Hoy me despierto con ganas de escribir, o lo que viene a ser lo mismo: con ganas de vivir. Ha sido una noche plácida, sin sobresaltos, lo que me anima a afrontar el día con sosiego y hasta con entusiasmo. Mientras me visto doy un enésimo vistazo a las fotos de familia que me acompañan en mi cuarto: mi madre cuando se casó a los veinte años, que es una verdadera delicia; mi hermana Tina, que ha heredado su mirada luminosa que escucha y sonríe, mis nietas en pleno estallido de alegría… Y otras imágenes que recogen momentos de mi vida, ocultos en los repliegues de la memoria.
El día está nublado, indeciso. Compro el periódico, con su sobrecarga de noticias malas y buenas o medianas. Como casi todos ls días, tomo un café con Lucas, mi vecino del cuarto, que desde primera hora del día exhibe y contagia su cálida humanidad, su sentido común, su visión sensata y atrayente de la vida. Hablamos del partido de ayer, del precio de los alquileres, de las cosas que nos perturban como personas y como ciudadanos, también con las alegrías que esmaltan nuestra cotidianidad.
La oficina me recibe con su blanca palidez. La sonrisa del calendario quiere ser un saludo mañanero de acogida. La mesa desbordada de papeles es una compañera inevitable y a veces insoportable. Los escasos momentos de silencio compensan el barullo burocrático y el rumor de los ordenadores…
Mi incipiente dolor de muelas tampoco me abandona. paciencia y Nolotil.
El rato del café es una pequeña liberación, un espacio de tertulia jugosa y divertida. Cada uno habla de lo que quiere, de lo que sabe, de lo que puede. Algunos simplemente callan, y, al parecer, escuchan. A veces yo me cuento entre ellos.
Cuando vuelvo a casa a mediodía, la calle está increíblemente semidesierta. Miro a las pocas personas con las que me cruzo, y es una mirada entre la indiferencia y el deseo de cercanía: una pareja de ancianos, un grupo de jóvenes, dos monjas, un señor solo que parece muy satisfecho con su soledad. Mi deseo de cercanía incluye pensar en sus vidas concretas, imaginar sus gozos y sus sombras, la poesía y la prosa que cada día destilan…
Hoy me toca comer solo. Las noticias del telediario me abruman, algunos programas y concursos me divierten. En el ámbito político me estremece y me aburre tanta violencia verbal, tanta descalificación exasperada… La vida política debería ser, sobre todo, la implicación honesta en las tareas del bien común. Y solo a veces lo es. Me seduce la gente que –a cualquier nivel- construye valores y logros de verdadera ciudadanía, más allá de la verborrea y de los topicazos. Me cabrea, como ya he dicho, la falta de nivel, el lenguaje rastrero, la petulancia, la miseria moral, el menosprecio a la racionalidad y al pensamiento.
Esta tarde los chicos tienen un cumpleaños, y Maite y yo nos damos un largo paseo por el barrio. La tarde está templada y luminosa, todo tiene un tono primaveral. La gente la disfruta. Saludamos a vecinos, conocidos y -más o menos- amigos. No hay mucho ruido y se puede hablar con calma o estar en silencio y mirar la tarde. Es como el símbolo de la ciudad que queremos, el perfil de una sociedad humanizada.
La noche me envuelve con el beneficio de su silencio relajante. Las imágenes del día duermen a mi lado y me garantizan un descanso merecido y reparador. La lluvia mansa en los cristales es una suave compañía de fondo que también juega a mi favor y me prepara a la esperanza de un nuevo día.