quiso hablar y dar su opinión al respecto. En el fondo y en la forma don Matías, “El Topo”, tenía un buen ojo. Sabía dirigir los debates, soltar las pistas poco a poco, hacer que chicas y chicos debatieran, razonaran, usaran las redes con inteligencia y encontraran posibles soluciones a las muchas preguntas que les iba haciendo la vida.
Sonó el timbre, la clase, su última clase había acabado. Matías se puso en pie, aunque en el fragor del debate nadie de la clase lo advirtió.
Recogió los papeles guardados en los cajones de la mesa y lentamente los colocó en la vieja cartera de piel que siempre llevaba con él.
Sonrió a sus ya exalumnos y pensó en el futuro de ellos, se despidió en voz baja, sin dar explicaciones, con un sentido: ¡Hasta siempre, juventud amiga! ¡Os quiero!
No miró hacia atrás, el alumnado seguía debatiendo sobre si la iglesia podía dirigir y manipular a la sociedad pautando sus formas, mientras que otros creían que era el comercio quien no podía empoderarse de la sociedad, y que eran ellos, todos ellos, los que formaban la sociedad y quienes debían participar y organizarse. Lucho, explicaba que tanto la iglesia como el comercio formaban parte de esa sociedad y que, por tanto, tenían derecho a proponer cualquier cuestión de su interés. Si acaso la culpa por admitir sus criterios partidistas, era del resto de la aburrida y tediosa sociedad que ellos ayudaban a mantener tan timorata y alejada de las necesidades reales, como siempre. La sociedad se deja convencer – analizó Luisa –, pero nosotras, todas nosotras estamos preparadas para evitar que una vez más ocurra eso, que otros poderes nos manipulen a su antojo. No hay por qué levantar la voz para oponerse, hay que elevar el criterio…
Matías les escuchó y cerró la puerta tras de sí, contento por su labor. Ese era el mejor homenaje que podrían hacerle, la mejor prueba de amor; el debate razonado.
María, en plena polémica advirtió que “El Topo” ya no estaba en el aula y había un folio caído en el suelo, cerca de la puerta, lo cogió y comenzó a leerlo. Pidió silencio varias veces, al final todos hicieron caso. Fue cuando comenzó a leer en voz alta lo que había escrito en ese papel:
Amor
¡Madre!,
Quiero ser como esa,
La monja de la escultura,
A la que llaman Sta. Teresa,
La que sufre con dulzura.
Dicen que tuvo amores
Desde otras dimensiones
Nunca conoció a señores
En esas excitaciones.
No quiero vivir la calma,
Busco esa íntima pasión
que me arrebate el alma
y me queme el corazón.
Sentir el fulgor celestial,
Que atraviese mi cuerpo,
Que beba de este manantial
Que se mantiene tan seco.
¡Madre!,
Quisiera ser como ella.
Que se siente poseída
Por el fuego de una estrella
Que le secuestra la vida.
Que vive sus relaciones,
Siempre espirituales,
Que son como canciones
Con seres angelicales.
¡Quiero ser como la Santa!,
¡Quiero vivir ese fuego,
Que atraviese mi garganta
¡Y me hierva todo el cuerpo!
¡Madre!,
Quiero ser como ella,
sentir con ojos y oídos,
Gozar su polvo de estrellas
Que embelesen mis sentidos.
Que sensación más profunda
Tenerle dentro de mí
Y sentir como me inunda
Su místico frenesí…
Sus caricias me enajenan,
Su presencia me encandila,
Sus caricias me condenan
Hasta ofrecerle mi vida.
¡Madre!,
Me siento tan feliz,
Por llegar a este estado,
De tanto y tanto sentir,
Cuando me roza su mano.
Me derrito complaciente,
A su voluntad me postro,
Y dejo en blanco mi mente
Esperando nuevos gozos.
¡Madre, yo quiero ser…!