No voy a dedicar este artículo a comentar la genial obra musical de Juan Sebastian Bach “El arte de la fuga”, sino simplemente intento apoyarme en su luminoso título para hacer una libre reflexión personal que tiene bastante más de ensoñación o de libertad interior que de cualquier otra cosa.
El símbolo de la fuga es de una fertilidad aplicable a la vida cotidiana. Muy a menudo estamos a punto de “tirar la toalla”, de “quitarnos de enmedio”, de salir corriendo…Unos niveles excesivos de saturación existencial nos conducen a la huida, al refugio defensivo en nosotros mismos. Los factores que influyen en tal decisión son múltiples y elásticos, escurridizos: la monotonía cotidiana, la mediocridad ambiental, la dispersión mareante de solicitudes y de tareas…
Pero no siempre este arte de la fuga es una huida hacia adelante. Más bien se configura en ocasiones como una densa concentración de reflexiones y motivos que justifican un salto en el vacío o al menos un cambio de rumbo y de ritmo en nuestra vida. Es el arte de la soledad y del silencio, de la meditación sonora, de la contemplación de la naturaleza y de su belleza que nos arrastra… Es también el encuentro con el fondo de nosotros mismos que nos mantiene en la serenidad y en la alegría.
Son artes distintos y complementarios, y sus fugas correspondientes. La huida de la realidad densa y espesa, y la fuga beneficiosa de tantas servidumbres que nos tensionan y desgastan. La síntesis luminosa entre ambas nos sitúa con precisión y eficacia en el arte de la fuga.
La aspereza de la realidad nos lleva a la huida de la misma, pero la interioridad y la profundidad son los atributos que nos acompañan y animan en el empeño de seguir adelante contra viento y marea.