Me escribe Jacinto, un amigo de toda la vida, que de seguir así, en lugar de abrir espacios destinados a las artes y la cultura en general, se abrirán en los distintos pueblos, barrios y distritos las “inculturotecas”. Que serán aquellos espacios destinados a desinflar a los vecinos de sus ansias y necesidades de mantener estrecha relación con las artes.
No le quito la razón, le cuento que los gestores de lo público piensan en que hay otras necesidades más apremiantes para los vecinos, pero enseguida Jacinto, me suelta el refrán típico de nuestras madres: No mezcles churras con merinas… Al César lo que es del César… Si la política fuera a seguir ese guion no habría concejalías de cultura ni consejerías de cultura, eso sí, siempre compartida con otra área, como deporte o turismo. Todas serían de Servicios Sociales, Medio Ambiente y Vivienda. Aunque en realidad todo se reduce a cambiar el modelo económico del país.
El problema radica, dice Jacinto, en que hay que saber repartir y priorizar. No puedes basar toda la cultura en gestionar la excelencia, lo mismo que no hay solamente viviendas de 10 habitaciones con piscina para niños, adultos y perros y de la misma forma que todos los colegios públicos no están en La Moraleja, con unas instalaciones propias de una Ciudad Deportiva. Aunque puestos a pedir puede que interese construir un teatro por colegio e instituto, de la misma forma que se levantan canchas deportivas o gimnasios. Hay que cultivar cuerpo y espíritu. ¿No lo sabías, criaturita?
Solo hay que poner los pies en la tierra y demostrarles que es necesario. Sin más.
Yo, le explico que me avergüenza la idea de tener que enseñar al que sabe. Porque un político sabe, y sabe si gasta medio millón en publicidad engañosa, ponderando las ventajas y bondades de las residencias de mayores mientras baja el capítulo del presupuesto en la comida en esas residencias o dice que abre Centros de Salud, cuando en realidad lo cierra, como ese de Prosperidad que se inundó y tras decir que no se cerraba, ahora se alquila el local.
Jacinto me mandó una risotada entre interrogaciones y una frase lapidaria: “Primero tendrás que enseñar al crédulo y al que no sabe”. Por tanto, voy a recordar alguna cosa que pudiera ser de interés para los crédulos o desconocedores ediles que ocupen pronto los nuevos sillones en las administraciones de proximidad.
Empezaré por recordar el derecho a la cultura. Se le considera un derecho de 3ª generación, fue aprobado en el Pacto XV de Naciones Unidas, sobre Derechos Económicos, Sociales y Culturales, aprobado el 3 de enero de 1976. Ha llovido desde entonces y ha dado tiempo a pergeñar un proyecto inclusivo.
Resulta que quien gestiona un proyecto cultural, está gestionando un proyecto social, ya que genera trabajo y oferta sociocultural a un público potencial y un desarrollo económico en la zona de influencia. Ya es conocido que, por cada euro que se gasta en cultura revierten cinco.
Pero hay algo más, y ese algo no suele gustar a determinados gestores de lo público. En el preámbulo de este Pacto XV, se especifica que no hay libertad sin que a los humanos se les permita gozar de estos derechos económicos, sociales y culturales, de la misma forma que los civiles y políticos.
Sí, eso escuece en algunos sectores políticos que desean ser ellos la conciencia colectiva y por ello frenan la participación de los vecinos de pueblos y ciudades, contraviniendo el espíritu del artículo 4º del Pacto, en los que se muestra como objetivo de este el promover el bienestar general de una sociedad democrática.
El artículo 5º, previene de que los Estados, grupos o individuos no podrán emprender actividad o realizar actos encaminados a la destrucción o limitación de cualquiera de estos derechos y libertades reconocidas en el Pacto y no podrán admitirse restricción o menoscabo de ninguno de estos DDHH. Para ello, los Estados Parte, adoptarán medidas efectivas, normas, programas, procesos y sistemas para conseguir el derecho al desarrollo económico, social y cultural constante.
Reconoce, así mismo, el derecho a que todos gocen de condiciones de trabajo equitativas y satisfactorias que les aseguren remuneración y seguridad. Como es el caso de la norma recién aprobada que regula los trabajos en veranos tórridos, por la seguridad de los trabajadores.
Bien, si se cumplen unas normas de los pactos, a toda vista lógicas y coherentes, ¿a qué eliminar otras que pueden mejorar la vida del trabajador y la sociedad?
Me explico. Si se estudia el nuevo paradigma social de menos días de trabajo a la semana, ello implica más tiempo de ocio y cultura, ergo habrá que desarrollarla.
Hace años que en Europa los centros públicos destinados a producciones artísticas comenzaron a variar sus objetivos por comparación. ¿Si el museo abre sus puertas, como una biblioteca en la mañana y la tarde, por qué no se hace lo mismo con los conciertos, los espectáculos de danza, circo o teatro? Y comenzaron a ponerse en marcha las matinales.
Pensemos en el ser que trabaja por las tardes y no puede asistir a un teatro, salvo los fines de semana. Pensemos en que los inviernos en España tienen la costumbre de oscurecer pronto y las personas de edad no están por la labor de recorrer las calles a oscuras. ¿A qué privarlas de la contemplación de un espectáculo en sesión matinal?
Máxime cuando hay distritos que cuentan con una butaca por cada 750 habitantes.
Pensemos que, si contamos con gestores públicos abiertos a los DDHH, ganaremos todos.
Como este Pacto da para muchos peros y algunas propuestas, será mejor dejarlo para otro día y no cansar al lector. Mientras tanto, pensemos en cerrar las “Inculturotecas”.
Publicado por primera vez en elobrero.com
- Publicado en Tribuna Libre
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