A los pies de Don Claudio Moyano, impulsor de la Ley de Instrucción Pública allá por los mediados del siglo XIX, quedamos una mañana de primavera para dar un paseo por lo que en su día fue un campo de “tochas” o “atochal”. De allá su nombre. Atocha.
Dice la leyenda que un tal Ramírez vecino de Rivas durante la dominación musulmana se decidió a emprender la reconquista de Magerit. Y temiendo que su intento pudiera fracasar, degolló previamente a su mujer e hijo, a fin de evitar que si él no volviera de su “fazaña”, sus familiares cayesen en manos de las turbas sarracenas. Piadoso propósito.
Volvió Ramírez. Que si bien no logró conquistar la plaza, al menos conservó ambas orejas. Y cual no sería su sorpresa cuando al llegar a su casa se encontró que salían a recibirle su mujer y su vástago. La evidente intervención de La Virgen animó a Ramírez a erigir en los atochales de su propiedad, de los que hemos hablado más arriba, una ermita en loor de La Virgen, que se convertiría con el tiempo en un importante templo muy ligado a la historia de Madrid y muy relacionado con la corona.
De Ramirez, decir que siguió manteniendo la propiedad de los atochales por generaciones. No obstante esta familia lo era de la nobleza antigua de Madrid. Entre sus descendientes, se encuentra “El Artillero” marido de Beatriz Galindo. Luego la extirpe fue creciendo en títulos y alcanzando valimientos y grandezas de España. Hicieron pingües beneficios cuando vendieron esos terrenos a finales del XIX para la construcción de la Estación del Mediodía. Descendiente de aquél piadoso degollador es hoy día el Duque de Bornos, marido de Esperanza Aguirre ex presidenta de la Comunidad de Madrid. Nobleza obliga.
Así pues Don Claudio Moyano, delimita la frontera entre el Paseo del Prado y la Glorieta de Carlos I, que así se llama lo que todos conocemos como Atocha. En el Paseo del Prado pegaditos a las verjas del Botánico estuvieron muchos años los libreros de viejo. Pero un director del Botánico, protestó airadamente. No le gustaba el trasiego de cajones y tablas que rompía la paz de su jardín y menos aún que se colgaran estampas y otros papeles en su magnífica verja. Esto fue el inicio para que el Ayuntamiento buscara una solución ubicando puestos estables en la Cuesta de Moyano, que es un espacio que se abrió con la construcción del Ministerio de Fomento (actual de Agricultura), en unos terrenos que se hurtaron al Real Jardín Botánico.
El ministerio de Fomento fue una pieza fundamental en plena expansión industrial de la segunda mitad del siglo XIX. Y merecía un edificio acorde con su importancia. Así pues muy importante es el arquitecto que lo diseñó: Ricardo Velázquez Bosco, quien planteó un magnífico palacio de estilo ecléctico decorado con cerámicas de Daniel Zuloaga y ricamente pintado en su interior por afamados artistas de la época. Coronado por un monumental grupo escultórico diseñado por Agustín Querol, ejecutado por canteros de Carrara, que estuvo durante muchos años sobre el edificio, hasta que en los años 70 del pasado siglo, se desmontó porque corría peligro la cubierta y llegaron a desprenderse pedazos de la escultura de hasta 20 kilos de peso que menos mal no alcanzaron a nadie.
Se hizo una réplica en bronce, que al estar hueco resultaba bastante más liviano, y los originales andan repartidos por aquí y por allá en no muy buen estado. Una Victoria en la Glorieta de Cádiz, un Pegaso en Legazpi y el otro averiado estropeándose en unos almacenes municipales.
Dejamos atrás el ministerio y nos damos de bruces con otro edificio singular, que fue el capricho de un científico/filántropo. Nos referimos al edificio del museo de Antropología iniciativa del médico segoviano Pedro González Velasco. Llamóse este museo cuando lo inauguró Alfonso XII, Museo de Anatomía, que fue la gran pasión de Don Pedro. De hecho la colección que vimos cuando visitamos el Museo de Anatomía de la Universidad Complutense tiene su origen en la colección de Don Pedro.
Al poco tiempo el museo fue adquirido por el estado y en su interior hay una miscelánea de objetos que cuadran mejor con el nombre de Museo Antropológico, que ostenta que no con el antiguo de Museo de Anatomía.
Seguimos la marcha dejando a nuestra derecha el “Vaso de Duralex”. Debíamos de andar todos muy deprimidos y con razón tras los atroces atentados del 11M, para permitir que nos plantaran semejante bodrio en homenaje a las víctimas del atentado.
Nuestro siguiente destino es el Panteón de Hombres Ilustres. El bello edificio que quedó inconcluso, es obra del arquitecto Francisco Arbós que lo dibujo en estilo neo bizantino. La historia del panteón viene de antiguo, y ya la comentamos en su día cuando anduvimos por San Francisco el Grande. Al final es la historia de un proyecto frustrado que tiene su origen a mitad del XIX. Se creó una comisión para reunir los restos mortales de Las Glorias de la Patria, pero la verdad es que tuvieron muy poco éxito. Cervantes, Velázquez, Tirso, Calderón, El Gran Capitán, etc.
Muchos se buscaron y muy pocos se encontraron. También se encontraron con la oposición de las poblaciones natales de los próceres, y por el constante traslado de los fiambres de una sede a otra, hasta terminar, en la basílica de Atocha en un tiempo en que ésta era Cuartel de Mutilados. Por fin se autorizó la construcción del edificio actual que quedó inconcluso por falta de financiación y abandono del proyecto. Luego en tiempos de Franco se edificó un colegio en terrenos del panteón que separó definitivamente la entrada al edificio y el claustro, del esbelto “campanille” que quedó encerrado tras el colegio.
Del interior, siete monumentos funerarios, de los cuales solo uno tiene inquilino dentro. Nos referimos al de Cánovas del Castillo. Del resto queda la preciosa envoltura encargada a los más afamados escultores de la época. Benlliure, José Tomás, Mélida, Queról.
Los difuntos ausentes como Cánovas, casi todos, presidentes del gobierno. Sagasta, Dato, Algún ministro y algún militar.
En el claustro una entrada a una cripta donde deberían de estar los huesos de Arguelles, Mendizábal, Romero Robledo, Palafox y un largo etc. Pero como indico más arriba, tras el abandono del proyecto, los familiares o las poblaciones de origen reclamaron a sus muertos y se los llevaron.
El resto del paseo nos permitió pasar por la Real Fábrica de Tapices de la calle Fuenterrabía, la Basílica de Atocha, los Palacios de oficinas de RENFE, de la Avenida Ciudad de Barcelona, La Puerta de Atocha de Moneo, con los cabezones de Antonio López.
Ya estamos en el Invernadero Tropical de lo que fue la antigua estación. Pero el paseo ha sido largo, así que nos decantamos por salir a la glorieta de nuevo, y sentarnos en una terracita a observar el Hospital General y la réplica de la fuente de la Alcachofa. Pero antes nos cruzamos con Julio Anguita que se apresura con su mujer seguramente a tomar el tren a Córdoba. Aunque siempre tiene tiempo para responder al saludo cordial. Muchas gracias Don Julio.