El 18 de enero se celebró en la Asociación de Vecinos “Valle-Inclán”, de Prosperidad, la presentación del libro El dilema de Fichte. Spinoza, Kant y el Romanticismo escrito por Alfredo López Pulido y Luis Martínez de Velasco.
El acto de presentación del libro fue presidido por Gloria Cavanna, que subrayó la enorme importancia del pensamiento en general (y del pensamiento filosófico en particular) a la hora de transformar la realidad que nos rodea. La filosofía -dijo Cavanna- no puede reducirse a un mero juego conceptual destinado a “entretener” y dejar las cosas como estaban. Si Antonio Gramsci declaraba que detestaba a los indiferentes y nuestro Gabriel Celaya había dejado escrito “maldigo la poesía / del que no toma partido,/ partido hasta mancharse”, hay que subrayar, en este sentido, el extraordinario papel que juega la Asociación a la hora de dinamizar e impulsar la actividad cultural y filosófica no sólo en el barrio de Prosperidad, sino en la ciudad de Madrid en su conjunto.
El filósofo Johann Gottlieb Fichte (1762-1814) fue un pensador poderosamente influido por Immanuel Kant que llevó las preocupaciones filosóficas, morales y políticas de éste a su más alta expresión (hasta el punto de poder ser considerado, en más de una ocasión, más kantiano que el propio Kant). En este sentido, la aversión fichteana por la filosofía meramente especulativa -ésa que constituye un simple juego conceptual, cuando no toda una cobertura ideológica al poder establecido contra la población trabajadora- empuja a Fichte a considerar verdadero todo pensamiento filosófico capaz de traducirse en praxis política revolucionaria. El apoyo de este filósofo a la facción jacobina de la Revolución Francesa, que le trajo no pocos quebraderos de cabeza, es un buen ejemplo de ello.
Fichte distingue, en líneas muy generales, entre dos formas de hacer filosofía: una forma dogmática, basada en la realidad de las cosas y en el estado existente del mundo, y una forma idealista vertebrada en torno a la negatividad de dicho estado, al “hueco” dejado por éste, a la sombra que acompaña a todo lo existente empañando su solidez y su belleza sólo aparentes. Fichte, sin embargo, deja a un lado los análisis al uso de ambas filosofías, a saber, análisis puramente lógicos (obsesionados con despejar cualquier tipo de contradicciones internas en las teorías) y análisis empíricos (establecidos en torno a los hechos objetivos que explican), pues en ese caso tanto el dogmatismo como el idealismo se mantienen sólidos (cada uno a su manera). Por eso Fichte aplica lo que se conoce como análisis “pragmático-transcendental” basado en las consecuencias morales y políticas presentes en cada una de las dos filosofías. Se trata, dice Fichte, de juzgar en qué nos convierten una y otra. El resultado de este tipo de análisis no deja lugar para la duda: el dogmatismo, dice Fichte, nos convierte en esclavos de la realidad, en seres pasivos y sumisos, mientras que el idealismo nos sitúa por encima de las cosas y nos permite pensar, gracias a la libertad que conlleva esta forma de pensar, en la posibilidad de transformarlas.
Por eso defiende Fichte, frente a una lógica de la identidad (A = A, las cosas son y siempre han sido así), una lógica de la contradicción (A debe ser B, las cosas no son como son, sino que están como están y hay que cambiarlas). El criterio al que responde cualquier tipo de cambio -no sólo moral sino político- es la razón en tanto que encarnada en el mejor “yo” de cada uno, lo que Fichte llamará enfáticamente el Yo (o Yo Transcendental, como dijo Kant).
En resumen, Fichte defiende una filosofía práctica que, recogiendo lo mejor del pensamiento materialista de Spinoza -donde la Naturaleza sustituye a una idea antropomórfica de Dios en la medida en que esta idea perpetúa la pasividad infantil de la humanidad y se asocia al poder establecido-, impulsa la idea kantiana de libertad como una serie de acciones reales en un mundo real. Para ello es menester incrustar esta libertad en el curso “natural” y rutinario de la realidad atreviéndose a pensar contra los hechos, por muy sólidos o sagrados que nos parezcan. El pensar, el ser libre y el actuar revolucionario son elementos que, en Fichte, avanzan cogidos de la mano. Por eso Marx sentía una enorme estima por este filósofo.
Por Alfredo López Pulido y Luis Martínez de Velasco