19/2/2008

Publicamos este cuento que nos dejó nuestro socio y
colaborador César Abeytua en recuerdo a su memoria,
que sigue y seguirá siempre entre nosotros.

     Todos los días, la misma canción. Una canción que habla de un valle allí en el Jarama. Un valle de colinas suaves y laderas extendidas; con jaras y retamas; de verdes y retorcidos olivos; de terrones casi rojizos. Un valle que aquella primavera reventaba de colores que nos anunciaban la vida renovada. Pero tu bien sabías que eso no era más que una ilusión.

     A lo lejos se había oído el sordo tronar de los cañones; la tierra del horizonte lejano retumbaba y se estremecía; el cielo se pintaba con las estelas de aquellos aviones cargados de desolación y un rumor en el suelo trasmitía su amenazador mensaje: la vida iba a librar su batalla con la muerte.

     Y me cantabas en mil lenguas aquella canción que habla de unos hombres venidos de todos los rincones de la tierra, convocados por una idea: "Madrid resiste". Y cada uno con su lengua, aporta su vida porque cree que la humanidad es una sola y que la solidaridad es un valor universal. Recuerdas aquella noche, extrañamente apagada de estrellas, apiñados en desvencijados camiones, la angustia de lo desconocido en vuestro interior, la mínima rendija de los faros alumbrando un retorcido camino y el súbito parón.

     Ante vosotros la carretera está obstaculizada. Las metálicas bocas de fúsiles y ametralladoras lanzan fugaces destellos y bailan en las sombras. Y la incertidumbre atrapa vuestros corazones. Suenan voces de "Alto… contraseña…" y os miráis porque aquellas voces hablan en castellano y solo algunos de vosotros es capaz de hacerse entender mínimamente. Uno, tiene la ocurrencia de decir algo que suena como "camagadas…" y comprendéis que ha sido un terrible error porque el primero en caer es el imprudente y tras él otros a los que el azar les ha destinado a ser las víctimas iniciales en esas colinas que pronto habrán de recibir muchas más.

     La oscuridad a vuestras espaldas promete la salvación y hacia ella os dirigís en medio de un caos de disparos, quejidos y juramentos. La tierra os acoge, cuando apresuradamente la herís con vuestras palas y hendiéndola os ofrece momentáneo refugio. Y poco a poco recobráis la serenidad porque los disparos se convierten en algo esporádico y a vuestro lado voces amigas se preguntan, te preguntan, "¿Estás bien… te han herido…?". Y entonces compruebas que estás ileso. Te agazapas en la tierra removida y te imaginas como será el amanecer; como será esa trinchera de la España que has venido a defender y en la que ya han dejado su sangre algunos de tus camaradas; que rostro tendrá el enemigo y si serás capaz de enfrentarte a él con valor y hacerle pagar su agresión al pueblo español.

     La luz se insinúa a vuestras espaldas y entre los olivos y el cielo vislumbras confusamente lo que debe ser la línea enemiga. Allí están aquellos a quien has jurado combatir y te dices a ti mismo que no vas a flaquear, que tu Brigada será el muro contra el que se van a estrellar y recorres con la mirada a los que te rodean. El tibio calor de la mañana os estimula y los susurros recorren la quebrada línea. Algunos mandos veteranos contribuyen a crear algo similar al orden y pronto os sabéis algo más que unos entusiastas voluntarios, sois un batallón de la quince; y aprendéis a distinguir a los de enfrente: los uniformes claros con sus gorritos con borla de los legionarios de la novena bandera… los zaragüelles con banda y fez rojo del Tábor de regulares del Rif… y oyes hablar a los que los han visto de cómo son en el combate. Te cuentan del desprecio por la vida propia y ajena de los legionarios… de la ferocidad y el salvajismo de los "moros" de los tábores… y pronto tienes ocasión de comprobar, que todo de lo que hablan es cierto.

     La tierra del Jarama recibe vuestra sangre y todos vais dejando amigos bajo los centenarios olivos. Y te acuerdas de tu tierra natal, de las suaves laderas moteadas de tejos y robles, de las riberas de sus ríos flanqueados por la blanda turba, de sus lagos profundos y sombríos, de sus acantilados vertiginosos, de tu condado y sus iglesias de piedra y de cómo, un día de San Patricio, entre el humo de los cigarros y la espuma de la cerveza, cuatro camaradas de Dingle se alistaron en la que sería conocida como columna Conelly. Y recuerdas el día la guerra se acabó para ti.

     El ataque por sorpresa antes del amanecer. Los guturales gritos de las tropas rifeñas, las bayonetas legionarias cargadas de muerte, gargantas de las que se escapa la vida, la sangre que brota de un costado, el silencio, la oscuridad… y la vuelta a la consciencia en un jergón de una sombría celda.

     Los amaneceres se suceden y cada día hay camaradas que desaparecen en la implacable maquinaria represiva de los sublevados. Tu costado ya no sangra y poco a poco puedes ponerte en píe. En medio del horror un joven guardián de tu misma edad y que sabe algunas palabras de tu idioma, un día, te ha preguntado como te llamabas y así, sabiendo mutuamente vuestros nombres, habéis empezado a cerrar esa trinchera que os había separado.

     Cada día son más largas las conversaciones. El idioma ha dejado de ser una barrera y ahora es una cadena que os une. Tu vida ya no es solo tuya, también lo es de ese joven que un día te preguntó el nombre; y le hablas de tus sueños, de tus ideales, de tus luchas y le explicas que tú no eres un guerrero, que luchas para que las guerras dejen de cobrarse las vidas de jóvenes como tú y como él…

     Y cantas una vez más la canción del Valle del Río Rojo…

     La fría luz de aquella madrugada nunca la has olvidado. Los cerrojos deslizándose, las voces repetidas, la descarga sincronizada y la sangre del joven irlandés confundiéndose con la tierra. Y desde entonces tus recuerdos se confunden con los suyos. Porque yo se bien, papa, que el dolor de no haber podido salvar a aquel hombre, que vino a dar su vida por todos los que soñaban en una sociedad más justa y libre, te ha acompañado toda la vida. Y aunque tú estuviste en una trinchera frente a él, sus sueños fueron los tuyos desde ese día. Y esa canción sobre un valle del Jarama te ha acompañado hasta hoy, cuando ya has cruzado la frontera entre sueño y realidad y estás a punto de reunirte con todos los camaradas de esa quince Brigada. 

Canción: Jarama Valley