Tía Margarita, era el amor de mi vida desde mis 11 años, nada más verla me enamoré. Todavía recuerdo sus largas piernas negras con zapatos de tacón rojo saliendo del coche. Mamá siempre que se refería a ella decía, “Esta chica, esta chica, cuando sentará la cabeza”.
Cuando me vio, me dio un gran abrazo y me estrujó entre su pecho, ¡qué calentito estaba! me removió el pelo considerándome un niño, y yo sentí que en mi cuerpo algo pequeño y ajeno a mí, se hacía grande y duro, tan duro como la pequeña tabla de surf que me trajo de regalo. Le agarré la mano y miré para arriba, vi sus curvas, y pensé que tenía que cambiar el póster de Madonna de mi habitación por uno de mi tía.
Recuerdo un día que fuimos a la playa los dos, cogidos de la mano, ¡qué guapa estaba! en la otra siempre llevaba un móvil. La llamaban constantemente no se alejaba nunca de él y mamá siempre que la llamaban se ponía nerviosa y murmuraba “esta chica, esta chica”. La conversación por el móvil siempre era la misma “la semana que viene, sí, en mi apartamento a las 5 o a las 6 o a las 10”, lo único que cambiaba era la hora. Una vez en la playa se quitó la parte de arriba del bikini y vi sus tetas que eran blancas y tiesas y no como las de mi madre, serían dulcísimas. Mi corazón empezó a latir fuertemente, estoy seguro que sabía de la fascinación que ejercía en mí. Miré a sus piernas, largas, delgadas, maravillosas, ella lo notó y me dijo ¿Quieres darme crema?, y rápidamente cogí el spray y se las embadurné, suavemente, suavemente, los tobillos, las rodillas y la miré, vi que se agitaba y algo pasó por mi cabeza, me abalancé sobre ella y la besé en la boca, con fuerza sin soltarla, mi tía aceptó el beso y al cabo de un rato me apartó de ella, y me dijo “no lo vuelvas a hacer” con una sonrisa llena de dientes blancos. En la merienda le dije a mi madre que tía Margaría tenía muchos amigos, que no paraban de llamarla al móvil y mamá contestó, “esta chica, esta chica”…
Tía Margarita se marchó y no volví a verla hasta pasados cuatro años, subí ansioso a la ventana, la puerta del coche se abrió y salió su pierna con zapato sin tacón. Bajé las escaleras de la casa precipitadamente y nada más verme, me dijo “qué mayor estás”, mi físico de 15 años estaba cambiante y cambiado. No me estrujó contra ella ni me removió el pelo. Mi madre me dijo que tía Margarita estaba enferma y que iba a estar con nosotros el verano para recuperarse. No sentí ninguna excitación, mi cuerpo se había quedado petrificado mientras veía a mi tía dirigirse a su habitación arrastrando los pies con un móvil mudo en su mano.
Carmen Moleres Zabala
Enero / 2012