La pasada semana murió un mito de los años 60/70, Pepe Martín, el Conde de Montecristo. Unos pocos capítulos en TVE, le encumbraron de por vida, aunque tenía que seguir comiendo, es lo que pasa; la fama no da de comer.
Estos últimos años daba recitales de poesía, lo tuve como maestro en los talleres que se daban dentro de los cursos del amigo y profesor Carcasés, en la Universidad de verano de la Complutense, en el Escorial. Allí, enseñaba con soltura y maestría natural, a decir el verso, sin versificar, como si fuera prosa, a darle el tempo y ritmo requerido a cada poema, porque, dependiendo del poeta así debe sonar el poema. No suena igual el poema del culto y siempre mayor Antonio Machado, que el del febril y siempre vehemente, Miguel Hernández, son dos cantos diferentes, dos estilos, dos formas de ver y entender la vida y la muerte. Él, como actor con muchas tablas, de los que quedan pocos, sabía hacerlo. Dominaba el oficio con sus formas y trucos de intérprete, el sabía saltarse esos ritmos naturales para darle otro cuerpo, otra gracia. Un maestro al que la sociedad puso en el pedestal de mito, pero nadie se acordó de darle trabajo en muchos años. Era viejo, su época de director y actor, ya había pasado. Así somos aquí, allá no.
Lo mismo le pasó en sus últimos días. El miércoles ingresó de urgencia en un hospital de Madrid, le diagnosticaron un infarto, como decía la canción: “algo chiquitito”
Y como era un infarto pequeñin y era viejo, pues lo mandaron para casa, que los hospitales están en desescalada y no tienen tiempo para cosas pequeñas.
De siempre nos enseñaron que el primer “angor péctoris”, vulgo infarto de miocardio, no suele ser el gordo, el mortal es el segundo. Pero le instauraron un tratamiento y le dijeron que se fuera para su casa. Y se fue. Y el domingo, con un supuesto segundo infarto, murió.
Hace pocos días, un joven actor de solo 38 años, con toda la vida por delante, Jordi Mestre, tuvo un accidente de moto. Como consecuencia de las lesiones y de la presión hospitalaria, dicen que murió también.
Yo me hago una pregunta cuando leo que el número de muertos, según las funerarias, excede a la media anual en más 15.000 fallecidos. Pienso si no tendrá que ver que, con motivo del COVID-19, todas las patologías del entorno hospitalario, no por desidia profesional, pero sí por falta de medios humanos y de espacios correctos para tratar a ciertos pacientes, han sido parte de esas cifras que no coinciden con las oficiales. No son muertes, en su mayoría, por causa del virus, puede que lo sean, por causa del virus en diferido, por causa de una organización sanitaria exclusivista.
Me explico, la aparición de una enfermedad sin precedentes, hace que en el espectro sanitario desaparezcan el resto de patologías; las operaciones de cataratas, especialidad de oftalmología, se dejan de hacer “sine die” y sin saber cuándo se normalizará la situación de esas consultas y quirófanos, nadie informa de nada, los enfermos a la espera de instaurar un tratamiento, pongamos por caso de fibrosis pulmonar, se anula la consulta y se anula gestionar el tratamiento. Una llamada, una receta electrónica y el paciente sigue su curso atendido desde atención primaria, sin agravar su enfermedad.
Pero eso no puede hacerse, algunos centros de primaria se cierran, los profesionales de primaria van a una especie de palacio de congresos y exposiciones, a exponer al mundo que en Madrid, se gestiona mejor y más rápido que en China, sin que los viejos de las residencias se muevan de ellas y sin exigir a los hospitales de gestión privada que abran sus camas. Sobre los costes se hablará en otro momento, lo importante es la foto. La gestión no toca ser analizada. El número de pacientes, enfermos con otras patologías, que no han superado sus enfermedad por falta de medios, no se contabilizan, de momento, pero no sería de extrañar que, la desafortunada gestión, esa que hay que tener en cuenta siempre: el elemento de precaución y prevención, que los unos y los otros, los de aquí y los de allá, han olvidado, esa que fue analizada y especificada allá en 1972, tras el acuerdo del Club de Roma, donde los expertos anunciaban que, en base a la globalización, el mundo sufriría nuevas pandemias. Nadie contó con esas precauciones.
Pero es bien cierto el axioma que dice: donde priman los mercados y los mercaderes, las finanzas y los financieros, los humanos estamos poco considerados, somos como antaño, un número tatuado en un brazo. No importamos. En economías de guerra es mejor un muerto que un herido, sale más económico. Aquí, con la nueva gestión, parece que nos acercamos a esos límites. Un paciente oncológico con más de 80 años sale más caro cuidarlo que enterrarlo.
Han existido ONG´s, que se ofrecieron a montar en distintos puntos, donde se valoraba eran más necesarios, unos hospitales de campaña, los militares también los montaron, pero no se aceptaron o no se ocuparon. Mientras tanto los enfermos no contagiados por el virus se iban deteriorando más y más.
Pepe, Jordi y aquellos que no aguantasteis la espera. Descansad en Paz.