Pide y recibirás, busca y encontrarás, golpea y las puertas se te abrirán. Mateo 7:7

Ahogó un llanto y se tragó los espasmos y los mocos. Tenía que serenarse
para la entrevista de trabajo. No quería hacer un recuento de su vida,
pero cómo evitarlo. Estaba en paro y hacía quince días el propietario de su
piso le notificaba el juicio de desahucio de su vivienda por tres meses
de impago, sintió a la altura del esternón un ahogo de angustia. Llevaba una hora en el autobús, la ciudad perdía su densidad y se dijo que debía estar cerca del lugar de la entrevista. Bajó la mirada y a los pies del asiento de su lado sobresalía un maletín y se acordó vagamente que a su lado estaba sentada una mujer de mediana edad, de buen aspecto y que después de recibir una llamada, saltó rápidamente del autobús, como si le persiguieran. Respiró hondo y miró el horizonte, azul, limpio, sin una nube y se dijo hoy va a ser mi día, tenia que animarse. Llegó a su parada, cogió el maletín y salió del autobús.

Foto: DoorDoorDoor - Hospital interior © Kevin Collins - Attribution License

Después del fracaso de la entrevista se acercó a un parque que desbordaba colores, necesitaba reponer fuerzas. Se acordó del maletín, tenía que devolverlo y lo abrió para saber de su dueña. Un color verde le golpeó la cara, contenía billetes de cien euros, nuevos, como recién salidos de la fábrica de la moneda. Tragó saliva, el corazón le empezó a latir fuertemente, ¿cuánto habría?. Cogió un manojo y lo metió rápidamente en el bolsillo a la vez que cerraba el maletín. Intentó contar el número de billetes que había cogido, pensó que unos diez, trató de multiplicar el número de manojos por cien, su calculadora mental empezó a dar vueltas, notó que se mareaba y que las piernas se movían solas. Había encontrado la solución a sus problemas, el desahucio desaparecía, podría afrontar unos meses más sin trabajo y su hijo dejaría de trapichear con marihuana. Pero tenía que devolverlo. Seguro que la dueña le daría una buena gratificación, algo en su interior le decía que aquella mujer tenía buen corazón. Empezó a creer de nuevo en el mundo exterior. Volvió a abrir la maleta, cogió otro manojo de dinero y otro, total solo había quitado tres. Sonrió, era la primera vez que empezaba a sentirse bien desde hacía seis meses. De repente el parque comenzó a llenarse de coches con sirena, de hombres que corrían, miró al cielo, nada le preocupaba, y en un momento se vio rodeada de media docena de policías y uno de ellos le dijo mientras le ponía las esposas: “Señora, acompáñenos a la comisaría, queda detenida por falsificación y circulación de billetes falsos”.

Si hubiera mirado a su alrededor habría visto que el otoño amarilleaba, que las hojas de los castaños se mezclaban con los verdes eternos de los pinos, y el suelo estaba lleno de hojas que sonaban como galletas crujientes cuando las pisaban los niños. De su cuerpo solo salió un grito inmenso, vomitando el fracaso de su vida.