Los escolares ya han terminado las clases y están empezando las anheladas vacaciones que implican un cambio del ritmo de vida, dejar la empresa, al querido jefe por unos días, poder dedicarse más a la familia, a los hijos, hacer proyectos para el futuro y, para muchos, salir de Madrid.
Los que se quedan pueden tener el consuelo que, como decía el conde de Mayalde, un alcalde de nuestra ciudad de tiempos pasados, Madrid en verano es Baden Baden pero en agosto refresca por las noches. Se aprovecha a veces para arreglar la casa, para pintar, para multitud de cosas.
Muchos van al pueblo de los padres, quizás de nuestra infancia y allí se encuentran los viejos amigos y la pandilla de niños corretea por las calles.
Otros se van a la montaña o a las playas en campamentos, albergues, hoteles o la casita de verano. Y aquí siempre hay un viaje, muchas veces en coche, todos apretados, siguiendo una larga caravana pero al fin se llega y desaparece el cansancio.
Pero las vacaciones es un fenómeno relativamente nuevo, empezó a finales del siglo XIX y principios del XX en que la aristocracia y la alta burguesía se iba a “descansar” a las famosas playas del norte como San Sebastián, Santander, Comillas y hacía estancias muy largas o a los antiguos balnearios como Cestona, muchas veces situados en maravillosos parajes, con milagrosas aguas terapéuticas y con una ermita próxima con un santo también milagroso. Las mujeres, cuando salían a pasear salían provistas de sombrillas para evitar el sol y conservar la blancura de su piel. Estar morenas era de campesinas, de un nivel social inferior.
Las vacaciones, como fenómeno social masivo, no empezaron hasta la década de los 60 con el despegue económico, el comienzo del desarrollo y más tarde con el “estado del bienestar” que ahora se está recortando drásticamente con los “ajustes” presupuestarios que a todos nos afectan y también a las vacaciones.
Tenemos un 24 % o más de la población activa que está en paro, que está angustiada para poder tener trabajo y con un alto porcentaje que va saltando de contrato en contrato, de una semana, de un mes, de tres meses, con la incertidumbre de poder volver a “pillar” otro trabajo de lo que sea.
Y, paradójicamente, se nos presenta esta situación en un momento de un desarrollo científico y técnico espectacular y no se ha producido ningún tsunami ni catástrofe natural que lo justifique.