La vida humana comprende espacios y tiempos de diversa índole, regalos de abundancia y alegría y agresiones de carencia y amargura. El equilibrio de ambos configura el dinamismo de la aventura personal y colectiva, su peso dialéctico. El arte de vivir consiste en armonizar los gozos y las sombras, en penetrar de madurez y paciencia los momentos de violencia y dolor.
Porque existen esos momentos en los que el balance de nuestra vida es especialmente dramático, en los que la suma de carencias resulta apabullante, al menos en apariencia.
Las dificultades en la relación con los otros nos agobian y parecen barreras inexpugnables.
Y tantas otras cosas de diversa índole. Pero no es sano ni justo dejarnos vencer por el desaliento, por un cierto egocentrismo de sabor narcisista-.Más bien habría que hacer un recuento positivo de los logros y las luces que habitan en nuestro interior y que orientan y dinamizan nuestro camino.
Se trata de dotarnos de un equipaje de fondo que nos capacite en la lucha y el trabajo cotidianos para construirnos a nosotros mismos en la aceptación plena de nuestra personalidad y en el despliegue de sus posibilidades. Lo cual entraña el asumir el yo y su carácter central como fuente de creatividad y de riqueza.
Asimismo, la plena aceptación del yo implica conocer y mostrar sus conexiones con el pensamiento abstracto y la vida intelectual, la reflexión especulativa basada en la realidad inmediata y tangible.
Estas notas y cualidades perfilan un equipaje de fondo imprescindible para combatir las graves carencias que afectan al desarrollo armónico y coherente del pensamiento humano y de la esperanza como proyección suya en la realidad. La esperanza como tensión creativa y transformadora, creadora de conciencia gratificante y de cohesión social. de especial aplicación en el ámbito ciudadano.