El 27 de octubre, en el local de la asociación Valle Inclán, nos reunimos para conmemorar el quinto centenario del nacimiento de Teresa de Ávila. El sociólogo Juan Morello nos ha contado, y digo bien, contado, una biografía de Teresa. Con su ligero acento francés y su mímica expresiva nos ha descrito una Teresa cercana, mujer de carácter que eligió dejar de lado los partos y la sumisión conyugal.
Su familia pertenecía al estamento aristocrático. El padre, dada su condición de hidalgo poseía riqueza con la que pudo ofrecer a todos los hijos una educación clásica que permitió a Teresa no solo aprender a leer y escribir sino alcanzar un nivel cultural notable con la lectura de los libros de la biblioteca familiar.
Su madre queda embarazada de forma ininterrumpida y muere siendo muy joven por las complicaciones que sufrió a raíz del décimo parto. En estos momentos Teresa era todavía una adolescente. Hecho este que le afectó de forma considerable y probablemente la vida de su madre fue uno de los factores decisivos en su decisión de no casarse.
Al igual que muchas mujeres de esa época Teresa decidió ser monja antes que contraer matrimonio. Esta decisión en principio no agradó al padre si bien más tarde tuvo que aceptarlo ante la insistencia de su hija. Teresa con 20 años entró en el convento avulense de la Encarnación, de la orden de las carmelitas.
Allí vivió sus primeros 20 años de vida religiosa de forma superficial. A los 40 años experimentó una profunda transformación interior en la que probablemente impactaron sus diferentes crisis muy graves de salud. En una de estas, todavía muy joven, estuvo al borde de la muere. Estos episodios, en muchas ocasiones eran alarmantes sin que se haya conseguido hasta al momento un diagnóstico claro. A raíz de este cambio interior Teresa va entrando en una vida religiosa que se caracterizará por una mística profunda.
Después de unos 5 años Teresa, apoyada por reformadores ilustres de la época como Pedro de Alcántara y Fray Luis de León, tomó la decisión de reformar el Carmelo. El emprender reformas no era novedoso. Desde el inicio del siglo XVI se abrieron procesos reformadores de varia índole. Cabe destacar la reforma luterana que abrió una grave crisis en la cristiandad. En este siglo se crean nuevas congregaciones que plantean también reformas profundas como los jesuitas. A mediados de siglo, la iglesia celebra el concilio de Trento para encauzar estos procesos internos de reformas y tratar de dar respuesta al desafío de la reforma protestante. Después de este concilio Teresa da comienzo a su labor de reforma de la Orden de las carmelitas.
Desde los 45 años hasta su muerte a los 67 abrirá 17 conventos reformados que se llamaran carmelitas descalzas. Se enfrentará a la Inquisición y a los ataques de la rama masculina de la Orden del Carmelo que hizo todo lo posible para detener su labor e incluso cerrar los conventos. Sin embargo, no pudieron con ella, ni la Inquisición pudo llegar a condenas mayores. Teresa contó con varios tipos de apoyo: desde el de grandes reformadores de la Iglesia como se dijo antes, pasando por el papel clave de Juan de la Cruz que trabajó codo a codo con ella en su reforma -similar a la de ella- de la rama masculina de la Orden Carmelita, hasta contar con el apoyo de grandes familias de la nobleza castellana (en particular para financiar la creación y el mantenimiento de sus conventos), e incluso contó con el apoyo de la monarquía (Felipe II).
Teresa, perteneciente al estamento aristocrático castellano, al hacerse religiosa, no solo tuvo la fuerza interior -como mujer, después de una larga crisis interna- de entrar en un estilo de vida religiosa auténtica sino que pudo aprovechar todos los resortes que le daba su condición aristocrática para ponerles al servicio de su labor religiosa.
Hay otro ejemplo de mujer del tiempo de Teresa que muestra que era posible otro camino para ella: es el caso de María Pacheco, de una familia de la gran nobleza del reino de Castilla. Tuvo una educación de alto nivel para una mujer de esa época (Criada en un ambiente cultural renacentista, estudió letras, matemáticas, historia, ciencias, ética, etc.) y con su matrimonio pudo desarrollar una vida de compromiso social. Fue madre, pero no se quedó sumisa al papel de parturienta y llegó a desarrollar su capacidad de liderazgo, de lucha en favor de cambios sociales. Es cierto que contó con la personalidad y capacidades de su esposo, Juan Padilla, y también con el período excepcional en el que vivió, en especial con la revolución de los comuneros, solidarizándose con la causa de este movimiento y dirigiendo la resistencia de la ciudad de Toledo frente al ataque de las fuerzas reales.
Teresa, de mentalidad aristocrática no tuvo estas cualidades. Varios historiadores dicen que Teresa, en sus conventos, no tuvo una gran preocupación social por las mujeres que procedían de los sectores pobres de la sociedad (analfabetas y sin recursos).
No era tampoco una antisistema como se dijo hace unas semanas en la televisión al pasar un telefilme sobre Teresa como monja y reformadora.