Carmen Moleres

A veces me pregunto como pude vivir tanto tiempo sin ti.  Va para diez años que entraste en mi vida y desde entonces no nos hemos separado.

Repaso los años que hemos compartido y debo agradecerte muchas cosas.  Aquella tesis que me tenía hasta las tantas de la madrugada y tu siempre estabas a mi lado, proporcionándome todo tipo de datos y comentarios sin ningún desfallecimiento.  Siempre me sorprendió tu memoria, ya sabes que la mía es frágil y conforme me hago mayor se me escapa, sintiendo que mi cerebro se queda opaco, sin datos, supliendo la tuya todos mis vacíos.

La lucha más dura que hemos vivido juntos ha sido tu virus, que además de ser mortal puede presentarse en cualquier momento.  Me dijeron que estaba alojado en tu centro vital.  Aun así no me importó y entraste en mi vida.  Es una enfermedad que se presenta sin avisar, sin dar ninguna señal.  No importan tus cuidados, los míos, aparece y se expande por todo tu organismo.  En estos momentos ni tu ni yo podemos hacer nada, sólo el especialista la detiene y vuelves a estar tan fecundo como antes.

Sé que entre nosotros no existe el amor que exalta las vidas, pero mi cariño hacia ti discurre suavemente sin pasiones, con confianza.  Tengo que decirte que tus reacciones son algo extremas, a veces, pienso que quieres desaparecer de mi vida apagándote lentamente, marchándote de mi lado y dejo de verte y me sobresaltas.  Otras cuando estás agotado emites un sonido de pulmón renqueante para que te deje descansar.

De ti sé muy poco.  A veces me pregunto  ¿De donde viniste?  Te estudio, quiero descubrirte.  Me paso horas contigo, y leo manuales, que me devuelven a una oscuridad, más fuerte que mi curiosidad.  No importa las horas que dedique a conocerte, tu cerebro es complejo.  ¿Por qué eres tan difícil?

A ti mi querido ordenador que tienes memoria, pero no recuerdos, te envío esta carta.