Dar el nombre de personalidades a las calles de una ciudad es una práctica que más allá de su valor o función de “código espacial”, viene a ser a la vez, como es bien sabido, una forma de homenaje a las mismas ó función de conferirles status comunitario. Pero la evocación en el callejero urbano de éstas (supuestamente) “ilustres personalidades”- al igual que la de acontecimientos históricos tenidos por relevantes-, debiera cumplir, al mismo tiempo, con una tercera función: la de ilustrar culturalmente a la ciudadanía, contribuyendo así a mantener la memoria histórica comunitaria (de una nación, de una ciudad o, en fin, de la propia humanidad, etc.). Una tercera función de la nominación de nuestras calles y plazas de la que más bien adolece el caótico callejero de Madrid; pues la rotulación de sus calles es, por lo general muy deficiente, sin que casi nunca incluya ninguna ilustración personal e histórica, es decir: una profesión, unas fechas, un origen social, unos hechos significativos, etc. (fuera del caso típico de la puntillosa distinción de grados de oscuras figuras militares: “general”, “comandante”, “capitán”, etc.). Se trata de una desidia cultural y de una mala práctica, muy característica de la mediocre administración de sucesivos Ayuntamientos madrileños, más volcados en actividades especulativas y “obras faraónicas” que preocupados por promover la cultura popular comunitaria. Mientras semejante mediocridad e incuria municipal de esta vetusta “villa y (por desgracia) aún corte”, sin identidad comunitaria, edificada sobre arenas movedizas, está vinculada, en último término, y de muchas formas, a ser lugar de encrucijada no sólo “de todos los caminos” (como ha cantado Joaquín Sabina), sino también de todos los autodestructivos conflictos de la España Contemporánea. Un campo histórico con agudas contradicciones, luchas civiles y problemas sociales, y en el que emerge precisamente, como su modelo interpretativo quizás fundamental, la ciclópea obra del sociólogo altoaragonés Joaquín Costa y Martínez (Monzón/Graus, 1846-1911), cuya apasionada y creativa personalidad da nombre a una de las grandes vías de Chamartín.
Desde el punto de vista espacial, la vía denominada “Joaquín Costa” forma parte de las antiguas Rondas o “segundo cinturón” madrileño, en la frontera entre los distritos de Salamanca y Chamartín, dirigiéndose desde el Paseo de la Castellana hacia el sudeste de este último distrito. Y puede considerarse, además, curioso que la de “Joaquín Costa” sea una calle, que si bien de forma algo oblicua, ocupa una posición casi central y paralela entre dos grandes vías-del “ensanche burgués” Salamanca/Chamartín, que ostentan los nombres de otras dos insignes figuras del Aragón contemporáneo: la calle del médico y neurólogo Santiago Ramón y Cajal (Petilla de Aragón, 1852-1934) y la calle del pintor Francisco de Goya y Lucientes (Fuentedetodos, 1746-1828). Pues el relativo paralelismo espacial de estas tres grandes vías evoca, en este caso, una significativa afinidad-y no sólo por su origen geográfico-, entre estos tres personajes como encarnación arquetípica de la idiosincrasia aragonesa, al caracterizarse igualmente los tres por su energía e independencia personal, su tenacidad obsesiva, y la fuerza y creatividad de su trabajo.
De los tres, Costa es hoy, sin duda, el menos conocido por la ciudadanía; más aún, habiendo llegado a ser el más célebre tribuno popular y teórico crítico de la crisis nacional de 1898-no sólo como “el mejor intérprete de la angustia española” según el historiador catalán Jaume Vicéns Vives- ha concluido siendo “el gran desconocido” (según el historiador británico George G.J.G. Cheyne, uno de sus máximos estudiosos. De tal modo que se produce hoy la paradoja de que existiendo en la mayoría de las ciudades españolas una calle “Joaquín Costa”, y de que numerosas escuelas e institutos llevan su nombre, casi ningún ciudadano-incluidos bastantes universitarios- es capaz de asociarlo con ningún contexto histórico y cultural. Por lo que el “Caso Costa” pone así en evidencia, como pocos otros, la inepcia de los callejeros urbanos españoles para contribuir a la formación de una cultura comunitaria.
Nacido en 1846- durante la Monarquía de Isabel II-, en Monzón (Huesca), en el seno de una modesta familia del pequeño campesinado del Alto Aragón-pronto asentada definitivamente en Graus-, aquella época, de un joven trabajador rural que llegaría a convertirse en uno de los intelectuales más significativos y renombrados de la Institución Libre Enseñanza a finales del siglo XX. Una esforzada trayectoria en la que el joven Costa pasó de realizar trabajos manuales- en el campo paterno, en la construcción, como criado….-, a conseguir estudiar y doctorarse en Derecho y Filosofía en la Universidad de Madrid hacia 1873 (en tiempos de la Primera República). Para lo que Costa luchó durante años, falto de recursos, en condiciones a veces humillantes, mientras iniciaba la atrofia de su brazo derecho por una parálisis progresiva, sin dejar de perseguir su sueño y designio universitario, movido, frente a tanta adversidad, tan sólo por su afán de saber, la conciencia de su gran talento y su tenaz fuerza de voluntad. Pero reconocido como un prestigioso intelectual, funcionario del Estado primero, notario, después-aunque fuera de la Universidad y en un nivel económico bastante modesto-, Costa a lo largo de su vida con su origen pequeñocampesino aspirando a representar y defender la causa del mayoritario campesinado en la España de su época.
En su momento originario, la conciencia y perspectiva social del joven Costa-hacia 1869, antes incluso de su tardío acceso y formación universitaria-, surge de su enfrentamiento crítico con la dura realidad de la España rural del orden agrario liberal-burgués, asentado sobre unas masas campesinas con miserables condiciones de vida.; para generalizarse la crítica de Costa, después, en defensa de la suerte de la igualmente extensísima clase jornalera, de trabajadores eventuales y sobre-explotados, al servicio del latifundismo burgués. Por lo que la obra del sociólogo altoaragonés se inicia con la revisión crítica de la Revolución liberal burguesa española- y de su proceso de desamortización de la tierra-, esto es, de las formas de desarrollo capitalista en la agricultura española.
Costa va a dedicar fundamentalmente su vida y sus estudios sociohistóricos no sólo a comprender, sino sobre todo a intentar superar-desde numerosos frentes y niveles: jurídico, político, económico, agrario, educativo, etc.-semejante estructura social dual y conflictiva, formulando un modelo alternativo de desarrollo desde la base, apoyado sobre un programa de propuestas positivas concretas. Un desarrollo que en lugar de destruir las instituciones y procesos comunitarios, los integre redistribuyendo la propiedad agraria, promocionando formas de cooperación económica, educando a la población rural y consolidando una democracia municipal, como defenderá Costa en otra de sus obras fundamentales, la del Colectivismo agrario en España (1998). Contemplados el programa y las propuestas de Costa a largo plazo anticipan, además, muchas de las políticas públicas reales que, de uno u otro modo, han concluido por consensuarse (la política hidráulica, los planes de colonización interior, la agricultura cooperativa y de grupo, la reforestación, el medioambientalisno, la extensión agraria, la creación de un sistema educativo nacional e igualitario, la pedagogía popular concreta, etc.). Mientras su espíritu reformista y procomunitario aparece hoy también como una crítica de los aspectos más negativos del patrimonialismo burgués español: la especulación del suelo e inmobiliaria, el fracaso educativo y la descualificación relativa de los trabajadores subalternos, el caciquismo y la corrupción partitocrática, etc.
Su obra puede considerarse como uno de los núcleos fundacionales básicos de las ciencias sociales españolas contemporáneas, abriendo vías de fecunda investigación en todas sus áreas básicas (la sociología rural, la agronomía, la ecología social, la antropología, la história, la filosofía y sociología del derecho, la teoría política, y en fin, la propia metodología de la investigación, etc.)- sin embargo el pacto tácito amnesia histórica establecido como parte del consenso político (de hegemonía burguesa) de salida de la Dictadura franquista en la Transición a la Monarquía juancarlista, parece haber afectado particularmente al olvido de la figura y las muchas implicaciones críticas y reformistas de la obra de Costa. Porque para muchos de los actuales hagiógrafos o intelectuales orgánicos de la Transición monárquica-hoy hegemónica en la academia universitaria y en los grandes medios de comunicación de referencia-, la memoria del sociólogo altoaragonés se ha convertido en una figura enojosa, a la que más que denigrar, conviene marginar y olvidar por completo.
Alfonso Ortí
(antiguo redactor del Boletín “La Prospe” de la A.VV. Valle Inclán de Prosperidad conocido como “El vecino vindicativo”)
Otras referencias:
RNE, 14 Mayo 2011 Documentos RNE – Joaquín Costa, el león en el páramo – Este programa, analiza todas esas facetas de Costa y su presencia en la vida política española de su tiempo, en la que defendió el republicanismo federal. También esboza su retrato personal, marcado por la distrofia muscular y la complicada relación amorosa con una viuda, Isabel Palacín, de la que nació una hija. Los historiadores Alfonso Ortí, Alberto Gil Novales, Eloy Fernández Clemente y Cristóbal Gómez Benito se encargan de mostrar todas esas caras del pensador aragonés.