Queridas amigas, os mando este audio para contaros cosas sobre las pérdidas sufridas a lo largo de mi vida.
Algunas personas nos damos cuenta como pasa la vida, los años, según adquirimos la costumbre de perder más y más cosas.
Yo en esas lides soy especialista, de cría mi madre decía:
– ¡Anita, un día vas a perder la cabeza!
Mi destino fue siempre la perdida de cosas; la receta del Lexatín, un tacón, un suspiro… Aunque la vida es dura y te enseña a saber perder, yo lo que en realidad quería perder desde la adolescencia, lo que pretendía perder era solo una cosa… Sí, esa, pero tuve que esperar hasta los 20 años para perderla… Reconozco que no fue como para echar cohetes, el pollito desplumado no estuvo a la altura y la perdí como quien pierde un estornudo.
Años más tarde perdí a un novio, sabía que eso era normal, él tenía un carácter incompatible con el mío y yo con el suyo, y lo mismo que había llegado a mi vida un tormentoso día de invierno con frío y nieve, se fue, sin decir adiós, una hermosa mañana de primavera de sol y polen, mucho polen. Meses después me escribió una nota pidiéndome perdón y explicándome que aquel día había perdido los papeles…
Lo de mi madre fue peor, ella siempre me decía:
– ¡Anita, si sigues con ese carácter tan tuyo, vas a perder el tren!
Y lo perdí, según ella, nunca estuve a merced del destino y desatino en forma de los caprichos de otros. Eso sí, poco a poco fui adquiriendo la capacidad de perder más y más cosas: un día fue el pintalabios, otro un litro de aceite oliva virgen extra… No, no es broma, aquello me alteró una barbaridad, yo nunca he sido de perder aceite.
Con los años observo que se me olvida donde dejo las cosas, pienso que las he perdido, pero al cabo de un día, una semana o un mes aparecen:
– ¿Dónde está mi pincel marrón? ¡No está! ¿Quién me lo ha quitado? Nadie Ana, reconozco, vives sola y desde que te has jubilado la pensión no te da para asistenta.
Y al mes, aparece el pincel escondido entre el asiento y el brazo del sillón de orejas, junto con una goma del pelo, 30 céntimos y el último recibo de la luz del año pasado.
Como estoy sola, y para no quitarle intríngulis a las múltiples desapariciones, les pregunto a los objetos perdidos y nuevamente recuperados, en donde pasaron los últimos días. No me contestan, pero yo les perdono igualmente y me alegro de volverlos a ver mientras les pregunto por sus nuevas experiencias.
En el caso del pincel encontrado, sirviéndose de mi mano, pintó entusiasmado, de cuatro trazos, un hermoso joven, quizá aquel que pudo ser y no fue. De él me gustó la mirada; era limpia, inquietante, inteligente, envolvente… indecente. No, decididamente nunca me crucé con tal forma de mirar, lo hubiera recordado.
Y siguiendo con esto de las pérdidas… ¡Ja! Sí, esas también han llegado a mí, las controlo gracias a la gimnasia pélvica, pero ahora me refiero a la otra, reconozco que fue muy intrigante.
Hace cuestión de dos semanas perdí un día, me da un poco de vergüenza decirlo, sí, perdí un día entero con su correspondiente noche. No recuerdo nada de lo que pasó a lo largo de ese día. La mañana del día anterior cuando iba a subir a casa con la compra vi el aviso de la Junta general de vecinos, que se haría al día siguiente. No podía perdérmela, se trataba de aprobar una sustanciosa derrama que a mí me dejaría a dos velas por muchos meses. ¡Adiós a mis bombones helados que tanto disfrutaba! Quería ir y explicar a la vecindad que las jubilatas no tenemos el poder adquisitivo que muchos trabajadores y que, por tanto, se deberían alargar estas derramas en el tiempo, a fin de pagar menos cantidad durante más meses. Lo escribí clarito y sencillo, para no perderme en explicaciones y no aburrir al atareado vecindario. Al día siguiente bajo al lugar de la reunión y no había nadie, espero, pero nadie llega. El aviso de la Junta no está donde estaba, Hugo, el portero sigue atento mis pasos perdidos. Al fin le pregunto por la dichosa Junta y me contesta que había sido el día anterior. Ayer:
– ¡Por favor he perdido un día y no lo voy a recuperar nunca!
– No se preocupe Ana, este año es bisiesto, lo puede compensar si tanto le disgusta.
Subí a casa con mucho desánimo, quería convencer al resto de vecinos para alargar el pago de las tuberías llamadas bajantes, que es lo único que baja últimamente en este país. En realidad, de bajantes solo tenían el nombre, aquel arreglo nos iba a costar un Potosí.
Y mi cabeza comenzó a dar vueltas al asunto:
– ¿Dónde estuve ayer? ¿Qué hice ayer?
Nada, no me acordaba de nada, llamé a Mari, mi hermana, todos los días hablamos por teléfono, le pregunté por lo que habíamos hablado el día anterior, me contestó que lo de siempre; del tiempo, de la polución, de la política no política, de las censuras a la cultura, de mil cosas y de ninguna. Le conté mi situación, pero ella, con el fin de animarme me dijo divertida:
– Lo que nunca debes perder es el billete de vuelta en el último viaje.
Se refería a que, tras seis meses en coma por aquello de coincidir en tiempo y espacio con un tiesto que se cayó de una ventana en el momento que ella pasaba y le sacudió en toda la azotea, había salido indemne a pesar de haberlas pasado muy mal. Para mí que la salvó el moño.
Recuerdo aquellos meses, cuando iba a verla al hospital y pensaba en la famosa frase; “Dígaselo con flores”. Esa orquídea plantada en el tiesto tuvo la culpa de que perdiera el sentido tanto tiempo.
Como no me solucionó nada, he llamado a mi amiga Rosa, que como ha sido funcionaria tiene soluciones para todo, ella me ha dicho que ponga una cámara de autovideovigilancia, en la entrada de casa, de esa forma podré ver al día siguiente en el ordenata, todo lo que hice en casa el día anterior.
Al final he bajado al portal y hablado con Hugo, él conoce todos los movimientos de los vecinos. Él me ha confirmado que efectivamente había perdido el día, es decir la fecha. El día que vi el aviso era el mismo día en el que había Junta, pero eso no tenía nada que ver con lo que me ocurría, ya que no me llamaba Ana, sino Cecilia, él no era Hugo el portero, sino Arturo, mi marido, que no vivíamos en una vecindad común ya que hacía tres años que vivíamos en un adosado en el Tiemblo y que me encontraba muy perdida en un sueño recurrente desde que la semana pasada había perdido el litro de aceite y el pincel de maquillaje al salir del súper.
Para colmo, continuó diciéndome Arturo, que no estaba grabando ningún audio sobre perdidas.
Al final perdí la seguridad en el sueño, me desperté y resultó ser cierto, yo no tengo una hermana que le haya caído un tiesto en la cabeza ni que se llame Mari, tengo un hermano funcionario que trabaja en objetos perdidos, con Arturo.
¡No lo entiendo, esto es un lío que no lo entiendo!
Ahora suena la alarma del teléfono, me temo que tendré que salir de donde estoy y perderme en la vorágine de la vida diaria, que ésta sí que no hay quien se la pierda.
¡Señor, que vida esta, hasta los sueños hacen que pierda mi autentica realidad!
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