A los pies de Felipe IV jinete en bronce con su caballo en dos patas, quedamos el pasado jueves 14 de abril para dar nuestro acostumbrado paseo por Madrid.
Naturalmente me refiero a la escultura ecuestre que se encuentra en mitad de la Plaza de Oriente. En este ingenio escultórico regalo del banquero genovés Andrea Doria al monarca español, participaron de un modo u otro, cuatro genios de la época. Diego Velázquez y el escultor Martínez Montañes por parte española que proporcionaron las imágenes con las que trabajaría en el retrato el escultor italiano Pietro Tacca, y la inestimable colaboración de Galileo que dio la idea de hacer los cuartos traseros del equino macizos y el resto del grupo escultórico hueco, para mantener al caballo en equilibrio.
Nos dirigimos a Palacio y más concretamente al ala norte del mismo para contemplar desde lo alto los Jardines de Sabatini y la mole inmensa del palacio.
Estos jardines no fueron obra del arquitecto italiano, como muy bien podría llevarnos a engaño el nombre de los mismos. De hecho su plantación y diseño viene de los años de la República y no se terminan hasta muy avanzado el franquismo.
En su lugar estuvieron las Caballerizas Reales. Y estos edificios que sí eran obra de Sabatini estuvieron en pie hasta bien avanzada la década de los años 20 del pasado siglo. Después se proyectaron los jardines que conservaron el nombre del arquitecto autor de las caballerizas y lo que es más importante del palacio.
Hermosas vistas vamos a disfrutar durante nuestro pulular. Vamos a caminar por la Cornisa de Madrid.
Así continuamos por la fachada de Palacio hasta llegar a la gran explanada que separa Palacio de La Catedral. Una empalizada de tablas nos impide asomarnos a la cornisa para disfrutar del paisaje. La barrera es provisional. Mientras se termina el nuevo Museo de las Colecciones Reales. No obstante por una ranura que semeja el disparadero de un nido de ametralladoras, se puede atisbar la entrada de lo que será el nuevo museo. Eso si los más bajitos se quedaron sin verlo porque la tal ranura estaba un poco alta.
Entramos en la Catedral de la Almudena.. Un rápido deambular por el Templo. Solo nos detenemos un rato ante el magnífico lienzo de Isabel Guerra, que representa alegorías de la vida de una religiosa de la que no recuerdo el nombre. Las pinturas de Kiko Argüello nos observan desde la cúpula sobre el altar mayor que se encuentra justo en el centro del crucero. Un hermoso Cristo de Juan de Mena procedente de la Colegiata de San Isidro es el único ornato.
Salimos de la Almudena y dirigimos nuestros pasos hacia la calle Bailén. Antes de cruzar el viaducto, observamos los hermosísimos pisos con magníficas terrazas y mejores vistas del edificio que hay justamente antes del viaducto. En uno de estos modestos pisos vive hoy en régimen de ‘austeridad y monacato’ nuestro anterior arzobispo Cardenal Rouco Valera.
Bellas vistas también desde el Viaducto. El antiguo de hierro que fue construido en los años 80 del siglo XIX, enseguida fue el sitio preferido por los suicidas de Madrid. Sustituido en los años 30 por este de piedra y hormigón, los amantes del puenting sin cuerda siguieron arrojándose a la calle Segovia con excesiva frecuencia. Por lo que un buen día el Ayuntamiento decidió poner unas barreras de cristal que a la postre aunque impiden al viandante asomarse al balcón y no constituyen un elemento nada estético, han resultado muy efectivas a la hora de frenar los impulsos voladores de algunos de nuestros vecinos.
Cruzamos el Viaducto y nos adentramos en Las Vistillas. En este recinto se celebran algunas de las verbenas más castizas del foro. Nos saluda a la entrada La Violetera. Un verdadero bodrio escultórico de la época Leguina. Detrás el neomudéjar del Seminario.
Salimos a San Francisco el Grande, con su imponente cúpula. La tercera más grande de la cristiandad. Solamente superada por el Vaticano y el Duomo de Florencia. Esta cúpula la terminó Sabatini. Las trazas del templo son del Hermano Cabezas, un lego franciscano que falleció antes de concluirlo. Y el continuador de su obra no supo llevarla a término. Esa fue la razón por la que el arquitecto italiano se hizo cargo de la finalización del proyecto.
Larga es la lista de utilidades que se le han dado a esta iglesia y al convento que hubo anexo. Fue cuartel durante el reinado de José Napoleón. Posteriormente fue el lugar elegido para convertirse en Panteón de Hombres Ilustres, y al fin a finales del XIX le fue entregada la iglesia a la Orden de Jerusalén, que se ocupó de su ornamentación utilizando para ello grandes pintores de finales del XIX. Hasta nuestros días es dicha orden la encargada del templo y aquí realizan los capítulos de la orden en los que algunos van vestidos como en las bodas el Marqués de Villaverde. Agüita…
Lo demás es el trayecto que nos queda por recorrer por la Gran Vía de San Francisco hasta la Puerta de Toledo. Esta Gran Vía se abrió en los años 50 del pasado siglo, constituyendo una verdadera intervención urbanística de gran calado, ya que se derribaron más de 180 fincas de viejo caserío. Un antiguo proyecto de la época de la República para unir la calle Bailen con los barrios del sur.
Terminamos nuestro paseo en la Puerta de Toledo, erigida, según dice la leyenda latina que está inscrita, en memoria del regreso de El Deseado Fernando VII. Pero lo cierto es que empezó a erigirse en tiempos de José Napoleón.
De aquí a un barcito que hay en la calle Toledo, y hasta otro jueves.