Las elecciones al Parlamento Europeo celebradas entre el 6 y el 9 de junio en los 27 Estados miembros han permitido elegir a los 720 eurodiputados como expresión de la lógica democrática que inspira una democracia supranacional de alta sofisticación técnica.
El desafío de estas elecciones venía determinado por esclarecer la dimensión real del auge que los sondeos otorgaban a los partidos de ultraderecha y su capacidad de influencia sobre el futuro de la Unión.
La respuesta, a la espera de análisis más sosegados, podría ordenarse en torno a dos ideas. La primera es que los partidos de ultraderecha amplían su representación en la eurocámara, pero no lo hacen con la intensidad suficiente para condicionar de manera determinante el devenir europeo.
La segunda idea apunta a que el crecimiento de la ultraderecha resulta muy asimétrico desde la variable estatal, lo que invita a una reflexión en clave de política nacional que excede, sin embargo, el objeto de este artículo.
Basta ahora con dejar anotado que en España los resultados no enmiendan la jerarquía de representación política que mantienen de manera indiscutible el PP y el PSOE, aunque la ultraderecha se proyecte en Europa a través de dos formaciones políticas diferenciadas.
Más preocupantes son, sin duda, los casos de Francia, Austria, Bélgica e Italia, donde la ultraderecha se ha impuesto sin matices, mientras en Países Bajos, Rumanía y Alemania ocupan ya una amenazante segunda posición.
¿Cuáles han sido las consecuencias?
Las consecuencias de todo lo expuesto no se han hecho esperar. Apenas se conocieron los resultados, el presidente francés anunció la convocatoria de elecciones legislativas, a la par que el primer ministro belga anunciaba su dimisión y la CDU alemana invitaba al canciller Olaf Scholz a someterse a una cuestión de confianza.
La composición del nuevo Parlamento Europeo ofrece, desde un análisis puramente cuantitativo, motivos suficientes para el desasosiego. No en vano la ultraderecha ha incrementado sensiblemente el número de escaños hasta contar con 177 actas de eurodiputado en el Parlamento, cuyo mandato se extenderá hasta 2029.
Con todo, y sin restar importancia a este dato, entendemos que para valorar en su justa medida el riesgo que supone la ultraderecha es imprescindible analizar también la capacidad de influencia que este conglomerado de partidos puede llegar a tener en la construcción europea. Y es aquí donde no falta información que permite ponderar de manera más ajustada el verdadero poder que la ultraderecha tendrá en la Unión Europea cuando se constituya el nuevo Parlamento. Algunos datos nos ayudan en este ejercicio.
Así, los partidos de centroderecha (185 escaños), la socialdemocracia (137), más los liberales (79) y los verdes (53) han retenido para sí una mayoría que representa el 56 % del total de eurodiputados. Algo así permitirá pilotar sin demasiada distorsión la aprobación del nombramiento de la presidenta de la Comisión Europea una vez el Consejo Europeo proponga a Úrsula Von der Leyen como candidata de la fuerza política más votada.
Lo propio cabe decir respecto del proceso de audiencias que tendrán que superar las personas que vayan a asumir un puesto en la citada Comisión.
Por la misma razón expuesta, la ultraderecha no tendrá fácil bloquear la agenda política que la Comisión Europea tiene la obligación de definir en el Nuevo Marco Estratégico (2025-2029) para luego traducir en iniciativas legislativas que se debatirán y, en su caso, aprobarán en el Parlamento Europeo y en el Consejo de la Unión como resultado de un complejo proceso legislativo.
Hoy no se puede afirmar que la ultraderecha tenga una única agenda para afrontar el mandato de los próximos años, ni una estratégica política común sobre cada uno de los retos a los que la Unión Europea deberá hacer frente. Ni siquiera está claro que sus representantes en el Parlamento vayan a formar parte de un mismo grupo político, ni menos aún que quieran asumir un mandato representativo con disciplina de voto para hacer abortar las iniciativas legislativas.
Esto no significa, sin embargo, que no vaya a resultar muy exigente el proceso de adopción de normas en el Parlamento o que alguna normativa en temas estratégicos no pueda sufrir una merma en su ambición o, simplemente, no pueda ser aprobada.
Un compromiso de las fuerzas democráticas
Con todo, los preocupantes resultados electorales deberían servir, al menos, para que las fuerzas democráticas que han concurrido a las elecciones europeas bajo programas políticos diferenciados arranquen el mandato de este nuevo Parlamento Europeo confirmando su compromiso común e indubitado en torno a la convicción de que la Unión presente se fundamenta en los valores de respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de derecho y respeto de los derechos humanos, incluidos los derechos de las personas pertenecientes a minorías.
Unos valores que, en términos del artículo 2 del Tratado de la Unión Europea, son “comunes a los Estados miembros en una sociedad caracterizada por el pluralismo, la no discriminación, la tolerancia, la justicia, la solidaridad y la igualdad entre hombres y mujeres”. Recordar lo básico puede ser, en ocasiones como esta, la fórmula más poderosa para hacer frente a la ultraderecha y apuntalar en términos de futuro el reservorio democrático que hoy representa la Unión Europea.
Publicado en The Conversation
Por Mariola Urrea Corres, profesora Titular de Derecho Internacional y de la Unión Europea, Universidad de La Rioja