En los medios de comunicación nos asaltan con frecuencia los datos relativos a la concentración de la riqueza en unos pocos y la pobreza de millones de personas. El 1 % más rico posee el 46 % de la riqueza mundial y el 10 % el 81 %.
Hay más de 1.000 millones que viven en la miseria con menos de 1 dólar al día. Muchos, muchísimos hombres, mujeres y niños mueren de hambre cada día.
En España las cosas no andan mejor, 30 familias controlan la riqueza del país pero, según Cáritas hay 3 millones de personas en la “pobreza severa”, hay 6 millones de parados, el 35 % no percibe ninguna prestación.
Hemos leído con tanta frecuencia estas cifras que caemos en la indiferencia, no reaccionamos mientras que en nuestros barrios muchos rebuscan algo para comer en los contenedores de basura y muchos duermen en la calle.
Y esto acontece en un momento en que hemos alcanzado un nivel científico y tecnológico insospechado hace tan solo 50 años. En el sistema capitalista en el que vivimos la riqueza se va paulatinamente concentrando en unos pocos dejando tirados en la miseria a muchísimos.
En la actual situación de crisis se continúan vendiendo coches de alta gama y los comercios de artículos de lujo, exclusivistas, no cierran sus puertas.
Quizá la posesión de estas fortunas sea legal, quizá sus ingresos proceden de empresas totalmente legales, quizá, además, pagan religiosamente sus impuestos pero no es ético, sus fortunas y sus despilfarro son un escándalo, no es éticamente justificable aunque todo sea legal. La situación incita a levantar un clamor de protesta.
Y el Estado tiene una responsabilidad en este drama, está éticamente obligado a desarrollar una línea política y económica que tienda a mejorar la situación, que tienda a mejorar la situación de los que tienen menos recursos.
Tiene que mantener gratuitamente, a pesar de todos los recortes presupuestarios, las prestaciones de sanidad, educación y servicios sociales al mejor nivel y tiene que hacer una valiente reforma fiscal marcadamente progresiva para que las fortunas tributen de forma ostensible.
No podemos caer en la indiferencia ante este drama humano, ante esta falta de valores éticos fundamentales. No se puede hacer ostentación de riqueza mientras la pobreza alcanza al 21 % de la población, mientras se rebusca en los contenedores de basura, mientras haya suicidios cuando vayan a embargar la vivienda.
Remediar la situación de los desamparados, está por encima de cualquier ideología. Por desgracia los últimos Gobiernos que hemos tenido no han afrontado el problema con valentía.