POR Cristina Mateos Casad, Profesora de Periodismo. Especialidad en Comunicación y Género, Universidad Complutense de Madrid

Isabel Tajahuerce Ángel, Profesora de Comunicación y Género. Facultad de CC Información., Universidad Complutense de Madrid

 

La violencia de género es la que se ejerce contra las mujeres por el solo hecho de ser mujeres. Se basa en una estructura de dominación y de control para mantener la desigualdad que sustenta un modelo económico de división sexual del trabajo en la sociedad contemporánea, modelo que nace tras las revoluciones burguesas y liberales de finales del siglo XVIII y del siglo XIX y trae consigo un sistema de segregación de género en el que las mujeres carecen de derechos y son tuteladas por varones (marido, padre, hermano, patrón u otros). No pueden votar, ni ser elegidas, pero tampoco tienen acceso a la educación, a la propiedad, a trabajar sin autorización del varón u otros derechos.

Aunque nos hagan creer que la desigualdad y la violencia contra las mujeres han existido siempre, esto no es cierto. En el libro El cáliz y la espada (2021), la académica austriaca Riane Eisler critica la idea de un modelo de dominación heredado de las sociedades de la antigüedad. Según su teoría, la evolución cultural occidental etnocéntrica pasó de basar la vida en el “principio de vinculación”, “colaborativo”, a un modelo de dominación que la autora considera “un punto crucial y catastrófico de la prehistoria de la civilización”. Dicho de otro modo “el poder de quitar la vida en lugar de darla que es el poder definitivo para imponer la dominación”.

Se desmonta así la idea extendida de que los hombres son violentos por naturaleza y por ello agreden para poner el foco en cómo las sociedades modernas y contemporáneas fueron desarrollando múltiples estructuras de control y dominación para mantener la desigualdad entre mujeres y hombres.

El nuevo sistema económico implica que las mujeres realicen toda una serie de trabajos no remunerados, pero fundamentales para la vida. Estos trabajos son considerados de “poco valor” por su ausencia de remuneración, separando los ámbitos de lo público y de lo privado para poner el centro en el valor del dinero, en lugar de en el valor de la vida.

La violencia de género en las agendas

Las mujeres lucharon desde el primer momento por la igualdad de derechos y de libertades y consiguieron, poco a poco, modificar las leyes y las realidades. En los últimos años la movilización del movimiento de mujeres y feministas en todo el mundo y la progresión de las denuncias de las víctimas de múltiples violencias, especialmente la violencia sexual que se da por sí misma y en interacción con otras violencias, han logrado situar las demandas de las mujeres en las agendas políticas, sociales y de los medios de comunicación en todo el mundo.

Acciones internacionales sin precedentes, tales como el movimiento Me Too, la performance internacional “Un violador en tu camino”, la movilización #HermanaYoSiTeCreo en España o la “Revolución del velo” en Irán, junto al progresivo aumento y denuncia social de multitud de nuevas formas de ciberviolencias (ciberacoso; happy slaping o bofetada feliz; exposición involuntaria a contenido sexual/violento; pornovenganza o sextorsión, entre algunas), han puesto de manifiesto la importancia del compromiso de la sociedad en su conjunto en la lucha contra las múltiples formas que adopta la violencia de género desde una mirada interseccional.

Por otro lado, es fundamental tener en cuenta los instrumentos internacionales de derechos humanos, centrados en el derecho a la reparación que tienen las víctimas o supervivientes de las violencias machistas, tal y como recoge Tania Sordo en el Informe para el Ministerio de Igualdad del Gobierno de España “Prácticas de reparación de violencias machistas. Análisis y propuestas” (2021).

La ampliación del concepto

Desde el Convenio del Consejo de Europa sobre prevención y lucha contra la violencia contra las mujeres y la violencia doméstica, aprobado en 2011 y ratificado por España en 2014, el conocido como Convenio de Estambul, se ha ampliado la consideración de víctimas de violencia de género más allá de la que ejercen sobre las mujeres sus parejas o exparejas.

El Convenio contempla como delito todas las formas de violencia contra la mujer: la violencia física, psicológica y sexual, incluida la violación; la mutilación genital femenina, el matrimonio forzado, el acoso, el aborto forzado y la esterilización forzada. Desde 2014 también son consideradas víctimas directas de violencia de género las hijas y los hijos de las mujeres que sufren este tipo de violencia.

En 2017 todos los partidos políticos suscribieron en España el Pacto de Estado contra la Violencia de Género, que prevé incorporar a todas las mujeres víctimas de violencias machistas que recoge el Convenio de Estambul, aunque no exista o haya existido relación sentimental continuada o de pareja.

Una buena praxis profesional: la intervención reparadora

El reconocimiento de las múltiples violencias que están operando bajo los ejes de dominación y subordinación ha permitido consolidar enfoques de trabajo profesional basados en el género, los derechos humanos, el enfoque interseccional y la alta especialización.

Se promueve una práctica profesional basada en la escucha activa y en las necesidades de las mujeres víctimas, con un acompañamiento adaptado a estas y sus familiares (cuando es preciso) para mitigar el impacto sufrido y con acciones encaminadas a la reparación individual, comunitaria y social. No olvidemos que el impacto de la violencia de género es equiparable a la violencia en los conflictos armados o la violencia terrorista.

Son fundamentales los procesos de intervención en donde se garanticen los derechos de las víctimas a ser creídas en sus relatos del horror y a la reparación, asegurando no causar más dolor y evitando la violencia institucional y la revictimización. Proteger el derecho de las víctimas a tener autonomía, a expresarse y a estar acompañadas es esencial.

Conocer y reconocer todo el trabajo y compromiso de las instituciones del Estado, la academia, las organizaciones y los movimientos sociales por la construcción de sociedades libres de violencias y con justicia de género supone también reconocer las aportaciones, especialmente de las mujeres desde todas esas instancias, al corpus científico de la violencia de género, que históricamente se ha visto afectado por estrategias de devaluación y silenciamiento.

Publicado originalmente en The Conversation.

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