Bruno se levantó a una hora temprana, se sentó en el banco delantero de la casa y esperó a que amaneciera. Por la derecha una luz incipiente anunciaba el amanecer, el riachuelo bajaba más alborotado que en días anteriores, y las montañas sobresalían de su oscuridad. En un par de semanas las primeras flores harían su aparición.
Un olor a café disparó su corpachón, en dos zancadas entró en la casa y se sentó ante un reconfortante desayuno. Hacía cinco años que había enviudado y otros tantos que vivía en el valle. Al morir su mujer vendió el piso de la capital, compró un caserío pequeño y a una edad inconfesable, decidió hacer lo que siempre había querido, y que una mujer de visón y misa dominical se lo había impedido, volver a la tierra en la que había nacido.
Contemplar aquella naturaleza abrupta y familiar que le rodeaba le hizo decir. ¡rediós qué bien hice en volver al valle! Las montañas que contorneaban el horizonte, el olor de la hierba al amanecer, los campos resplandecientes después de la lluvia hacían que sus sentidos se vencieran a una vida sosegada de lecturas, de recorridos en bicicleta, de encuentros ocasionales con la gente del valle y de pensamientos indolentes, como el de las nubes compactas y redondas que aparecían detrás de las montañas y le recordaban los pechos de su mujer. Sonrió burlonamente.
Miró por la ventana y vio un camión de obras que atravesaba el lindero a la izquierda de su casa, y un nubarrón taponó la felicidad de aquellos momentos. El ayuntamiento de la capital quería construir una autopista en medio del valle porque era transcendental para el desarrollo de la zona. ¡Cabrones! dijo Bruno. Y el paseo de aquella mañana se llenó de furia e inquietud.
Por la tarde, sentado ante la mesa de comedor que le sirve de escritorio, Bruno finalizaba un informe al Ayuntamiento, sobre el escaso beneficio económico de la autopista y el daño irreparable al valle. Por un momento su pensamiento se quedó detenido en una hormiga, que transportaba con eficacia una miga de pan el doble de su tamaño, a una hendidura de la mesa. Ánimo jovencita le dijo mentalmente. Y volvió a su tarea, por la presente, sírvanse encontrar adjunto el informe de impacto…
La noticia de la nueva carretera se extendió por la zona y los mozos del lugar así como los alcaldes del valle se opusieron a su construcción y sabedores de los conocimientos de Bruno le pidieron que se uniera en la lucha contra la obra. La pasión de los mozos y el amor por aquellas tierras le hizo decir un sí sin dudas ni escaseces. La pelea contra la autopista activó su vida ante la aventura que le proporcionaba el mundo exterior.
Un día que el cielo apareció gris y el aire estaba húmedo, Bruno fue al encuentro de la concentración de tractores. Se subió a uno, su enorme cuerpo sobresalía en lo alto del caballo metálico, y avanzó. Siguió la fila de los vehículos. A lo lejos escuchó el altavoz de la policía que les conminaba a detenerse. Tenían que llegar al cruce de carreteras para interrumpir la circulación. En un momento la columna de tractoristas accionó las bocinas y la megafonía quedó ahogada. Veía a los coches patrulla cada vez más cerca. Bruno lleno de excitación, de miedo y con un solo pensamiento volvió a decirse: rediós qué bien hice en volver al valle. Y se agarró al volante con fuerza.