El décimo aniversario de la primera emisión de monedas y billetes de euro no podía ser más triste. La moneda única de los europeos, que nació como símbolo de unidad y prosperidad común, es hoy la principal causa de desconfianza de los mercados en los países que la asumieron como divisa nacional. La crisis ha hecho pensar, por primera vez en diez años, en la vuelta a las monedas nacionales. Desde Bruselas se insiste en que es un proceso irreversible.

Imagen de un billete con la leyenda: 10 años del euro

En un mercado único, lo lógico es que exista una moneda única. Así se lo plantearon los jefes de Estado y de gobierno de la UE que, desde finales de los años 80, planificaron una Unión Monetaria Europea, que haría a la UE más fuerte, más próspera y más unida. Para entrar en la zona euro, se exigieron complicados requisitos económicos y monetarios que supuestamente garantizarían la disciplina presupuestaria. Sin embargo, el cumplimiento de esas normas solo dependía de la voluntad y la gestión de los Estados.
 
El uno de enero de 2002, millones de europeos cambiaron sus monedas nacionales por el euro, un nombre adoptado en la cumbre de Madrid de 1995, para sustituir a las siglas que se venían usando: ecu, unidad de cuenta europea, en inglés.
Los ciudadanos de doce países (Alemania, Austria, Bélgica, España, Finlandia, Francia, Grecia, Italia, Irlanda, Luxemburgo, Portugal y los Países Bajos) dispusieron desde ese día de una moneda común con distintas reacciones, según del país del que se tratara.

En Alemania, la renuncia al deutsche mark se vivió con protestas ante lo que se preveía como una pérdida de soberanía y de potencial económico de su divisa; en Francia, con suspicacias; en España, con la sensación de ser verdaderamente europeos y con el temor a una subida de precios que, efectivamente se produjo, con el ya famoso redondeo, al equiparar un euro a cien pesetas, cuando su valor era de 166,386 pesetas.

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