La muchedumbre se acerca al estadio y el griterío es incesante. Se disputa el gran partido entre dos equipos contrarios. La Nochebuena está cerca y las guirnaldas con luces de colores unen las calles como enormes caleidoscopios nocturnos. De la calle norte del estadio sobresale un gran árbol coronado por una estrella que se divisa a distancia. Los días de partido, los padres ilusionados con la victoria de su equipo, consienten a sus hijos con todo tipo de comida de los tenderetes cercanos, y los pequeños presos de un nerviosismo que les devora el estómago tiran los bocadillos a medio comer.
Román, se cala la gorra, coge su carro y va hacia el estadio, la estrella luminosa dirige sus pasos. Una espesa barba que cubre su cara pringosa le da la apariencia de un carbonero de otros tiempos. Con parsimonia empuja el carro en el que se ve un amasijo de bolsas de plástico sobre el que sobresalen unos cartones como escudos que esconden la pobreza de las miradas de la muchedumbre. Arrastra su largo abrigo con dificultad y del bolsillo asoma una botella de vino. Lo saborea bebiéndolo a morro. El tetrabrik es para los recién llegados a su mundo. Los días de partido son buenos para recoger comida. Román aligera el trabajo de las depuradoras al practicar la recogida selectiva de basura y con las aglomeraciones su faena aumenta.
Rodea el estadio y un grito de gol llena las calles con un alboroto de felicidad, acelera el paso al ver que un niño tira un paquete a la basura, lo coge, y se relame con una hamburguesa todavía caliente. Si hubiera mirado a los escaparates habría visto enormes quesos adornados con lazos rojos, bolas doradas simulando un abeto que sostiene un champagne de lujo, bombones cayendo en cascada como un río radiante y dulce. Sigue andando con su carro y el estadio despide un grito de rabia y desesperación.
La derrota sobrevuela el recinto. Las puertas del campo se abren y miles de personas acuden a los bares para olvidar el fracaso de su equipo. Román tira la colilla al suelo y farfulla entre dientes, ¡qué carajo! la derrota te forma, la victoria es frágil y no te prepara para la vida, ¡que aprendan!. Olvida sus palabras y los triunfos que en un tiempo disfrutó y escarba el contenedor de basura hasta el fondo y deposita en el carro los restos de comida recién encontrada.