La vida nos trae y lleva por muchos derroteros, algunos impensables. Pero los hay muy buenos, buenos, malos y regulares. Y de todos tenemos que hablar. Parece que sólo atendemos a los problemas, los sinsabores, las decepciones y la pena y no, no puede ser. Porque estaríamos echando a perder muchos recuerdos que nos han hecho felices.
La vida de barrio, como en el que yo resido mis 65 años de vida, que es la Prosperidad en el distrito de Chamartín, ofrece muchas posibilidades para el encuentro, porque tiene muchos comercios, algunas zonas verdes (entre ellas el Parque de Berlín) y sobre todo la costumbre de pisar la calle, de charlar con los vecinos, de compartir trocitos de vida.
No obstante, hay un sentimiento que nos visita sin que la hayamos invitado y es la soledad que nos hace sentir que hemos pasado de ser actores a meros espectadores.
Incluso hay veces que produce una sensación incómoda y penosa frente a la que no luchamos, precisamente porque estamos solos.
A veces me pregunto qué he hecho mal para sentirme sola
Y no encuentro respuesta, porque no he hecho nada de lo que sentirme avergonzada, culpable o doliente. He sufrido duelos por la pérdida de mis padres y hermanos. Me he jubilado. Me cuesta sonreir y no valoro lo suficiente las sonrisas que recibo, los alientos que me envían y las fuerzas que me piden que recupere.
Y sí, es así. Hay muchas cosas por las que no rendirse.
He empezado por ordenar mi vida colaborativa, por un lado, en la Asociación Vecinal Valle Inclán. Esencial porque toda una vida de trabajo dedicada a los servicios sociales y las personas mayores no podía cortarse por cumplir una edad, la de la jubilación.
Cada persona tiene su historia personal, familiar y profesional.
El segundo paso es intentar escuchar y comprender lo que me dicen. Esto es, relacionarme, sentir la vida que me rodea y disfrutarla.
El tercer paso es no olvidar que he sido una persona con capacidad para tomar decisiones, buenas y no siempre buenas, pero que asumo porque en cada momento que las tomé había una razón, un sentimiento o un afán de pervivencia.
Y hasta aquí he llegado, creo que debo ir dando pasos, con voluntad para no quedarme atrás y para cerrar mi puerta a la soledad no deseada.