Cuando hablamos de la crisis nos referimos a la situación económica, a los 6 millones de parados, a los recortes presupuestarios, a una situación angustiosa que se va acentuando desde hace cinco años sin que se perciban “brotes verdes” por ninguna parte.
Pero la situación es más compleja. Aquí no hay solo una crisis, hay varias.
Hay una pérdida de credibilidad de los partidos políticos, de todos. Están dando motivo para ello, cada día se descubre una nueva trama de corrupción de millones de euros en la que están involucrados miembros de algún partido. Falta transparencia y democracia interna y da la impresión de que solo luchan por el poder, no son sensibles a los problemas de la gente.
Y decimos todos los partidos aunque hay diferencias entre ellos, diferencias en la forma de actuar, diferencias en la sensibilidad ante los problemas reales de la sociedad, diferencias en las propuestas que defienden.
Hay una pérdida de credibilidad de las instituciones, del Congreso y el Senado, ciertamente su composición no es el reflejo real del voto depositado en las urnas, de la Justicia, percibimos que no es igual para todos, que es más fácil ir a la cárcel por robar una pequeña cantidad que por estafas millonarias. Todas las instituciones están en cuestión con sobrados motivos, como los partidos políticos.
Esta situación es muy grave porque quedan desprestigiados, sin credibilidad los cauces democráticos del país, se tambalean las instituciones democráticas. En la calle se está pidiendo una democracia profundamente participativa, se rechaza una democracia formal manipulada.
Nos encontramos con una profunda crisis económica sin que se perciba la salida, con un gran movimiento de indignación en la calle pidiendo trabajo, los servicios sociales que nos están arrebatando y exigiendo una sociedad más justa, más democrática, más solidaria.
Es un momento esperanzador y con riesgos. Esperanzador porque podría impulsarse un cambio real de la sociedad pero con el temor de que pudiera surgir un líder carismático, un “salvador” de la patria con carisma que se presentara como la única salida a la situación e impulsara un régimen autoritario de matiz neofascista.
Para complicar las cosas hay otra crisis, una profunda falta de valores éticos que se manifiesta en los escándalos financieros generados con el fin de enriquecerse con desprecio a todas las reglas, en una serie de medidas económicas insensibles a los problemas de los que están sufriendo más.
Y no es posible apostar por una renovación de la sociedad si no se tienen profundas convicciones éticas.