Desde el día 27, Madrid tiene nueva alcaldesa. Es la primera vez en la historia que la capital tiene una mujer al frente del Consistorio y, como todo el mundo sabe, ha sido Ana Botella quien tiene este privilegio.
Varias voces se han alzado para criticar el, a su juicio, déficit de legitimidad democrática, por el hecho de aparecer en segundo lugar en las listas del Partido Popular y no haberse sometido directamente al escrutinio de las urnas. Pero no es ese el principal problema que presenta la nueva primera regidora, ya que ha ido en la lista más votada por los madrileños y ha sido su partido el que ha decidido su situación.
El hecho es que Alberto Ruiz Gallardón, aseguró por activa y por pasiva que su máxima ilusión era ser alcalde y que sus aspiraciones estaban más que colmadas con dicho puesto. Él fingió ser sincero y los madrileños fingieron creerle, porque sus aspiraciones a figurar en el Gobierno de la Nación eran más que sabidas. De forma que dadas como estaban las cosas nadie debía ignorar que la salida de Gallardón comportaría el ascenso de Ana Botella a la alcaldía. De manera que menos vestiduras rasgadas y más analizar otros aspectos mucho más esenciales.
En primer lugar está la propia esencia del sistema electoral. Listas cerradas y bloqueadas. Circunscripción única. Es decir, nula participación del ciudadano en la decisión de quien y donde va en esas listas y en cuanto a los militantes de los partidos, ya se sabe que “el que se mueve no sale en la foto” y que en todos nuestros partidos de esencia bolchevique, el que manda es el aparato y en última instancia el secretario general. Así que lo que hay que criticar con energía y rechazar, es este sistema que no concede al ciudadano más que una mínima capacidad de decisión sobre quien ha de ser elegido. Ir en primer, segundo o decimonoveno lugar, es algo que se dirime fuera de nuestro alcance y eso es lo que habría que cambiar prioritariamente.
En segundo lugar habría que preguntarse ¿porqué está ahí Ana Botella y que representa?. Esta mujer, que pertenece al cuerpo de técnicos de Información y Turismo, entró en el año 2003 como concejal del Ayuntamiento (responsable de Empleo y Servicios a la Ciudadanía) y segundo teniente de Alcalde. Obvio es decir que en aquel momento José María Aznar era presidente del gobierno y estaba en el apogeo de su poder. El momento en que las alas más a la derecha del Partido Popular estaban decididas a extender su poder a todas las áreas posibles y uno de los lugares donde un cierto aroma centrista podía detectarse era el Ayuntamiento madrileño, bien conocido por sus enfrentamientos con la “liberal” Esperanza Aguirre. De forma que Ana Botella llegó al Ayuntamiento por decirlo suavemente “en paracaídas” hasta el sillón e ingresó en el comité de dirección popular de Madrid. Y en ambos lugares jamás ha ocultado su cercanía tanto al Opus Dei, como fundamentalmente a los Legionarios de Cristo Rey, una de las organizaciones más integristas del ámbito católico. De manera que Ana Botella es sin duda una excepcional representante del ala más derechista de este Partido Popular que hoy quiere presentarse como integrador y centrista.
Y en último lugar lo más preocupante es la actitud personal, política e intelectual de nuestra ya alcaldesa. Están las hemerotecas llenas de “peras y manzanas”, de estaciones de medición de la polución trasladadas a parques y jardines para maquillar sus datos, de ingeniosas salidas del tipo “más ahoga el paro de Zapatero”, de utilización privada de medios públicos (como utilizar coche oficial y escolta para acudir a la peluquería) y de confusión entre lo público y lo privado (es difícil olvidar el aquelarre de la boda de El Escorial).
Nuestra alcaldesa hereda un Ayuntamiento brutalmente endeudado por el faraónico derroche de emes treintas y palacios de Correos remodelados, derroche de la que es absolutamente corresponsable. Y como no podía ser menos nos anuncia austeridad y recortes (las subidas de impuestos ya llegaron antes en forma de IBI o basuras y es posible que continúen). Más nos valdría a los madrileños que se lo hubieran pensado antes y una buena parte de ese dinero, además de no “gastar lo que no se tiene” –mantra favorito de la actual dirección popular- lo hubieran dedicado a dotar a los barrios de mejores servicios o a mejorar los servicios sociales y no a ensanchar las aceras de Serrano y aledaños.
Pero esto es lo que hay. Los madrileños han votado lo que han votado y esta es la actual alcaldesa, pero ni política, ni intelectual, ni personalmente, parece estar Ana Botella a la altura del cargo para el que ha sido cooptada. ¡Ojalá nos equivoquemos!.