por José M- Quixal
Tengo un amigo que desde hace tiempo vivía angustiado por las noticias, el paro de millones de hombres y mujeres,
muchos, muchísimos sin ninguna prestación, familias en la calle porque no han podido pagar la hipoteca, niños en la pobreza, los que van trampeando de un contrato a otro de una semana, de un mes, con un salario de miseria… para qué continuar, la lista sería interminable.
Mi amigo me decía que lo que más le afectaba era encontrarse a personas muy próximas, de las que sabía muy bien los nombres, que también estaban en paro, que sus hijos, con estudios universitarios terminados, habían tenido que ir a Alemania y allí habían pillado un trabajo de camarero, que sus propios familiares lo estaban pasando muy mal y le rondaban pidiendo dinero, dinero que necesitaban para vivir.
Me contó que ya no podía continuar con esta situación angustiosa y había decidido encerrarse en el estudio de las instituciones de Castilla en la Alta Edad Media, que no quería historia contemporánea porque también le agobiaba. Me contó que había renunciado a leer periódicos, a ver los informativos de la televisión y que esquivaba a cualquiera que pudiera contarle penalidades. Se aisló con sus libros.
Me dijo que había logrado recuperar la serenidad pero una tarde calurosa mientras estaba entusiasmado estudiando las behetrías de Castilla le llegó un rumor por la ventana que iba en aumento. Cerró la ventana pero tenía demasiado calor. Decidió bajar a la calle para ver qué pasaba.
Allí se encontró con una multitud de jóvenes, de personas mayores, incluso de viejos, de mareas y plataformas, de algunos partidos que reclamaban la sanidad pública, la escuela pública de calidad, que pedían trabajo y dignidad para todos, que pedían un cambio radical de la línea política y económica. Gritaban ¡si se puede!
Al principio quedó desconcertado pero al final se unió a la marcha sin saber muy bien por qué. El choque con aquella manifestación le impactó profundamente. No podía sospechar que la protesta fuera tan numerosa, tan seria, tan profunda.
Nos encontramos entre el barullo de la gente, yo no podía sospechar que estuviera allí. Estaba sonriente, hacía mucho tiempo que no le había visto sonreír. Al verme lo primero que me dijo es que sí se podía, que todos juntos podíamos cambiar la situación, que lo que estaba ocurriendo desde hacía demasiado tiempo no era un maremoto irremediable, no era la fatalidad ni el castigo de los dioses, que era un sistema perverso que estaba arrastrando a la pobreza a la inmensa mayoría mientras que unos pocos corruptos se enriquecían, me repitió que todos juntos podíamos cambiar la situación, que hay alternativa.
Me dijo que las behetrías de Castilla, por más interesantes que sean, no podían ocultar una realidad que estaba en la calle, que no tenemos derecho a evadirnos cuando se levanta un clamor de indignación en la calle.
Madrid, junio 2014