Ayer fuimos Josefina y yo a ver a tía Tere en la residencia de personas mayores, que se encuentra en un barrio agradable y limpio, lo que no es poco. La encontramos más o menos como siempre, con la expresión cariñosa y alegre por nuestra visita. Esta vez se quejó menos de sus achaques, comprensibles y llevaderos a sus ochenta y nueve años. Hablamos un poco de todo, principalmente de la familia.
En muchos gestos y detalles tía Tere me recuerda a mi padre: ese rastro de bondad y modestia, de austeridad contenida, de sincera religiosidad, de sobria emotividad. Su lenguaje gestual se mantiene luminoso y cálido.
Al despedirnos noté que tenía los ojos llorosos, pero advertí también en mí el consuelo de su presencia y su cercanía.
La visita a tía Tere me suscitó, como otras veces, pensamientos ambiguos sobre la tercera edad. No me parece sano idealizarla ni ocultar su aspereza, cayendo en generalizaciones tópicas que dificultan el necesario realismo para asumirla con veracidad.
Pero tampoco me parece saludable descartar en la vejez su posible condición de espacio sosegado y de recapitulación de la vida, y en el caso de los creyentes, de transición hacia una existencia definitiva y eterna. Acaso sea excesivamente literaria e irreal la conocida expresión “la suavidad del final de la vida” aplicada a la vejez, pero puede despertar en nosotros vivencias auténticas y esperanzadoras.
La entrañable figura de los abuelos puede expresar y sintetizar estas imágenes en torno a la vejez: el tramo final, la soledad en la suavidad de la tarde, la necesidad y la búsqueda de apoyo, la ternura y la compañía.
La soledad es probablemente el costado más áspero de la tercera edad. La soledad de la vejez es sencillamente la soledad de la vida llevada por lo general a una intensidad peculiar y específica, la vida en su dolor y en su color.
La tercera edad –la ajena y la propia- merece ser acogida con un sentimiento grande de tenacidad y paciencia, de serenidad y confianza. La sociedad y el mundo son también una inmensa y compleja residencia de personas mayores, acogedora y beneficiosa si cumple las directrices sociales y humanitarias adecuadas para la atención cualitativa de una ciudadanía adulta.