Se ha instalado entre nosotros una cierta cultura del malestar: de la desazón, de la crispación, del debate polémico y agresivo, de la descalificación sistemática. Los insultos se anteponen a los argumentos, las exageraciones a los contenidos. Existe un malestar global que se parcela en diversos aspectos y dimensiones: el malestar material, ambiental, burocrático, político y social, psicológico… Un malestar en sus diversas formas que nos estropea la vida.
Pero ese malestar –o malestares- tienen también sus contrapuntos y correctivos: las distintas expresiones del bienestar, que se atienen a un esquema parecido al anterior pero de color inverso.. El bienestar material, sea físico o psicológico, que se refiere a la salud y al medio ambiente, al equilibrio psicológico de las personas. El bienestar que pueden generar la creencia religiosa o la coherencia moral. El bienestar interior que sostiene la armonía de la vida, que es una sucesión ininterrumpida de presencias y de ausencias, de sobresaltos y de estímulos. El bienestar que se deriva de conjugar activamente los versos capitales de una trayectoria personal: ser, estar, hacer, tener, amar, hablar, escuchar, soñar… La ternura puede ser otra cálida referencia que nos aporta consistencia, frescura y sosiego.
Difícil asignatura es la que podríamos llamar cultura del bienestar. Difícil en su teoría pero sobre todo en la práctica. Porque una experiencia del bienestar la hemos tenido todos, en sus distintos niveles y expresiones: bienestar material, cultural, espiritual, estético… O un bienestar global que es el distintivo de los momentos de plenitud.
La mayoría de la población del mundo no ha tenido nunca esa experiencia del bienestar, ni siquiera en sus niveles más elementales. Las estadísticas sociales y las imágenes de los medios de comunicación bastan para percatarnos de ello. Muchísimas personas de esa mayoría no ha visto nunca el mar ni ha leído un libro, pero sí en cambio conocen la soledad y el abandono, aunque también la luz del amanecer, la fragancia del campo y la música de la naturaleza, el sabor de la cercanía y el sonido de la risa.
Nos espera a todos la tarea personal y colectiva de cultivar un bienestar que nos dignifique la vida, un bienestar generoso y solidario.