El pasado jueves 24 de abril nuestros paseos por Madrid nos llevaron al barrio de Chueca. Nos reunimos en la puerta del Museo de Historia de Madrid que ocupa el edificio del Real Hospicio de San Fernando construido en estilo barroco en época de Felipe V por el arquitecto Pedro de Ribera y acoge la historia de Madrid desde que fue declarada capital de
España en el siglo XVI.
En esta ocasión no entramos dentro, pero contemplamos despacio su fachada principal considerada como una de las obras más representativas del barroco civil español. Siguiendo las amenas explicaciones de nuestro guía, Carlos, fuimos disfrutando de sus elementos decorativos, su disposición en dos cuerpos como un retablo y lleno de movimiento que dirige la atención hacia la hornacina que alberga la escultura de San Fernando en la toma de la ciudad de Sevilla y hacia la escena de la coronación de la Virgen
Observamos también la imponente fachada del edificio del Tribunal de Cuentas de estilo neogriego, construido en la segunda mitad del siglo XIX con la policromía, sello de su arquitecto Francisco Jareño y Alarcón.
Adentrándonos en Malasaña llegamos a la Plaza de San Idelfonso llamada así porque en ella se encuentra la iglesia del mismo nombre, destruida por un incendio hacia 1830 y reconstruida posteriormente, aunque en la guerra sirvió de almacén de patatas. En la plaza disfrutamos la vista de algún edificio con encanto de “arquitectura doméstica” como una casa que nos recuerda a la de “13 rúe del Percebe”.
Volvemos a Fuencarral entre el ruido y el ajetreo frenético de operarios reconstruyendo pisos, remozando fachadas, encementando suelos… Por la calle Colón pasamos por delante de bodeguillas tradicionales y acogedoras como La Ardosa, Casa Baranda… y no asomamos a la peluquería Urbano, la más antigua en activo de todo Madrid.
De nuevo en Fuencarral, entre edificios modernos y tiendas de firma encontramos haciendo esquina con Augusto Figueroa la Capilla de Nuestra Señora de la Soledad, más conocida como el Antiguo Humilladero de la calle Fuencarral. Al parecer en el siglo XVIII Madrid estaba salpicado de oratorios llamados humilladeros porque los fieles se inclinaban y humillaban al pasar por el lugar. En la zona hay muchas calles de nombres de santos debido, según nos explica Carlos, a que en cada una había hornacinas con su santo correspondiente. De hecho la calle de Augusto Figueroa antes se llamaba del Arco de santa María. El arco era la entrada a las caballerizas del marqués de Torrecilla. Más tarde se quitó la cuadra y se hizo el Humilladero en 1712 desde hace dos años está abierto por Mensajeros de la Paz. Dentro contemplamos una talla interesante de un cristo crucificado de tamaño natural del siglo XVI.
Llegamos a la esquina de la calle Infantas que sale de Fuencarral paralela a la Gran Vía y la seguimos hasta la plaza que ahora lleva el nombre de Pedro Zerolo, sustituyendo al de Vázquez de Mella puesto tras la guerra. Carlos nos cuenta que, desde 1639 hasta la desamortización de Mendizabal, se encontraba un convento llamado de la Paciencia de Cristo de frailes Capuchinos. Debía su nombre a un lóbrego incidente ocurrido en 1630. En ese año, la Inquisición recibió una denuncia sobre una familia de judíos portugueses que había llegado a Madrid, se había establecido en la zona y había abierto una mercería. Fueron acusados de reunirse en la mercería con otros correligionarios para celebrar la llamada «fiesta de los azotes», en la que insultaban y maltrataban la imagen de Cristo. Un niño de la familia le contó todo a su maestro y éste lo denunció, así que fueron mutilados y quemados en la hoguera en la Plaza Mayor de Madrid. Luego tiraron las casas “supuestamente endemoniadas”, quemaron el terreno y en su lugar construyeron el convento de los capuchinos de la Paciencia. Al parecer en la segunda etapa de su vida Felipe IV pasó de asaltar conventos a edificarlos por todo Madrid.
Las infantas, en la placa de azulejos
Subimos hasta la plaza de Chueca, en el corazón del barrio. Allí recordamos cómo en los años 60 y 70 daba miedo salir del metro por el ambiente de yonquis y la degradación de las viviendas. El movimiento gay le ha dado vida y ahora el barrio, lleno de terrazas, banderas arcoíris, tiendas con encanto y edificios que da gusto mirar está quedando precioso.
Llegamos a la calle Góngora. Allí nos hace reparar Carlos en la cúpula de la iglesia del Monasterio de la Purísima Concepción, de la orden de la Merced fundado también por Felipe IV. Fue edificado en el siglo XVII y conocido como el de Las Góngoras. Por fuera presenta el aspecto sencillo del barroco madrileño, pero por dentro la iglesia, que no se puede visitar salvo que se concierte o se acuda en horario de misas, merece la pena. La calle se llama Luis de Góngora por error de algún regidor ya que el sobrenombre de las Góngoras no se debe al del poeta sino a un caballero muy influyente de la época que fue nombrado patrono del convento en representación del rey llamado Don Juan Felipe Jiménez de Góngora,
Atravesando San Lucas, al inicio de la Travesía de Belén, ponemos la sabrosa guinda a la visita. Vemos una iglesia que se llama “Cachito de Cielo”. Se trata de una capilla neogótica regentada por las misioneras del Santísimo Sacramento. Nada en el exterior del edificio hace pensar que dentro haya una capilla.. Por dentro es muy bonita y, como indica su nombre parece un «cachito de cielo” dentro del ajetreo de Chueca con sus bóvedas y paredes de blanco impoluto salpicado de azul cielo, Se trata de un espacio de Adoración Perpetua, lo que significa que siempre está abierta, de día y de noche, con gente venerando al santísimo.