Todo el dolor humano, el coste material, la destrucción y el caos que esta DANA ha producido en el país, principalmente, claro, en quienes lo han padecido directamente, ha de tener una explicación racional, incluso científica y, por supuesto, un soporte filosófico.

Algunos integristas hebreos han dicho, los pobres, que este trágico acontecimiento climático es el castigo por haber reconocido nuestro gobierno a Palestina

Siguen anclados en el judaísmo primitivo, anterior incluso al del Nuevo Testamento. Y seguramente sus «pensadores» lo justifiquen de algún modo. Son así.

Más cerca, están nuestros visionarios ancestrales, los que defienden interesadamente, claro, que la Tierra es plana. Esos nunca emitirían una sola idea válida para explicar nada. Ni pandemias, ni vacunas, ni fenómenos atmosféricos complejos.

Los científicos, los meteorólogos en concreto, sí tienen explicaciones científicas acordes con el «estado del arte» de esa disciplina basada en criterio científicos y los métodos de que disponen en sus predicciones. Hasta ahí, de acuerdo todos.

Pero, acaso, se eche de menos un cierto soporte filosófico, no moral ni religioso, aunque anoche vi en TVE a un tertuliano decir que «el mal existe» refiriéndose a la DANA, como si a la naturaleza se le pudiese asignar esa categoría moral. Otros han podido pensar que Dios nos ha abandonado o que castiga a este gobierno o… cosas tan irracionales que casi cuesta citarlas.

Hay, sin embargo, una cierta conexión interna entre la naturaleza, sus manifestaciones y el impacto, los efectos, que causa cuando tiene, ella sí, que manifestar y recomponer las contradicciones internas siguiendo las propias leyes de acción y actuación, inevitables, que gobiernan su existencia.

Es lo que los meteorólogos explican sobre masas de aire caliente sobre el mar en conflicto con las capas de la atmósfera que llegan desde otras latitudes frías al girar el globo terráqueo y arrastrar desde latitudes más alejadas a la acción del Sol… «¡Es la Termodinámica climática, amigo!» diría uno de ellos. Pero es su impacto sobre la sociedad, lo que hemos visto por desgracia ocurrir en el Levante español.

Ahí surge, o debería surgir, una explicación profunda que se olvida y no se tiene en cuenta: la dialéctica materialista, esa filosofía que, explica tantas cosas que se ignoran o desprecian. La conexión del hombre, la sociedad y la naturaleza en la que vive y de la que abusa.

La ley de la unidad de contrarios, la construcción devoradora de espacios naturales que tienen sus propias exigencias de actuación y comportamiento. Uno ligado al otro. Naturaleza y sociedad humana. Son una e indivisible:  La ley de la negación. Todo lo que es, lleva en su seno, su contradicción esencial que llega a anularlo… para dar lugar a otra cosa, esta a su vez, con su propia contradicción interna.

No se puede actuar como si esas conexiones ineludibles, aquí entre sociedad humana, naturaleza y cambio permanente que son la esencia de la dialéctica de la materia, del universo material. Y por la que todo está interconectado: casas, pueblos, atmósfera, ríos, torrentes que dan salida a las aguas pluviales, coches, garajes profundos, condiciones térmicas en la atmósfera, aviso de lluvias torrenciales que se ignoran, actuaciones impulsivas sin la educación social necesaria en el respeto a la naturaleza y sus propias «necesidades».

Tantos factores que se consideran aisladamente, como exógenos al proceso de desarrollo social y técnico, pero que son endógenos a cualquier interacción de la actividad social del hombre en su relación con «Ella», la naturaleza y sus propias exigencias de este Planeta, que produjo la vida y que está también vivo, que alienta, se reajusta y transforma dialécticamente para cumplir sus ciclos vitales… Es «Alguien». No una «cosa».

Y finalmente, la ley del cambio o salto cualitativo por acumulación de lo cuantitativo. Hasta qué punto se pueden acumular esos cambios, procesos e interacciones sobre el terreno, la atmósfera, la naturaleza, el paisaje incluso y la presión sobre los hábitats naturales … sin que se produzca un cambio cualitativo, a veces brutal, una reacción a tanta acción sin tener en cuenta estas leyes internas del medio físico. La naturaleza explotada como si fuese algo al servicio del hombre. Y peor aún, del capital y sus necesidades, también dialécticas: crecer para no morir por inanición, por la competencia, por seguir… seguir… seguir buscando beneficios.

En estas sencillas reglas de filosofía esencial, olvidada y postergada, acaso, pueda encontrarse explicación y, quizá remedio a los hechos que llenan de dolor, destrucción y miedo a nuestras sociedades… también en el llamado «Primer Mundo». («¡Oh sorpresa!»).

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