En pocos días terminamos el año 2019, y como siempre, nos dejamos en el tintero o enredados entre las neuronas un recuerdo importante, no imprescindible, pero sí de interés social o humano.
Este año me vienen a la memoria algunos, el primero el de “Chacha”, escribí un monólogo sobre ella, un homenaje sincero al dolor, la juventud amputada y la tragedia, lo incluí “Femenino Plural”, mi último libro de teatro dedicado a las mujeres, que se publicó a finales de 2018. La “Chacha” se llamaba Rosario Sánchez Mora, Miguel Hernández escribió un hermoso poema sobre ella, aún sin conocerla el poeta se convirtió en Musa de guerra.
La joven que había venido a estudiar costura a la Casa del Pueblo desde Morata de Tajuña, perdió su mano manejando explosivos en el “Alto del León”. Su acción estaba encaminada a frenar el avance de Mola desde el norte, que pretendían cortar el suministro de agua a la capital y entrar posteriormente en ella. “Chacha” se apuntó en la primera oleada de jóvenes que salió de la capital a defender Somosierra.
Rosario que quería ganarse la vida con la costura, nunca pudo dedicarse a eso, tampoco pudo seguir luchando en la sierra, pero no se rindió, siguió luchando en la retaguardia, a las órdenes de El Campesino. Allí, junto a El Campesino, conoció a Miguel Hernández, su mentor poético. Los dos fueron a leer el poema a la radio y a dar calor y ánimo a las jóvenes que sufrían el asedio de Madrid.
Un año más hemos dejado pasar ese asedio, la batalla de Madrid, conocida en todo el mundo, pero olvidada por los que aquí vivimos. El lugar donde se estrenaron las BBII, donde el hospital Clínico fue primera linea de batalla, en cada planta se luchaba día y noche por mantener la posición: un pasillo, una sección…
Cuando terminó la guerra, como no, Chacha, fue encarcelada, tuvo suerte, pudo salir de ella. Su libertad carcelaria fue el mismo día en el que Miguel Hernández la perdió para siempre por su tuberculosis no tratada, en la cárcel de Alicante.
Rosario dejó aparcados sus sentires y comenzó a ganarse la vida como pudo, siempre en silencio, como tantas otras personas remodeladas por la represión de los que no perdieron la guerra.
Comenzó a vender cigarrillos en Cibeles, con mucho tesón y tras muchos años, llegó a trabajar como estanquera en Peña Prieta.
Fue la imagen de lo que aquí ocurrió con esa guerra: Una joven que truncó su vida porque alguien que se sublevó, no perdió y reprimió, así lo dispuso con medidas de terror.
Tras su paso por la cárcel, el silencio se hizo grande y largo, el silencio fue feroz e intenso, el silencio humilló y descabalgó su proyecto de vida, sus ideas, conceptos, preceptos y necesidades. Hundió en el fango su futuro, pero siguió batallando, tenía una hija que sacar adelante.
Ese silencio cabalgó entre la población, generación tras generación, y modeló el desconocimiento en unos y el olvido en otros, los más.
Isidoro, mi gran amigo, el artífice del monólogo que escribí a “Chacha”, me comentaba que, a la señora que durante toda su juventud le había estado comprando tabaco, formaba parte de una historia de sangre y fuego, de fusil y metralla, de pluma y palabras, y que los vencedores le habían secuestrado esa verdad, por tanto, exigía una reparación, una reparación que nunca tendría ni tendrá.
Isidoro y otros muchos, nunca supieron quien era esa mujer, la estanquera de Vallecas, lo mismo que no supieron hasta muchos años después de crecer, que se escribió un hermoso poema titulado: Rosario la Dinamitera.
En este 2019 se han cumplido 100 años de su nacimiento, en este año nadie ha recordado su vida y la mugre social que le ofrecieron los que no perdieron esa guerra.
Y aún dicen que hace falta olvidar lo pasado. ¿Pero como se puede olvidar algo que no se conoce?
¡Santa paciencia!
También se nos escapa entre las hojas del calendario y se mece en la gaveta del olvido, los 20 años de la muerte de Ernestina Champourcin, una poeta de la generación del 27, una de las “Sin Sombrero”.
¿Por qué las “Sin Sombrero”?
La acción de quitarse el sombrero ocurrió un día, allá en los locos y atribulados años 20, donde unos jóvenes estudiantes en la Real Escuela de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, paseaban por la Puerta del Sol, iban: Maruja Mallo, Margarita Méndez. Salvador y Federico. Las dos se quitaron el sombrero porque decían que este les impedía que las ideas fluyeran y llegaran al exterior… Cuenta la historia que en la misma Puerta del Sol la gente que pasaba comenzó a abuchearlas y a tirarles cosas.
Fue en los años 20 del siglo XX, esperemos que en los años 20 de este siglo XXI, unas nuevas mujeres se despojen de otros simbólicos sombreros y de esta forma, comiencen a fluir nuevas ideas que nos lleven a un mundo de más equidad.
¡¡FELICES AÑOS 20, A TODAS!!