A Paco, compañero y amigo en lo bueno y…
Yo tengo un amigo, otro amigo más, que acaba de morir.
No llegué a su incineración, fue todo muy rápido, pero da lo mismo porque…, ¿los amigos se mueren o están vivos y siguen siendo amigos?
Sí, siguen estando presentes por una sencilla razón, ni el tiempo ni el espacio existen. Por tanto no hay tiempos pasados, tiempos muertos…
A veces nos preguntamos, si el tiempo y el espacio no existen, ¿por qué solo recordamos el pasado?
Porque el tiempo es un concepto creado por los hombres para entender lo que está en nuestro entorno y para encontrarnos algo menos inseguros. Inventamos el tiempo para entender un poco al mundo y nuestro devenir: los ciclos circadianos, anianos, las cosechas…
El tiempo nos ayuda a comprender, en parte, de donde venimos y hacia donde nos dirigimos, pero como dijo el sabio: “todo es relativo”. El tiempo no es el mismo en todos los lugares, en la montaña que en el mar, en el techo que en el suelo, en Madrid que en Toronto, es algo intangible que nos ayuda. Nuestra constitución genética y nuestro desarrollo psicológico en la tierra nos hace concebir las cosas de una forma distinta, falsa, a lo que es la realidad universal. Metafísica dirían algunos. Igual que los ídolos.
Lo cierto es que nos encontramos en un espacio lineal, por eso cuando quiero reunirme con ellos, con los amigos que ya no están cerca de mi, con aquellos con los que me reunía varias veces al año para comer, beber reír…, me abstraigo, intento universalizar mi espíritu, sí, salir de la realidad de la tierra y entrar en la realidad universal.
Por eso ayer noche mantuve una charla contigo Paco, como siempre: atento, pausado, irónico, intentando estar de vuelta de todo, me dabas tu opinión sobre los egos, decías con esa socarronería cántabra que te caracterizaba que, cuando los políticos recogen su acta de diputado o concejal, algo varía en sus egos, se pervierten… Reí por la ocurrencia. Seguiste dando forma a la idea: Todo aquello que era la búsqueda del bien común con el ego más campechano y solidario se decodificaba y enajenaba, era como limpiar un disco duro 12 veces, quedaba en blanco, no dejaba huella de los propósitos pasados, es cuando el ego se subvierte y aparece el ego interesado, bien por mimetismo con el grupo político o por…, esencialmente, provecho propio. Les comienza a doler la espalda y necesitan una buena poltrona. Reímos por el ingenioso y sarcástico chascarrillo.
Paco me siguió diciendo con voz queda: Por eso hace tiempo que dejé la militancia activa, no fue por desarraigo a este sistema poco edificante, tenía miedo de que me dieran un acta y mi ego se corrompiera. Emilio, siguió diciéndome entre calada y calada, dedícate a todo aquello que no te adultere el espíritu en el fondo y la forma, y desde ahí ve ofereciéndoselo al mundo- tomó la copa y dio un sorbo de güisqui sin hielo, luego siguió hablándome, reflexivo y divertido- Yo he enseñado a muchas personas a pensar gracias al ajedrez, pero nunca les enseñé a enrocarse, sí a conocer a sus adversarios, pero…
Les enseñé lo que es la paciencia, el dar un paso atrás para luego dar dos hacia delante, lo aprendí haciendo aquellos barcos a escala, ¿recuerdas ese que solo era el corte del centro de un buque de guerra del siglo XVII? Siempre me encantó, -contesté añorante-, es una pieza preciosa, meticulosamente trabajada: bodega, dormitorio, cañonería, carga, hombres. ¡Un gran barco de vela!.
-Fueron muchas horas de trabajo y fue en la época en la que mi espalda no respondía, allí aprendí la constancia, la tenacidad, la férrea voluntad hasta conseguir el objetivo, la tolerancia hasta con el dolor. Sin rendirme nunca.
Eso se lo he intentado enseñar a muchos, pero…. Como ves nadie hace caso a la experiencia. Les ofrecí mi tiempo para ayudar a los compañeros, pero siempre sin ataduras ni sometimientos a un sistema que, de momento, deja mucho que desear.
-Yo me encocoraba con su postura un tanto “pasotil”, como siempre, él me sonrió levemente, mientras me dijo con la voz muy firme y queda: ”Tú mismo, compañero”
-No sé si tienes razón Paco, le respondí sobriamente, pero tu infarto en la noche del último día de junio, se debió a tragártelas todas juntas.
– No creas, compañero, viví y dejé vivir. Nunca quise ser el viejo de los achaques, alguna vez hemos hablado largo y tendido sobre como sería nuestra muerte, yo, como casi todos nosotros, apostaba por que fuera rapidita y sin sufrimientos, ni propios ni a la familia. Así no aumentaría el dolor a nadie de mi entorno. Quería irme con la maleta vacía de dolores y la mochila llena de cariño. Y lo he logrado, chaval, además no he dejado de comer, beber y fumar aquello que siempre me apeteció, siempre con moderación, pero sin cortapisas. Como has podido apreciar me he ido sin causar molestia alguna y como deseaba, haciendo uso de mi persona como mejor he entendido.
– Y callé, en eso llevaba toda la razón, nunca hizo mal a nadie y siempre hizo lo que quiso con su cuerpo.
Y añadió, dándome una palmada en la espalda: “Genio y figura, compañero, genio y figura…”
No hubiera podido soportar que en mi lecho de muerte, agonizante y dolorido, se pusieran a dilucidar los sabios letrados, los nobles teólogos, los doctos médicos y los perdidos políticos, si era conveniente o no el acelerar mi muerte.
¡La muerte, como mi vida son intransferibles, chaval! ¡Nos vemos!
Se levantó de la mesa mientras yo volvía a mi presente lineal y terrenal y quedaba indeciso ante su aseveración.
Veré cuando vuelvo a poder reunirme con ellos, con los amigos que no están aquí, pero que no son del ayer y encuentro algún punto para contradecir sus aseveraciones.
De momento no tengo ninguno.