El jueves 12 de abril un grupo de socias y amigas nos reunimos con nuestro guía, Carlos Nadal, frente al mercado de la Cebada junto al teatro de la Latina, cerca de donde en su día estuvo la puerta de Moros.
Paseamos por calles con nombres sugerentes y de leyenda como Don Pedro (antes Alcantarilla), Humilladero, Los Dos Mancebos, Las Aguas, Redondilla, Yeseros… Se trata de una zona habitualmente silenciosa y tranquila, aunque este día un camión que acarrea contenedores nos dio bastante lata durante un rato, que cuenta con curiosas edificaciones mezcladas desde el siglo XVI hasta el XXI. Es lo que resta del barrio que se extendía por lo que hoy es la Gran Vía de San Francisco, cuya realización empezó en los años 50 del siglo pasado según un antiguo y ambicioso proyecto urbanístico de Zuazo de la época de la República para unir la calle Bailén con los barrios del sur. Para la construcción de esta vía se intervinieron, según nos contó Carlos, 103 fincas con alrededor de 1800 viviendas, caseríos del siglo XVI y XVII fundamentalmente, pero también casas interesantes que se han perdido.
Desde la plaza de los Carros, haciendo esquina con la calle Don Pedro, observamos un hermoso palacio de inicios del XVIII de estilo clásico con reminiscencias barrocas perteneciente al Duque del Infantado (dueño con su familia de toda esta zona hasta Las Vistillas) al que llamaban el Palacio Chico. Lo ha comprado la cervecera Mahou al parecer para hacer un centro cultural y de ocio dedicado a la cerveza.
Enfilando por la calle de los Mancebos reparamos en la placa que hace alusión a la leyenda según la cual en la torre del palacio de Lasso de Castilla, ahí situado, estuvieron presos y fueron degollados dos mancebos acusados de haber atentado contra la vida de Enrique I de Castilla al provocar que le cayera una teja en la cabeza que le hirió. En la esquina de Los Mancebos con Redondilla encontramos una curiosa casa de olor rojizo catalogada como de las más antiguas de Madrid y de la que se dice que es una casa “a la malicia” Aunque el nombre pueda sugerir otra cosa, tiene que ver con lo que se llamaba “la regalía de aposento” consistente en que cuando los reyes llegaban a la ciudad los ciudadanos estaban obligados a ceder el segundo piso para que se hospedara alguien de la nobleza, un capitán, etc. Cuando la corte se aposentó en Madrid se la quedaban de continuo, especialmente si los dueños no tenían influencias. Entonces se hacían casas con picaresca (“ a la malicia”) para que dieran la impresión de que no tenían dos pisos sino que la primera planta era muy alta, que no tenía ventanas…
Un poco más adelante se bifurca un ramal que se llama Calle Angosta de los Mancebos y que acaba en Bailén. En el ángulo de la bifurcación podemos contemplar un hermoso edificio de 1910, ejemplo del modernismo austriaco. Y en el número 3 hay un edificio nuevo, del que Carlos nos cuenta que antes de construirlo se hicieron unas calas en el solar y se encontraron restos de una cabaña de la edad de bronce, los restos más antiguos de población en el casco urbano de Madrid.
Volvemos hacia atrás para enfilar la calle Redondilla y en la bocacalle con Yeseros hay un edificio curioso de sección triangular de 1900 que se levantó como laboratorio municipal para el análisis de aguas, bebidas, alimentos, campañas de vacunación… que ahora ya están en instalaciones más modernas. En la esquina de Redondilla con D. Pedro se encuentra el impresionante colegio del Sagrado Corazón (una de sus fachadas es modernista ) y en su número 10 el palacio del Marqués de Villafranca, residencia de familias nobles madrileñas desde finales del siglo XVII. Una de sus ilustres inquilinas fue María Teresa del Pilar Cayetana de Silva, la Duquesa de Alba que pintó Goya que vivió y murió aquí en 1804 sin llegar a estrenar el palacio que se estaba construyendo donde ahora está el Cuartel General del Ejército, en Cibeles. Nuestro guía nos cuenta simpáticas anécdotas de la castiza duquesa.
En la actualidad el palacio es la sede de la Real Academia de Ingeniería, cedido por el Estado en 2005 con el compromiso de que rehabilitara el edificio. No tardaremos en visitarlo para poder ver unas de las obras más logradas del arquitecto Arturo Mélida y porque guarda en su interior uno de los tramos más largos que se pueden ver de la antigua muralla cristiana.
Bajando por la calle de las Aguas. enfilamos la Gran Vía de San Francisco hasta San Francisco el Grande con su enorme cúpula, la más grande de la cristiandad después de Roma y el Duomo de Florencia que terminó Sabatini en 1784. Hoy no la vamos a visitar, aunque su interior bien merece volver otro día. De lejos miramos la capilla del Santo Cristo de los Dolores más conocida por la capilla de san Francisquín que solo se visita en días señalados.
Pasamos por el parque de la Cornisa y por la bocacalle del Rosario, cuyo nombre y placa recuerda la anécdota de lucha entre faroles y rosarios de dos cofradías vecinas y de la que procede el dicho de “terminar como el Rosario de la Aurora”. Un poco más abajo, en el número 13 de la calle San Bernabé, se encuentra el Hospital de la Venerable Orden Tercera, a medio camino entre la Puerta de Toledo y la basílica de San Francisco el Grande.
El edificio, del barroco madrileño, es por fuera austero, muy sencilla su fachada, pero cuando entramos es una sorpresa. El interior contrasta con la austeridad del exterior y es un lugar lleno de encanto. No se paga entrada. La gente acude allí normalmente a una consulta médica o a visitar a un enfermo. Nosotros accedemos al edificio, pasamos por la recepción y al fondo vemos que se encuentra una puerta pequeña con un letrero que pone “capilla”. Como vamos en grupo y Carlos ha avisado, una monja que no llegamos a ver nos enciende las luces y podemos contemplar con sorpresa el interior de una hermosa iglesia de una nave flanqueada por pilastras y bóveda de cañón. Sobre el crucero la cúpula se apoya sobre pechinas decoradas con el escudo de la orden de San Francisco. Su retablo mayor es de estilo neoclásico realizado en alabastro por Patricio Rodríguez a finales del siglo XVII. Sus imágenes, sus cuadros, su magnífico púlpito… sorprenden. En especial llama la atención una bellísima Inmaculada pintada por Pereda, pintor de la segunda mitad del XVII, uno de los grandes maestros del Madrid de esa época eclipsados por las figuras de Velázquez o Murillo, pero digno de figurar entre los mejores como Carreño de Miranda del que veremos luego unos cuadros en el hall.
Saliendo de la capilla subimos al claustro superior utilizando una escalera de doble rampa con peldaños muy anchos, con esculturas, con una enorme lámpara y una bella bóveda pintada por Teodoro Ardemans y Tomás García. En la escalera podemos contemplar un precioso cuadro del pintor flamenco Van Dyck (Cristo y una mujer adúltera) pintado en 1621 y enmarcado por obras magníficas de Juan Carreño de Miranda: una Anunciación y el desposorio de Santa Catalina con Cristo. ¡Poca gente deber saber que en este lugar se encuentran tantas joyas pictóricas!
Al pasear por los pasillos que rodean el claustro de cualquiera de las dos plantas vamos contemplando cuadros que podrían pertenecer al Museo del Prado (como los estigmas de S. Francisco, de Vicente Carducho del siglo. XVII) alternando con puertas que dirigen a las consultas de especialidades o a las habitaciones de los enfermos en un ambiente de silencio y tranquilidad. Finalmente, el jardín del patio central con su fuente de piedra circular resulta natural y acogedor.
Después de esta deliciosa visita al VOT terminamos en la castiza taberna de Los Ángeles, situada en la calle del Ángel y cuyo tabernero dicharachero, que lleva en la zona toda la vida, pone el broche final a la mañana.