La llegada de emigrantes a España se disparó a finales de los años 90, en el año 1981 la población extranjera era muy reducida, del 0,52 %, en el 2000 del 2,28 % y en el 2010 saltó al 12,2 %, se alcanzaron los 5.747.734 de extranjeros censados. A partir de este año empezó a descender el número, en 2014 se había reducido al 10,7 %. Del año 2010 al 2014 la población extranjera descendió en 724.247 censados.
La llegada masiva estuvo impulsada por el boom de la economía, por la burbuja inmobiliaria y el descenso de los últimos años por la crisis económica, por las dificultades de encontrar trabajo.
Han llegado hombres y mujeres a nuestras fronteras de muchos países, los grupos más numerosos son los rumanos, los marroquíes y los de América central, del Ecuador y del Caribe. Llegan de países con culturas, con modelos de familia y con religiones muy dispares, llegan cristianos católicos, ortodoxos o de otras ramas y llegan musulmanes. Muchos sin saber el español.
Detrás de cada emigrante hay problemas, muchas veces situaciones dramáticas que les obliga a dejar sus países, dejar su familia y su ambiente y lanzarse a un viaje difícil, a menudo muy arriesgado como el de los que intentan llegar a nuestras costas en pateras.
Vienen huyendo de graves situaciones de pobreza, de hambre, vienen con la esperanza de poder lograr una vida mejor, vienen huyendo de guerras, matanzas y persecuciones.
Vienen muchas mujeres jóvenes que han dejado allí a sus hijos pequeños en una situación difícil, mujeres que han tenido que dejar a sus hijos adolescentes sin trabajo, sin futuro, con el riesgo de la droga o de la violencia de las maras.
Llegan muchas veces sin papeles, la mayoría, no todos, sin una buena formación profesional y terminan en el paro o con trabajos sin contrato o con contratos temporales y sueldos de miseria, en algunas explotaciones agrícolas en condiciones de semi esclavitud.
A pesar de los escasos recursos económicos de que disponen, la mayoría envía dinero a sus familias en sus países, es la ayuda que necesitan para sobrevivir.
En esta situación les es muy difícil integrarse en nuestra sociedad teniendo además una cultura y unos hábitos distintos. Algunos lo logran, incluso consiguen la nacionalidad española, forman una familia y sus hijos se incorporan a la escuela con aprovechamiento pero muchos otros tienden a marginarse refugiándose en sus compatriotas.
Los españoles somos poco perceptivos a estos problemas, tenemos tendencia a considerarnos superiores y nos cuesta comprender la cultura y el estilo de vida de los inmigrantes. Tenemos tendencia a rechazarlos o, al menos, a no facilitar el encuentro.